viernes, septiembre 23, 2005

E21: Bogotá 2150

(*) Publicado a petición de ciertos queridos amigos con correcciones a algunos errorcillos científicos y de fechas (pero con la persistencia de otros concernientes a la física de las rotaciones en las que me confieso un palurdo). AGB 23 de septiembre de 2005


El Helicoide y otras maravillas bogotanas del siglo XXII

Situémonos en la ciudad de Bogotá, el miércoles 11 de noviembre del año 2150, y tratemos de imaginar algo del panorama urbano (¿cómo sé que será miércoles?, bien, hay muchos sitios en Internet donde es posible descargar calendarios con programas especiales para calcular el día en que cae cualquier fecha de cualquier año; uno de ellos —el que usé para este cómputo— fue diseñado en el año 2002, en la ciudad de Medellín, por el doctor Miguel Arcila Montoya). Al vislumbrar el escenario de la capital colombiana en ese entonces ulterior, hay una pregunta que de inmediato ondula en la imaginación como volátil gusano... ¿Será posible? ¿Podemos desde nuestra ‘primitiva’ comprensión de individuos del pasado entrever con algún grado de acierto las características de la urbe del porvenir?

La respuesta es bífida: por una parte nos asiste (o eso pensamos) una familiaridad con los avances de la cual carecieron las generaciones pasadas; y por la otra, nuestro grado de aproximación perennemente englobará una dolorosa pequeñez.

En tiempos de Faxor, mi chozno

A este respecto toda labor de adelantamiento, es por fuerza inexacta; aun cuando poseamos alta certeza del curso a seguir en los procesos y progresos tecnológicos, hemos de valorar cambios en aspectos tan sencillos como el habla. Así, es probable que dentro de siglo y medio, numerosos padres acostumbren bautizar a sus hijos con singulares nombres (que o bien son ahora impopulares u hoy son inexistentes); lo cual puede constatarse mediante una comparación temporal retrógrada si se estudia la nomenclatura ancestral... Sin ir más lejos, Timoteo, Pantaleón y Anacleto fueron los apelativos correspondientes de mi bisabuelo, de mi tatarabuelo y del tatarabuelo de mi padre; así que quizá mi bisnieto, mi tataranieto y mi chozno (como se designa al cuarto nieto), sean llamados Derdal, Abussam y Faxor... Gutiérrez si el entronque paternal se mantiene, o porten más exóticos apellidos si su nexo conmigo es por vía de mis hijas.

Además la globalización de las culturas, y el surgimiento de nuevos términos y verbos, por obra y gracia de la incorporación a la rutina de numerosos dispositivos automáticos, podrían ser apenas dos entre innumerables aspectos que explicarían los cambios, tanto en la nominación de mi eventual descendencia como del propio lenguaje de los bogotanos del siglo XXII.

Pero estamos en 2150...

Las autoridades y gentes de la ciudad (primero gracias a rigurosos esfuerzos demográficos, más adelante debido al constante aumento de la esperanza media de vida y, finalmente, como consecuencia de la multitudinaria emigración a las metrópolis de última concepción) han conseguido disminuir la población que, en algún momento (a finales del siglo XXI), llegó a superar los veintidós millones de personas.

Hoy, el número de los bogotanos apenas rebasa los dieciséis millones.

Hay notorias diferencias entre ésta y nuestra antigua Bogotá del año 2005. Por ejemplo, la condición de capital de Colombia se mantiene (aunque ahora dicho país forma parte de un conglomerado nacional más grande, la Comunidad Andina, cuya capital es Ciudad Exaltación, dentro de las antiguas fronteras de Bolivia). Son visibles desde toda la Sabana los ‘domos’, estructuras plegadizas, muy delgadas y resistentes que sirven, ya como colectores de energía solar, ya como protectores contra las lluvias o las noches demasiado frías. Hay dieciséis de ellos en Bogotá, los más pequeños tienen trescientos metros de diámetro y doscientos de altura, mientras cada uno de los mayores supera los tres kilómetros de diámetro y los seiscientos metros de altura; son tres, y cuando las circunstancias lo ameritan, sirven para recubrir el histórico vecindario de Unicentro, la zona deportiva del parque Simón Bolívar y el exclusivo sector hotelero y residencial de Páramo Claro, ubicado al otro lado del cerro de Monserrate y al que se accede cruzando unos amplios túneles.

Las calles sin ruedas

Los automóviles que antaño funcionaron por la combustión de petróleo o gas, fueron sustituidos hace años por vehículos que se mueven mediante electrólisis de agua, o utilizan motores mixtos a energía solar y alcohol para mecerse sobre el suelo; unos sobre chorros de aire y otros a través de una red de magnefalt, material plástico magnetizado, que se extiende por toda la metrópoli y sobre la cual ‘levitan’ los deslizadores a algunos centímetros del suelo por acción de campos magnéticos eléctricamente inducidos.

El 90% de los medios de transporte carece de conductor humano que ha sido reemplazado por pilotos automáticos incansables y virtuales (en realidad programas de software, más que robots) siempre respetuosos de las normas de tránsito, los pocos capitalinos que aún conducen lo hacen exclusivamente por deporte y en zonas especiales dispuestas a tal fin. El monoflot, lejano sucesor del Transmilenio, y propiedad de la EDESBO (Empresa de deslizadores de Bogotá) es el sistema más rápido y cómodo, incluso se amplifica hasta conectar con ciudades vecinas; sus diferentes trenes ocupan el 85% de la red vial; unos, acarrean pasajeros; y otros, denominados ‘nodrizadores’ llevan acoplados los deslizadores particulares hasta estaciones determinadas en las cuales los ciudadanos desacoplan sus vehículos para seguir itinerarios particulares.

La gente alcanza promedios de vida que llegan a los 120 años (en los países más avanzados la cifra se extiende incluso hasta los 150). Ahora la gran mayoría de ciudadanos cuenta con una iaper (inteligencia artificial personalizada) que combina el antiguo teléfono celular, el computador y el televisor con el sueño, tan ancestral como infantil, del amigo imaginario. El iaper es un sistema individualizado, un “otro yo”, que se encarga de verificar todos los protocolos automáticos y los trabajos más simples de cada individuo.

El contexto existencial

La nanotecnología, presente en infinidad de aspectos del día a día, permite que las personas usen un único traje, cuyos átomos se reacomodan según códigos comerciales de software de modas, para transformarse en variadas indumentarias. Algunos trajes son desechables (para lucirlos sólo una vez) y otros, algo más costosos, pasan a formar parte con carácter definitivo del disco duro del auxiliar iaper de cada quien. Los bebés ya no usan pañales, porque ‘trajes niñera’, similares al ajuar de cada uno, se encargan de sintetizar y transformar en agua y compuestos inodoros los desechos orgánicos; y disponen de ellos cuando el niño va a la cama

Aunque la pobreza persiste, es mucho menor que la de finales del siglo XX, debido a la invariable tendencia decreciente en los precios de todo tipo de objetos sofisticados. Aún, en las barriadas más humildes son frecuentes los parques desarrollados con toda la tecnología genética del caso. Por doquier se observan movimientos de las grandes ‘corponaciones’, como se conoce a aquellas compañías que se convirtieron en auténticas naciones financieras y trascendieron los límites regionales hasta convertirse en entidades autónomas. La más poderosa de ellas es la Flexor Dundalk (FD) de propiedad de la familia del irlandés Patrick Robert O’Cassey, quien es la versión actual, aunque algo más anciana, del histórico Bill Gates. La FD ha construido varias ciudades ultramodernas para sus millones de ‘empleadanos’ (mezcla de empleado y ciudadano) entre ellas su emporio ejecutivo, ‘Cibernia’, un hermoso globo de fibra de diamante (obtenida de la modificación de las moléculas de carbono) que flota en el océano Atlántico anclado en un punto intermedio entre las islas Azores y la ciudad de Nueva York.

Precisamente una de esas corponaciones, la Minguo, de propiedad de potentados orientales casi en su integridad, tiene a cargo con la administración distrital el proyecto ‘naturópolis’, gracias al cual arboledas de especies nativas, de crecimiento apresurado y mejoradas por la aplicación de abonos aceleradores, cubren de flores y surten de exquisitos frutos de uso público gran parte de la capital, convertida así en una espaciosa y silenciosa urbe silvestre.

La obra maestra de Mitnik

Dentro del urbanismo bogotano, se destacan los varios trabajos del arquitecto colombo-argentino José Agustín Mitnik (2032-2140), y en especial el Helicoide que por estos días celebra el aniversario número treinta de su inauguración: un complejo administrativo, social y universitario que se ha transformado en el sitio más visitado de la ciudad, y sin duda en una de las maravillas del mundo. El Helicoide, surge como fruto de la combinación del saber arquitectónico milenario con los últimos avances en nanotecnología de materiales de construcción y energía de fusión nuclear controlada, pues es un pequeño reactor el que regula sus movimientos.

El imponente edificio, está ubicado en el Paceco (gran Parque Central Comunitario), emplazado en la vieja esquina de la avenida Primera sur con Carrera séptima. El rotor central es un edificio circular y giratorio de trescientos metros de alto y sesenta metros de diámetro (ochenta en el anillo de la base); por dicho componente medular se ingresa a todo el Helicoide y a las dos ‘aspas’. Las aspas, asimismo giratorias, son dos edificaciones cilíndricas suspendidas que ‘flotan’ a más de cincuenta metros del piso, cada una de cuarenta metros de diámetro y de doscientos de longitud. Dispuestas en oposición diametral en torno del rotor central están unidas a éste por el ‘eje’, un ingenio transversal de treinta metros de diámetro y ciento ochenta metros de largo que aloja el servomecanismo principal que soporta la triple construcción y cruza el rotor central a ciento cincuenta metros de altura.

Debido a la oposición de las aspas y a su desplazamiento sobre el eje central, el conjunto en su totalidad se asemeja a un gigantesco ringlete, y aquí la comparación trasciende lo formal y se traduce en una realidad funcional, por el triple giro del conjunto. El primero es el del rotor central que cubre una revolución completa de 360 grados en el sentido de las manecillas del reloj (contempladas desde el cielo) cada veinticuatro horas (a las seis de la mañana la portada del Helicoide da hacia el cerro de Guadalupe; a las doce del día se ha desplazado noventa grados y da hacia el boquerón de Chipaque y a la deslipista que parte hacia la ciudad de Villavicencio; a las seis de la tarde —tras recorrer noventa grados más—, la fachada mira hacia el occidente y en el sentido de la deslipista que sale hacia la vecina localidad de Melgar; y, en las imponentes medianoches, la estructura ha virado 270 grados desde su punto de partida hasta plantar cara a la plaza de Bolívar; finalmente en horas de madrugada vuelve a la posición en que la ciudad la encuentra cada mañana).

El laberinto giratorio

Las aspas laterales, por su parte dan también un giro de 360 grados cada veinticuatro horas, pero no en sentido de la horizontal como el rotor central sino en sentido de la vertical (algo imposible en el 2003, pero viable entonces gracias a materiales livianos y nanoensamblados flexibles y neumáticos diez veces más resistentes que el acero del siglo XX y veinte veces más livianos y moldeables), son esas moles de miles de toneladas las que representan lo más espectacular del genio de Mitnik, y las que revelan al Helicoide como la estructura más destacada en la historia arquitectónica de Bogotá.

En su trayecto siguen, en lo que a acomodación se ocupa, el principio de la antigua rueda panorámica o de Chicago: esto hace que, si bien una serie de estructuras internas cambia constantemente, la planimetría de las aulas, oficinas y demás espacios interiores permanezca invariable como la de las canastillas en una vieja rueda de feria. A las seis de la mañana, cuando la fachada principal del Helicoide saluda al cerro de Guadalupe, ambas aspas están en posición paralela a la vertical del edificio, pero, poco a poco, y al tiempo que el rotor central desplaza todo el conjunto hacia el sur, el aspa de la derecha de la puerta comienza a inclinarse hacia los cerros orientales, y la de la izquierda a alejarse de ellos, así, tanto a las doce del día, como a las doce de la noche ambas aspas están acostadas y los edificios asumen posición horizontal, de modo que los habitáculos que antes estaban en sesenta pisos, están ahora sólo en dos... si se capta la idea de la rotación inversa de ambas aspas se advertirá que quien estaba en el piso primero del aspa derecha a las seis de la mañana estará en el piso sesenta a las seis de la tarde. “Es fascinante, entras subiendo o sales bajando, o tienes que recorrer un gran corredor levemente inclinado hasta los ascensores”, tales son las declaraciones de los miles de turistas que lo visitan a diario.

Por supuesto a las nueve (de la mañana y de la noche) y a las tres (de la tarde y de la mañana) cuando los ángulos de cada aspa, o torre giratoria, han transitado 45, 135, 225 y 315 grados desde sus estados iniciales, las aspas hacen lucir al Helicoide como una monumental letra equis sobrepuesta al rotor central, lo cual unido a una iluminación que varía con exuberancia le brinda un aire casi sobrenatural a Bogotá.

Dicen los sociólogos y psicólogos que las personas que trabajan y estudian en el Helicoide están entre los seres humanos con mayor apertura mental en el planeta tierra (y prueba de ello es la estirpe de inmensos profesionales egresados de las varias universidades con sede en la construcción), el portento es debido, sin duda, a la diversidad paisajística y espacial que se experimenta desde su interior en un lapso de veinticuatro horas.

Un embudo subterráneo en el que se hayan empotrados tanto el reactor nuclear como infinidad de niveles de parqueo y servicio, y que gira igual que el exterior, se incrusta casi ciento cincuenta metros en el suelo sabanero. Y hay otra particularidad: el desplazamiento tanto el del aspa derecha, como el de la izquierda, se percibe desde el interior —para quien se encuentre en el rotor central— como en el mismo sentido, mientras desde el exterior es evidente que la derecha se mueve en el sentido del reloj en tanto la segunda lo hace en contra a éste.

Para quien esté confuso con la visualización del Helicoide, tal vez le sea útil la más acertada definición de la construcción hasta la fecha, la cual fue dada por el propio Mitnik el viernes 6 de diciembre de 2120 (día en que el Helicoide se echó a andar) durante la ceremonia de arranque: “Concebí el Helicoide, como un titán humano de 300 metros de altura, que gira eternamente hacia su costado derecho, de modo que su rostro retorna cada mañana a las seis a saludar los cerros tutelares de Bogotá, Monserrate y Guadalupe; el eje medio, horizontal hace las veces de sus clavículas; y el rotor central de la torre principal es su columna vertebral, en último lugar las aspas simbolizan el movimiento de sus brazos, el derecho proyectándose siempre hacia delante en un circulo de veinticuatro horas y el izquierdo simultáneamente haciendo lo propio hacia atrás...”. Si aún no logra comprenderlo es posible hacer dos cosas pídale a su iaper que proyecte un holograma del Helicoide o, mejor aún, haga reservaciones en el próximo paquete turístico a Bogotá, el distrito de Páramo Claro lo espera (hay disponibilidad hotelera todo el año, aunque es más costoso en temporada alta).

¿Alucinación?

Aunque en este ensayo, se me quedan en el disco duro, un heterogéneo surtido de características de la Bogotá del año 2150, tales como la descripción del transporte aéreo, y de los distritos satélites de Chíamor y Tenjo Nuevo, o la vida en las colonias de inmigrantes chinos o nigerianos que se ubican en el lindero del descontaminado río Bogotá, consigno que es probable que me haya quedado corto en los alcances de mi prospección, ello porque al cotejar la anticipación del futuro con el futuro verídico (cuando éste llega realmente sin duda naufraga todo cálculo). En principio debido a que quien especula —en este caso yo—, lo hace sin conseguir abarcar jamás en su pesquisa todo el espectro de tecnologías en curso de comparecer.

Ahora bien, tanto Mitnik y su obra, el Helicoide, como los iapers, los domos y las deslipistas, hacen parte de un proyecto novelístico que adelanto en el momento y cuya acción transcurre en el marco de una concepción algo optimista del mañana bogotano, la cual creo viable en grado sumo.

Los escépticos, siempre podrán recurrir como ya dije a la comparación retrógrada, que ya empleé en el asunto de los nombres, y reitero ahora con el parangón entre tres ambientes...

Ambiente número 1: Bogotá, lunes 11 de noviembre de 1850, ¿o acaso se llama todavía Santa Fe de Bogotá?, la flamante capital de la Nueva Granada, es un atrasado pueblecillo de 45000 habitantes en el cual tiene asiento el gobierno del presidente José Hilario López (dentro de un año ordenará el fin de la esclavitud); no hay alcalde sino jefe político (José María Maldonado); hace apenas ocho años se tomó la primera fotografía (el daguerrotipo de la Calle del Observatorio por Jean Louis Gros en 1842); faltan 15 años para que establezcan la primera línea telegráfica (1865); y 31 años para que instalen la primera línea telefónica (21 de septiembre de 1881); la ciudad no dispone de alumbrado público, ni siquiera con velas de sebo, en contraste Londres, por ejemplo, cuenta con iluminación a gas desde 1807 (Bogotá sólo la tendrá en 1871); la luz eléctrica tardará cuatro décadas en aparecer (1890), y el alcantarillado subterráneo demorará más de veinte años (1872); la tubería de hierro para el acueducto sólo aparecerá en 1888; el viaje hasta el puerto de Barranquilla toma alrededor de dos meses, y el recorrido hasta el puerto de Honda sobre el río Magdalena tres días; escasamente se va a emprender la pavimentación con piedra del camino a Facatativá; no hay cuerpo de bomberos, ni de policía establecido; la inauguración de la primera línea de tren (el “Ferrocarril de la Sabana” entre Bogotá y Facatativa) demorará hasta 1889; y el primer automóvil —un Cadillac que importó Ernesto Duperly— arribará únicamente hasta el lejano año 1903 (en el 2003 se celebró el centenario del automóvil en la capital)... y en la labor manufacturera local ni siquiera se utiliza la máquina de vapor que mueve las fuerzas industriales en el mundo desarrollado hace ¡tres décadas!

Ambiente número 2: Bogotá, 2005, la abrumadora ciudad en que vivimos ¡180 veces más poblada!, con vuelos internacionales, y millones de autos, teléfonos, computadores, ventajas y problemas.

Ambiente número 3: Bogotá, 2150... si tenemos en cuenta que el ascenso tecnológico de la humanidad siempre ha consistido en la construcción de una generación de herramientas nuevas para elaborar con ellas otra generación de elementos más sofisticados; entonces, sin que se necesite ser mago (para advertir que en los siguientes 150 años este proceso será mucho más acelerado que en los 150 anteriores) la tentación de aventurar conclusiones nos embarga.

Y es irresistible.

No hay comentarios.: