jueves, julio 28, 2005

E16 La mala imagen de Colombia ¿culpa del cine nacional?

La mala imagen de Colombia ¿culpa del cine nacional?
originalmente publicado en la página web del diario bogotano El Espectador (www.elespectador.com), sección "columinsta virtual"

La ofensiva distorsión que el director Doug Liman, incluye en su película Mr. & Mrs. Smith, al presentar a Bogotá —pujante metrópoli de ocho millones de habitantes— como un cálido pueblucho mejicano flagelado por los rigores de la guerra total, motivó una justificada ola de indignación en nuestro país con rechazos del público, protestas de la Administración Distrital y, finalmente, salida del filme de cartelera, incluidos; sin embargo, la mayoría de quienes impugnaron la cinta (protagonizada por Brad Pitt y Angelina Jolie) olvidaron que la reiterativa tendencia de la industria cinematográfica mundial a plasmar en numerosas producciones una Colombia abominable (e inexistente) tiene como culpables principales ¡a los creadores del cine nacional!

Para la muestra, la cinta Rosario Tijeras (dirigida por el mejicano Emilio Maillé sobre la novela original del escritor antioqueño Jorge Franco Ramos) próxima a ser estrenada... aún sin haberla visto, y aunque reputados periodistas digan que Jorge Franco “sin caer en la denuncia social o el rollo sociológico escribió una canto a la emancipación de la mujer sometida...”, el público extranjero solo recibirá otro sorbo del mismo apestoso cliché: Colombia es una nación de prostitutas, traficantes y pistoleros mal hablados...

Nos ven como los hacemos vernos, con las imágenes que les exportamos (y luego nos enojamos cuando nos las devuelven Mr. & Mrs. Smith y compañía), porque cada nueva obra inspirada en nuestra realidad apela al eterno sociodrama kitsch, a los diálogos miserables entre gentes miserables... a las mulas, a los narcos, a los paracos, a los guerrillos... Pueda que los aspectos técnicos sean impecables, las actuaciones soberbias y la fotografía magnífica. ¿Y qué? A decir verdad, en cuanto a talento artístico concierne, muchos proyectos resisten cualquier objeción y merecen generosos adjetivos.

¿Y qué?, si lo perturbador es el fondo, la rancia receta de “reflejar la realidad” y exhibir lo más brutal del contexto nacional, realzado con efectismos para corroborar los estereotipos ya popularizados en el concierto internacional por exiliados sediciosos, periodistas irresponsables e ‘intelectuales’ cuestionables (algo extensivo a las telenovelas y a las obras premiadas en los certámenes literarios locales). Así, ¿por qué sorprendernos si en Europa o en Estados Unidos los Doug Liman de turno asumen que aquí un ejército inepto se encarniza contra esforzados guerrilleros y desampara a los humildes de las tropelías paramilitares?

Por qué escandalizarnos sin nuestros propios productores y actores, casi obscenos, ridiculizan las desdichas de sus compatriotas para conquistar premios internacionales con el viejo truco del mendigo que expone antes los transeúntes sus llagas y quemaduras para obtener limosna (sólo que los indigentes y menesterosos auténticos tienen llagas propias, no ajenas, y que además no realizaron estudios de actuación, ni viven una vida de ensueño, y ni siquiera hablan con el impostado hablado de los Diego Cadavid, Manolo Cardona, Juan Carlos Vargas, Flora Martínez y cuanto bello, rico o famoso de la farándula criolla cobra millones por caricaturizar compatriotas infelices). Toda la filmografía colombiana acogida en el extranjero destila el machacón pesimismo que hermana a “Rodrigo D no futuro”, “La vendedora de rosas”, “La virgen de los sicarios”, “la primera noche”, “Perder es cuestión de método” y otras tantas producciones nacionales. ¿Dónde está la contraparte optimista? ¿Cuándo veremos en la pantalla grande una llorona, una patasola, una comedia típica, un platillo volador, cuando menos un simple duende en lugar de ese monótono vicio de descubrir con cada estreno que el fuego quema. ¡Tamaña utopía construyen nuestros paladines del cine al despachar a los mercados internacionales forajidos y prostitutas imaginarios a modo de artesanías?

Es más, por fortuna su actuación en “María llena eres de gracia” (¿o de droga?) fue insuficiente para que la Academia concediera el Oscar a Catalina Sandino, y no porque la actriz carezca de méritos, sino porque dicho premio hubiera contribuido a aumentar el regodeo pornográfico con la ordinariez y el sufrimiento de nuestros desamparados. ¿Es que todas nuestras mujeres son rameras? ¿todos nuestros adolescentes drogadictos? ¿por ventura fuimos todos los colombianos engendrados con violación implicada y en medio de minas quiebrepatas? ¡Cuando surgirán la fantasía, los mundos alternativos, los episodios históricos!

Ojalá quienes hacen cine en Colombia, adviertan cuán sano sería hacer películas sobre algunos elementos poco conocidos en el exterior acerca de nuestro país, y sorprender a la crítica destacando lo mejor de las grandes ciudades que hemos levantado, o de los millones de colombianos que hablan sin decir ‘pirobo’ o ‘gonorrea’ cada media frase, o de las innumerables familias pobres que subsisten con dignidad. Hasta tanto eso no ocurra, proseguirá aquella gran paradoja según la cual las producciones nacionales ganan premios en festivales internacionales mientras deleitan al mismo público extranjero al que desmotivan de hacer turismo entre nuestras fronteras.

Escrito en julio 28 de 2005

E15 Los beneficiarios de la enemistad

Los beneficiarios de la enemistad
originalmente publicado en la sección "El columnista virtual" del diario bogotano El Espectador (www.elespectador.com)

De la completa radiografía explicativa que calificados columnistas trazaron en El Espectador (semana del 10 al 16 de junio de 2005) sobre los ataques a Londres, descuella el lúcido planteamiento del Premio Pulitzer 2002, Thomas Friedman (al señalar que las autoridades religiosas musulmanas siguen sin condenar a bin Laden, y afirmar que el sobresalto continuará hasta cuando el pueblo musulmán y sus guías espirituales decidan reprobar y aislar a los extremistas que alojan en su interior); de igual forma aparece fragmentaria la argumentación del sociólogo y político Eugenio Gómez Martínez cuando apunta —tras consignar que “No hay justificación alguna” para los hechos— que según los fanáticos jihadistas “España fue cruel y avasalladora contra los islamistas en tiempos de los Reyes Católicos”... En reciprocidad habría que mencionar los casi ocho siglos de intromisión islámica en suelo español transcurridos entre el año 711, en que los beréberes comandados por Tariq ibn-Ziyad cruzaron Gibraltar para sojuzgar la península Ibérica y derrotar al visigodo rey Rodrigo, y 1492 cuando Boabdil se rindió en Granada... So pena de incurrir en exposiciones parciales, como las de numerosos intelectuales e historiadores occidentales hostiles a George W. Bush y al predominio mundial de Estados Unidos, que para denunciar la abusiva invasión norteamericana del suelo iraquí la definieron como un atropello a la venerable cultura musulmana allí asentada (sin referir que, en 641, los ancestros de esos mismos venerables musulmanes habían a su turno atacado la Mesopotamia donde hoy queda Irak y destruido la provincia del imperio persa Sasánida que entonces florecía allí)... Todo porque la moda es posar de antiimperialista, encontrar solamente iniquidades en el rol histórico de la Iglesia Católica y describir los brutales desmanes de las cruzadas comenzadas en 1095 —olvidando, eso sí, que 363 años antes de dichos episodios, el ejército de Carlos Martel frenó en Poitiers el asalto islámico sobre Europa (¿las “medialunadas”?)—, ¿Quién asegura que de haber sido otras las circunstancias, una eventual superpotencia musulmana sería mejor árbitro del destino planetario de lo que hoy son los Estados Unidos?

Como sea buscar pretextos históricos para echar culpas a uno u otro bando es lamentable despropósito, máxime cuando lo que importa no es cuál arrojó las primeras piedras, sino cómo conseguir que ambos se abstengan de continuar arrojándolas, hay demasiado en común entre Occidente y el Islam como para permitir que se imponga la visión segregacionista de feroces minorías radicales. Tal como anotó hace un año el periodista británico Jasón Burke, Al Qaeda es más una ideología que una organización (según él, la palabra árabe ‘qaeda’, que traduciría tanto “base de operaciones”, como a “método” o “precepto” es comprendida por los terroristas suicidas en este último sentido)... La gran amenaza es que el “alqaedismo” lo extiendan por el orbe grupúsculos criminales generando de paso —por efecto de acción y reacción— un “para-alqaedismo” como contraparte occidental. Por ello, bien harían las autoridades mundiales en buscar posibles beneficiarios de la enemistad entre musulmanes y cristianos, perversos interesados, a uno y otro lado del espectro religioso y cultural, en fomentar la discordia para acrecentar su poder o enriquecerse con ello (ayatollahs, fabricantes de armas, incluso vendedores de millonarias pólizas de seguros... la lista de sospechosos es considerable). Esos nefastos, y aún anónimos incitadores, serían la versión global de aquellos bullangueros que en los colegios gritan “dele, dele, dele” al primer conato de riña entre compañeros animando a los eventuales contendores a agredirse, quienquiera que sean y sin saber siquiera el motivo del altercado.

Los alcances del asunto escalofrían, bastaría una explosión durante una peregrinación masiva a la Meca, o en una concurrida bendición papal en la Plaza de San Pedro en Roma (en especial si gente con intereses sectarios consiguiera tras ello convencer a los creyentes de la fe vulnerada de que los responsables encarnan el sentir de los fieles de la otra) para abrir heridas que tardarían milenios en sanar.