lunes, abril 28, 2008

Guillermo Turriago Pardo in memoriam

Hasta siempre a Guillermo Turriago

Por: Alfredo Gutiérrez Borrero

Está mañana del sábado, 26 de abril de 2008, es una de esas que no desearíamos que llegue, la del día en que decimos adiós al cuerpo (pues el alma nos acompañará siempre), del señor de San José, de nuestro amado Guillermo. Hoy, con los recuerdos de la acogedora reunión en la funeraria de la noche anterior agitando nuestros dedos, la película de estas pasadas semanas corre una y otra vez en nuestras mentes, la ilusión, la esperanza de que Turris (como lo llamaba mi prima Carolina) caminase entre los vivos por más tiempo se frustró y con su partida la música de la melancolía, de las remembranzas, hace que nuestros corazones entonen la tonada, la vibrante melodía del “hasta la vista”... Amada tía Ángela, fuerte y cariñosa, mis entrañables primos, Mauricio, Felipe, Camilo y Carolina; sus esposas y esposo, Gilma, Patricia, Clara y Rafael, toda la ‘nietada’, los formidables mellizos, Nico y Juan Pablo, los arquitectónicos retoñitos de Felipe y Patricia, Pablo y Gabriela, las inquietas y pícaras Marías, y el legendario Emiliano..., personas todas con las que nos unen la sangre y el espíritu; de las ramas a las raíces, de las flores a los frutos, quienes participamos del árbol familiar por el que corre la savia Turriago Borrero nos agitamos conmovidos en la música de la despedida. Y esta mañana los perfumes de la ternura aroman el aire.

Con que placer habríamos donado quienes lo queremos trocitos de nuestros corazones para animar más años el de Guillermo, con cuanto goce habríamos querido volver a charlar con él, decirle lo importante que es en nuestras vidas. Cada paseo a los campos de Chipaque, cada reunión en torno a la chimenea crepitante en San José, cada encuentro en el Ley o el Carulla de Niza en torno a una almojábana, cada viaje en el mítico Land Rover, miles de otros sucesos y en mi caso infinidad de noches que dormí en el hogar Turriago Borrero, incluso cientos de crucigramas de El Tiempo, resultan piezas hoy incompletas del cuadro de la existencia. Sin duda, los Turriago son como frutas, en la juventud, poderosos, fieros y combativos; a medida que crecen y maduran se acentúa en ellos la simpatía, el ser cálido, y un vigor bonachón que ya nunca los abandonan, Guillermo fue consumado ejemplo de ello. Imposible olvidar su “taluego”, o su forma de reír con todo el cuerpo, o su humor juguetón, o el sonido del jeep al arrancar; impensable acercarnos si quiera con palabras a la posibilidad de explicar el afecto que nos posee, la consternación que nos sacude, el recuerdo que nos conforta y nos anima. Más de lo que podemos expresar, es y será siempre más de lo que podemos expresar, pero mucho menos de lo que quisiéramos comunicar.

Se agotan pues las frases mientras saltamos a la inmensidad del sentimiento que nos une. Que nada desgarrará. Adiós Guillermo, hombre solar, vital, autónomo, incansable, vivaracho. Algunas personas cuando viajan al país del nunca volver nos miran desde la luna, otros se transforman en estrellas y algunos especiales, esos que como esposo, como padre, como abuelo, como tío, como amigo dejaron su esencia y presencia en quienes tuvimos la fortuna de coincidir con ellos en el espacio y el tiempo, esos nos custodiarán desde el sol, por eso Guillermo, saludamos tu viaje a la eternidad seguros de que desde el sol nos acompañarás, que su calor evocará tus carcajadas, que gracias a ti hay, y siempre hubo, motivo de sonreír al sentir el sol, sé pues nuestro emisario ante tantos amados que partieron antes que tú, viaja contento, pues cada mañana, desde mañana, el sol nos reunirá contigo. Sus rayos tendrán tu voz, adiós nuestro arquitecto, adiós Guillermo, adiós...

Tu agradecido sobrino, Alfredo.