jueves, octubre 23, 2014

EL VARÓN RESIGNIFICADO

EL VARÓN RESIGNIFICADO


Hacia una mayor participación de los hombres como facilitadores en procesos educativos de equidad de género

Resumen: Este artículo examina algunas de las circunstancias que en el contexto sociocultural mundial demandan mayor participación de los hombres en los procesos de equidad de género, a la luz del marco legal colombiano y bogotano, con miras a enriquecer la observancia y aplicación intra e intergenérica de la POLÍTICA PÚBLICA DE MUJER Y GÉNEROS PARA BOGOTÁ, especialmente, en cuanto concierne a la cuarta de sus áreas de acción denominada: «Hacia la eliminación del sexismo en la educación, la salud, la interculturalidad, la comunicación y el uso cotidiano de los espacios públicos y privados» (Barreto Gama et al., 2004).

Palabras clave: Género, Mujer, Varón, Lenguaje, Equidad.
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Abstract: This essay examines some of the circumstances that in world-wide sociocultural context demand more men participation in the processes of gender equity, all in the Colombia and Bogota City legal frames, in order to make possible a better intra and inter generic observance and application of the POLÍTICA PÚBLICA DE MUJER Y GÉNEROS PARA BOGOTÁ, especially, with regard to the fourth area of this policy named: «Towards the elimination of sexism in education, health, the intercultural , the communication and the daily use of public and private spaces» (Barreto Gama et al., 2004).

Keywords: Gender, Woman, Male, Language, Equity


* Texto:* Resultado de la investigación realizada por el autor en el marco de su ingreso a la Maestría en Estudios de Género, Mujer y Desarrollo en la Universidad Nacional de Colombia (inicialmente escrito en octubre de 2007, rehecho en agosto de 2008). Soy Zootecnista de la Universidad de La Salle. Especialista en Docencia Universitaria de la Universidad Militar Nueva Granada. Soy Magíster en Estudios de Género, Mujer y Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia, y estudiante de Doctorad de en Diseño y Creación de la Universidad de Caldas, en Manizales, Colombia, Además Docente Asociado del Programa de Diseño Industrial de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Miembro consejo editorial revista proyectodiseño. 
Correo electrónico: alftecumseh@gmail.com, alftecumseh@yahoo.com


Lo único que hay son cuerpos (a manera de introducción)


El fenómeno del género, que fundamenta los estudios sobre el tema del mismo nombre, suscita una compleja discusión respecto a las representaciones culturales y a la forma en que hombres y mujeres viven su cotidianidad, según raza, estrato social, religión o región del planeta en que moren. Más que las eventuales, e inevitables, desigualdades biológicas entre hembras y machos, la polémica gravita sobre las incompatibilidades y discriminaciones erigidas por formas culturales milenarias de segregación, exclusión o predominio.

Tal cual escribió el psicólogo y zoólogo David P. Barash: «Los seres humanos hemos sido dotados por la biología de características femeninas y masculinas, y apenas podemos hacer nada para cambiarlo. La masculinidad y la feminidad son, por otra parte, conceptos elaborados por la cultura y por nosotros mismos y, por tanto, sí podemos hacer algo para cambiarlos» (1995, p. 99). Sea como fuere, ese “hacer algo” del que habla Barash es una tarea vasta dadas las variadas áreas del saber que se entrecruzan en la interdisciplinariedad de los estudios de género (sociología, lingüística, política, ética, psicología, etcétera). Además, son tales las discrepancias entre las versadas y versados en la materia, que suministrar aportes de validez universal resulta casi tan imposible como evitar los obstáculos que ofrecen la obviedad y la generalización (bajo las cuales, a menudo, se agazapa la estupidez).

Ahora bien, pese a que los progresos son embrionarios todavía, es evidente que, durante las últimas décadas, los gobiernos y las organizaciones internacionales han experimentado un creciente interés en cuanto atañe a género y sexo. Ello, aun cuando numerosos intelectuales involucrados en el asunto como, entre otros, Michael Foucault (1926-1984), a modo de precursor, Shere Hite (n. 1942) y Judith Butler (n. 1956), han señalado la imposibilidad de distinguir entre el sexo como algo biológico y el género como algo fabricado. «Lo único que hay son cuerpos que ya están construidos culturalmente» (Femenías, 2003,p. 2). Según ellos, es irrealizable entender, ni siquiera grosso modo, en qué consiste el sexo en su expresión natural, pues toda aproximación conceptual o discursiva se hace desde lenguas administradas por la cultura. Sin embargo, puede afirmarse que ambos papeles: el de la mujer y el del hombre se encuentran en profundo proceso de revisión; en palabras de Julia Kristeva (n. 1941), es preciso «desencadenar un discurso en el que “vacio” del uno y el “fuera de lugar” de la otra se conviertan en elementos esenciales, “personajes” si se quiere, indispensables de un trabajo en curso. Se trata de hacer de la crisis un trabajo en curso» (1987, p. 338). Esto por supuesto, es más perentorio en Colombia como nación aun excluida, pues en el concierto internacional los países humildes solo son vistos por su contraste con los países opulentos, del mismo modo en que, tal cual escribió Clare O’Farrell, al reseñar el ensayo titulado Julia Kristeva de John Lecthe: «la mujer (…) es exiliada en su propio país, alienada por un lenguaje y una cultura masculinos que solamente reconocen lo femenino en su divergencia de la norma masculina» (1990).

1. De lo hermético a lo hermenéutico

Con todo, y pese a la urgencia que emprender el cambio requiere, es menester asumirlo, según enseña la historia, con prudencia y perspicacia, incluso con desconfianza de lo evidente «porque el peso de los estereotipos es muy grande (y nuestro vocabulario está hecho a la medida de ellos)» (Hite, 2000, p. 109). Ciertamente, bajo el paraguas de las inveteradas nociones del macho conquistador y dominante se cubren innumerables creencias e ideas que determinan, el rumbo de muchas sociedades tanto en el rico y globalizado norte planetario, como en el pobre (y también globalizado) sur de la Tierra. Hombres y mujeres, de toda longitud y latitud crecieron y se educaron sometidos a modelos patriarcales que han inhibido el florecimiento cabal, en unos y otras, de la plena condición humana. Como escribiera la española Irene Comins Mingol: «Los hombres son socializados para la autoridad y la responsabilidad más que para el cuidado y el amor; las mujeres son socializadas para la sumisión y la dependencia más que para la asertividad y la autonomía» (2003, p. 102).

Pese a ello, la asfixiante percepción de antaño está siendo debatida en todo el mundo por enfoques educativos de género cada vez más sensibles a valorar la diferencia y la diversidad, tanto de mujeres como de hombres, en un marco de igualdad de oportunidades. Puede indicarse, con algo de licencia poética, que la estrella de Hermes, deidad simbólica de la inteligencia, el comercio y las comunicaciones,entre mortales e inmortales (y acaso también entre mujeres y hombres) está mutando su brillo: en consecuencia, el arcaico discurso hermético, propio del milenario patriarcalismo dictatorial, y tomado por los griegos de los antiguos egipcios, en «los dos sentidos modernos (…) de “perfectamente cerrado” (…) y “muy difícil de comprender”» (Martín, 1988, p. 66) está siendo sustituido, gracias a las firmeza temática de quienes laboran en las diferentes escuelas del feminismo, por una disertación hermenéutica abierta al enfoque matriarcal,[1] «en tanto sujeta a interpretación»[2] que al ampliarse hasta incluir en su agenda el estudio de las masculinidades deviene en inédito diálogo hermafrodito-hermeneuta en el que consiguen su armonía, complemento y equilibrio los «caracteres y voces sexuales, masculinos y femeninos»[3] de la humanidad. A riesgo de abusar de la alegoría cabe agregar dos detalles: uno, que la propia mitología helénica transpira asimismo el patriarcalismo del cual brotó, y dos, que según sus leyendas, fue el citado Hermes, una divinidad masculina (que además es también dios de los ladrones), quién «introdujo el mal y el engaño en el corazón de la primera mujer: Pandora (cuyo nombre en griego significa precisamente “adornada con todos los dones”)».[4]

Vincular tal digresión con la construcción de la realidad nacional precisa registrar que, durante la década inicial del siglo XXI, Colombia también ha observado —en cuanto a género concierne— un tránsito de lo hermético dogmático a lo hermenéutico deliberante, cosa evidente (aunque aún incipiente) en todos los órdenes de la actividad pública y privada. Muestra de ello, es que la ley 823 de 2003 «Por la cual se dictan normas sobre igualdad de oportunidades para las mujeres», establece, para todo el país, en su Capítulo II [titulado «De la ejecución de las políticas de género»][5], puntualmente en su Artículo 9º lo siguiente:

«El Estado garantizará el acceso de las mujeres a todos los programas académicos y profesionales en condiciones de igualdad con los varones. Para el efecto, el Gobierno diseñará programas orientados a: 1. Eliminar los estereotipos sexistas de la orientación profesional, vocacional y laboral, que asignan profesiones específicas a mujeres y hombres. 2. Eliminar el sexismo y otros criterios discriminatorios en los procesos, contenidos y metodologías de la educación formal, no formal e informal» (Colombia, Congreso de, 2003).

Sin duda, determinar cuáles son las susodichas condiciones de igualdad y eliminar al sexismo, según ordena la ley 823, compete tanto a las mujeres, como a los hombres. Ahora bien, para cuando dicha ley entró en vigencia, el Concejo de la capital colombiana acababa de expedir, en consonancia con ella, el Acuerdo 091 de 2003, el cual fue sancionado por el entonces Alcalde Mayor de Bogotá, Antanas Mockus Sivickas, el 26 de junio del mismo año. El citado acuerdo: «Por el cual se establece el Plan de Igualdad de Oportunidades para la Equidad de Género en el Distrito Capital» incluye, entre otros, dos objetivos (en su Artículo 3º) conexos con el tema que motiva el planteamiento de este ensayo, a saber:

«1. Propiciar el sentido de responsabilidad en igualdad de condiciones entre las mujeres y los hombres, a fin de fortalecer la presencia en mayor y mejor proporción de mujeres en los campos laboral, educativo y político (…) 11. Promover el acceso de mujeres y hombres, en igualdad de condiciones, a la educación técnica, tecnológica y profesional, sin distinción alguna, de forma tal que tengan las herramientas necesarias para generar empresa y empleo, así como ingresos para el sustento familiar».[6]

Consignar lo anterior propicia un acercamiento puntual al contexto bogotano de la política de género.

2. De lo político a lo poético

Es interesante advertir que en su condición de metrópoli que jalona el desarrollo del resto de Colombia, Bogotá —para cuando se revisa este artículo (agosto de 2008) entre las treinta urbes más pobladas del mundo—, constituye un escenario ideal y obligado para implementar las políticas de género que, en principio y dada la importancia nuclear de la gran capital, incidirán en el país entero. Por ende, este ensayo apoya la necesidad de extender los valiosos aportes de los estudios de género, del enfoque basado en la mujer y el desarrollo, al enfoque basado en el género y el desarrollo para hacer beneficiario de los logros del feminismo, a todo el género humano o, en este caso, al menos a la mayor parte de la población bogotana, (incluidos, por supuesto los hombres) en el marco del proceso y del progreso democrático.

A propósito, la escritora y actriz estadounidense, Ilka Chase (1905-1978), anotó en su obra Pasado Imperfecto, que «La democracia no es una forma fácil de gobierno, por cuanto nunca es final; es un organismo viviente u cambiante, con una continua adecuación y ajuste de balance entre la libertad del individuo y el orden general»(1942); a su turno, en lúcido ensayo analítico sobre la concepción de libertad en Sir Isaiah Berlin (1909-1997), Thierry Leterre señala que «el significado de la sociedad no está en la sociedad misma, sino en un proceso reflexivo acerca de la sociedad» (2005).

Dentro de tal proceso reflexivo de construcción colectiva se inserta, la Política Pública de Mujer y Géneros —PPMYG— de la Alcaldía Mayor de Bogotá D.C. 2004-2008, la cual consigna como su primer propósito: «Generar procesos de transformación social, política, económica, y cultural que favorezcan el reconocimiento del sujeto mujer, la resignificación del sujeto varón y la transformación de las relaciones de género que concurren en las prácticas sociales, personales, institucionales y comunitarias en el Distrito Capital de Bogotá (Barreto Gama et. al, 2004, p.5)[7]»

Pues bien, mediante este ensayo indago sobre un sendero ineludible para resignificar al sujeto varón como coagente en los procesos de equidad de género: esto es el concurso de hombres como facilitadores en la difusión y desarrollo formativo y pedagógico de tales procesos. No obstante, dada la complejidad de las dinámicas de institucionalización, transversalización e interlocución que plantea, a futuro, la progresiva incidencia y aplicación de la PPMYG para el Distrito Capital de Bogotá, advierto que mi trabajo, lejos de ser concluyente, sólo busca aportar reflexiones a un debate inagotable; siempre, desde mi óptica que, posiblemente esté, como la mitología griega mencionada párrafos atrás, viciada por maquinales nociones patriarcales propias de la manera en que mi generación fue instruida (y forzosamente refractarias, en consecuencia, a todo intento consciente de supresión o, siquiera, de atenuación).

En realidad, la PPMYG para el Distrito Capital de Bogotá promete variados espacios al concurso de los hombres para facilitar la difusión y desarrollo formativo de las políticas, planes y acciones de equidad y género. Lo anterior es ostensible desde el apartado sobre el proyecto 217, titulado «Proyecto marco: para la institucionalización del plan de igualdad de oportunidades» (Barreto Gama et al., op. cit., p. 9). Más específicamente, en las acciones y procesos: número 3 [cuyo segundo punto reza textualmente: «realizar talleres que permitan identificar cómo sueñan en la actualidad las mujeres las casas laboratorios de la igualdad y promover procesos de concertación interinstitucional para su organización y funcionamiento»(ibídem, p. 10).] y número 4, el cual expresa lo siguiente: «Organizar y realizar de ( sic) una escuela itinerante de formación de funcionarias y funcionarios con apoyo de universidades y organizaciones no gubernamentales especializadas en el tema de mujer y géneros» (ibídem).

Sin duda, contar con hombres, ya como facilitadores ya como observadores (en algunas jornadas, no en todas) en lugares y eventos en los cuales las mujeres expresan la forma en que vislumbran la atmósfera de igualdad, les permitiría a éstas recibir de aquellos valiosas interpretaciones y sugerencias; en tanto, a la inversa, facilitaría que aquellos sirvieran de embajadores y divulgadores, ante sus hermanos de género (los hombres poco conocedores de las posturas ético-ecológico-políticas del feminismo), de todas las expectativas de las mujeres favoreciendo el diálogo “intergenérico”. Por lo mismo, es presumible que algunos de los hombres más conservadores, asistentes a esas escuelas itinerantes de formación, se sintiesen menos intimados si, de vez en cuando, contasen con hombres entre los orientadores, familiarizados con un discurso equilibrado que cuestione aquellos viejos modelos de dureza y rudeza masculinas.

Caben aquí dos precisiones: primera que, pese a haber surgido de una búsqueda rigurosa de información, los razonamientos subsiguientes resultan modestos dadas las numerosas bifurcaciones que comporta la continua revaloración de la masculinidad (propiciada por la revaloración de la feminidad con sus respectivos discursos) ante las nacientes dinámicas de la equidad de género en Colombia. Lo anterior se acentúa en virtud de los formidables escollos que constituyen tanto la brevedad del tiempo disponible para indagar,cómo mis deficiencias temáticas al hacer la exploración (en su mayor parte cuando aún no iniciaba —como hoy, agosto de 2008— mi Maestría de Estudios de Género, Mujer y Desarrollo en la Escuela de Género adscrita a la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia). Ciertamente, la inferencia, la intuición y la extrapolación rondan en cada párrafo.

La segunda precisión, la expresó Sandy Ruxton, experto en la materia de la participación masculina en procesos educativos de equidad de género, y autor del libro Men, Masculinities, and Poverty in the UK (Oxfam GB, 2002), al señalar: «Es importante anotar que hay una gran deficiencia de facilitadores masculinos trabajando en esta área» (Ruxton, 2004, p. 226); lo cual está relacionado con la cuarta de las áreas de acción de la PPMYG para el Distrito Capital de Bogotá denominada: «Hacia la eliminación del sexismo en la educación, la salud, la interculturalidad, la comunicación y el uso cotidiano de los espacios públicos y privados» (Barreto Gama et al, 2004, p.13).

De hecho, la décima de las acciones y procesos que prescribe el la PPMYG como comprendida en esta área, es la más próxima al meollo de este ensayo que también busca cooperar en:

«10. Promover procesos de participación social y de coordinación intra e interinstitucional que reconozcan el libre desarrollo de la personalidad y de la orientación sexual y contribuyan al logro de la equidad entre mujeres y hombres, la realización cotidiana de la justicia de género y la igualdad que reconoce y valora positivamente las diferencias constitutivas de lo humano» (ibídem, p. 15).

Esto es complicado cuando en las esferas del poder y más concretamente en la política, el desnivel participativo entre mujeres y hombres adquiere visos dramáticos. Muestra de ello son dos artículos publicados por el diario EL TIEMPO, el miércoles 22 de agosto y el domingo 16 de septiembre de 2007, sobre el escaso porcentaje de mujeres inscritas para las elecciones nacionales de gobernadores, alcaldes, asambleas departamentales y concejos municipales, a realizarse en octubre de ese mismo año.

Fuera de constatarse en los dos trabajos que apenas un 17% de candidatos son mujeres en los señalados comicios, el segundo de ellos muestra cómo la participación femenina decrece a mayores instancias de poder: así, del gran total de 73.948 candidatos reseñados, las mujeres sumaron en consolidado 12.679 equivalentes al 17,14%.[8] Comparativamente en los concejos el porcentaje es ligeramente superior pues las 11.664 mujeres corresponden al 17,58%, del total de 66.327 candidatos. En las asambleas departamentales, en cambio, la cuota femenina disminuye hasta constituir el 15,02% (413 mujeres de un total de 2.748 candidatos). Para las alcaldías el porcentaje se aminora notoriamente hasta un 12,50% (589 mujeres de un total de 4.710 candidatos). Finalmente, el dato de las candidaturas a gobernaciones arroja un lastimero 7,97% (13 mujeres de 163 candidatos).

Por otra parte, del artículo del 22 de agosto de 2007, llaman la atención dos aspectos. Inicialmente, la referencia al proyecto de «‘ley de cuotas’ (…). Iniciativa radicada por la senadora Piedad Córdoba que establece que el 50 por ciento de los cargos de máximo poder decisorio sean ocupados por mujeres»,[9] y en segunda instancia, una de las declaraciones sobre el particular de Florence Thomas, coordinadora del grupo Mujer y Sociedad de la Universidad Nacional, de acuerdo a la cual: «La política es uno de los espacios más patriarcales que hay en Colombia…”.[10]

Similares conclusiones, concordantes con lo expresado por Florence Thomas, se extraen al leer la extensa investigación efectuada por María Eugenia Correa Olarte, que lleva por título La feminización de la Educación Superior y las implicaciones en el mercado laboral y los centros de decisión política. Según la investigadora, quien analizó la creciente participación nacional de las mujeres hasta las elecciones de 2002 en cuanto a Congreso, concejos, alcaldías y gobernaciones, la mujer:

«…no ha podido avanzar más en su desarrollo político. Su preocupación por el manejo financiero de la familia, su responsabilidad con la familia y la prole, el no compartir los esquemas de manejo y conducción de la política, la falta de ayuda de los partidos y escasa movilización dentro de ellos, impidiéndole ascender a puestos relevantes de dirección y manejo (…) son algunas de las variables identificadas de su falta de interés y decisión por participar en política» (Correa Olarte, 2005, p. 409).

Por ventura, tras la embrionaria actuación de la mujer en el contexto colombiano —de la cual Bogotá, pese a la aparentemente mayor cultura política de su ciudadanía, aún no marca distancia— se encuentre la noción que en célebre sentencia enunció el psicoanalista judío austriaco y discípulo de Sigmund Freud (1856-1939), Theodor Reik (1888-1969).[11] Reik quien fuera notorio contradictor de su maestro, afirma que Freud generó gran confusión entre los psicólogos y otros científicos sociales al referirse con la palabra ‘sexo’ a una amplia variedad de reacciones biológica y psicológicamente determinadas en las relaciones interpersonales.[12] Plantea, Reik que el impulso sexual es una reacción biológicamente determinada condicionada por cambios químicos del organismo; en contraste, el amor, la ternura y el afecto son culturalmente determinados.[13] En dos de sus obras Reik explora la diferencia entre el amor y el sexo (Reik 1944 y 1945) y esboza su teoría al respecto según la cual «Los hombres están asustados de no ser lo suficientemente hombres, en tanto las mujeres, temen ser consideradas solamente mujeres». [14]

Tamaña incertidumbre se ve incrementada porque, según explica Bridget Byrne, en su obra Narrating the self (Narrando el ser) «la concepción del sujeto como fijo, único, y racional ha sido fatalmente minada por una sucesión de teorías desafiantes, incluidas el psicoanálisis, la lingüística saussureana, el análisis foucauldiano y el feminismo. Sin embargo, la pregunta persiste ¿qué tipo de subjetividad nos ha quedado?» (2002). [15]

Mejor todavía, ¿qué tipo de sujeto queremos crear y criar para fomentar el logro de la equidad entre mujeres y hombres? En este rumbo, Maria Eugenia Correa dedica un apartado completo en su ya mencionada obra a deconstruir el asunto de los opuestos complementarios o categorías binarias (2005, p. 33).[16] Allí, la escritora previene acerca del concepto de racionalidad (la misma racionalidad que según Byrne, ha sido “fatalmente minada” en su intento de imaginar el sujeto) por cuanto ésta: «…posiciona al sujeto cognoscente en una distancia tal que puede abstraer y controlar las “verdades” de sus objetos de conocimiento».[17] Asimismo consigna, la investigadora que innumerables disciplinas codifican las diferencias y se nutren de ellas, «estableciendo nociones estáticas de la razón, la civilización, la humanidad y el progreso que dan lugar a la creación de categorías dicotómicas binarias excluyentes, como el ‘yo’ y el ‘otro’, lo ‘público’ y lo ‘privado’, o lo ‘racional’ y lo ‘irracional’, categorías a partir de las cuales el mundo es interpretado».[18]

Lo anterior constituye la extraña paradoja de una interpretación hermética, más que hermenéutica, a propósito de lo cual es propio aludir a la advertencia hecha por otro psicoanalista estadounidense, Allen Wheelis (n. 1915), contra la exaltación del método científico que desecha sistemáticamente otras aproximaciones. En su obra, The path not taken (El sendero no tomado) Wheelis escribió:

«El hombre ni ahora, ni nunca, vivirá solamente del pan de método científico. Debe tratar con la vida y la muerte, con el amor y la crueldad y la desesperación, y así debe hacer conjeturas trascendentales que podrían ser no ser verdaderas y las cuales podrían no prestarse a la experimentación. Es mejor dar que recibir, amar a tu vecino que ti mismo, es preferible arriesgarse a la esclavitud a través de la no violencia que defender la libertad con el asesinato».[19]

Resignificar al varón y también allanar el camino a la participación equitativa de la mujer en política acaso requiera romper los resabios heredados del racionalismo cuyos ecos nos acosan desde tiempos de la Ilustración. Quizás sea menester pasar de lo político rígido y hermético a una nueva dimensión política más poética hermenéutica y fluida. Para ello es menester ubicar los campos del saber en donde es preciso desmontar la rigidez racionalista y «devolver la legitimidad a infinidad de saberes tradicionales o informales (es decir, aquellos que no se inscriben en la lógica del progreso, la continuidad y la evolución)» (cf. Correa Olarte, 2005, p. 34, párrafo 2).

Asimismo téngase presente, como ya se ha especificado, que la parte de la PPMYG distrital más relevante para las perspectivas aquí esbozadas tiene que ver con el «uso cotidiano de los espacios públicos y privados» (Gama Barreto, et al., 2004, p. 13). Esencialmente en cuanto atañe «al logro de la equidad entre mujeres y hombres, la realización cotidiana de la justicia de género y la igualdad que reconoce y valora positivamente las diferencias constitutivas de lo humano» (ibídem, p. 15). El concepto cardinal aquí es lo ‘cotidiano’ y, más aún, la ‘cotidianidad’ «como el espacio desde el cual el empoderamiento femenino tiene lugar. No se trata de una invasión de la esfera pública sino de hacer público lo privado. Es decir, desdibujar la frontera no sin olvidar que son dos espacios que se deben el uno al otro» (Correa Olarte, 2005, p. 95).

Eso femenino que ha de empoderarse, reside como potencia en la mujer y también en el hombre, y debe convertirse en acto en ambos; esto es, liberarse de la colonización racional del discurso objetivo: «al colonizado se le identifica con lo mestizo, lo incivilizado y con lo pasivo» (ibídem, p. 35). En este sentido, esta elaboración se acerca a la Julia Kristeva de 1970, para quien lo femenino es ajeno a un distinción de género y se verifica, más bien, a través de la semiótica, en una dimensión del lenguaje disponible para  ambos sexos. Es por el lenguaje y por las estructuras lingüísticas donde arrancan el cambio y la emancipación: «El hombre como lenguaje, el lenguaje en vez del hombre, esto podría ser el gesto desmitificador por excelencia, que introduciría la ciencia en la zona compleja e imprecisa de lo humano» (Kristeva, 1988, p.8).

Como cuota personal propongo, para liberar la cotidianidad encadenada y hacer público lo privado, objetar o al menos revisar, por enrarecido e inhumano el uso del estilo impersonal en el lenguaje propio de la indexación (el mismo que aproxima tanto al automatismo a los textos y journals académicos). A contrapelo de una preeminencia del sujeto sobre el objeto —como sugería verbigracia la ética del cuidado —, el estilo impersonal, manejado por ejemplo en esta disertación, perpetua el cientificismo, privilegiando el uso de la voz pasiva, y de la tercera persona (“se dice”, en lugar de “digo” o “decimos”). Del mismo modo ‘cosifica’ las idea al preferir a las cosas más que a las personas como sujetos de las oraciones. Didáctica y pedagógicamente, el excesivo uso de la voz pasiva hace la escritura imprecisa y alejada de la realidad, al producir textos más difíciles de leer porque son mucho menos naturales que los informales que emplean la voz activa (vid., Hamilton John et al., 2007).

Por fortuna «Los tiempos están cambiando y en algunas disciplinas (…) de la ciencia es ahora totalmente aceptable usar la voz activa, los pronombres personales como el ‘Yo’ y el ‘Nosotros’, y usar la gente como sujeto de las oraciones» (McKnight y Clerehan, 2007). Ciertamente, suena mucho más democrático y humano expresar: “Hemos encontrado” o “Encontré…” que un frío “se ha descubierto”. Ésta última forma es típica del “uno” «…tenemos aquí uno de los conceptos fundamentales de Ser y tiempo: lo que Heidegger llama das Man, es el sujeto impersonal de frases tales como “se dice”, “se cuenta”, “se hace”»[20]. Como bien dice el refrán «Uno y ninguno, todo es uno» (Junceda, 1988, p. 130) y como ese ‘uno’ es todos y ninguno, propicia textos sin agente ni protagonista. Téngase presente aquí la diferencia que hace Amartya Sen (n. 1933) entre el “ paciente” como objeto de intrusión sobre el que otros ejercen tutela, belicosidad o dominio, y el agente, en tanto persona gestora de cambios y sujeto con derechos en construcción de su autonomía (vid., Sen, 2006, p. 35).

En consecuencia, queda a criterio del lector abogar por hacer el tránsito de la política del cálculo y la oportunidad, a una política poética (para la que se insinúa el neologismo ‘polírica’) la cual «exprese los sentimientos humanos de quien la formula y tenga como propósito suscitar en el otro sentimientos análogos» (vid., definición de Lírica en DRAE). A decir verdad, librar de sus impersonales resonancias al artículo científico y académico, podría resultar tan humanizante y liberador como superar la costumbre de desdibujar a las personas, al referirse a ellas por su apellido, en cuarteles y colegios. Acaso debería comenzar a pensarse seriamente en escribir todos los textos sobre género en primera persona para brindarles oportunidad de protagonizarlos a ellos, y a ellas. Tal hecho, propiciaría «La conjunción entre ética y política (que) nos orienta hacia una significación de la alteridad femenina y al análisis de la violencia inherente a la tematización de dicha alteridad “si la autoridad del falo va a ser desafiada no será directamente desde el cuerpo femenino sino mediante un término simbólico diferente”» (Ziarek, 1993, incluido en Minich Brewer y Oliver, 1996).[21]

3. Del género a los géneros

Tras consumar el apartado previo llamando la atención sobre la redacción robótica y maquinal que prima en la inmensa mayoría de textos dedicados a fomentar el empoderamiento femenino y humano en general, el análisis vuelve a continuación sobre la PPMYG de Bogotá, a la sección según la cual:

«La expresión mujer y géneros da cuenta de la estrecha relación entre estas dos categorías y denota que éstos términos no son sinónimos; pone en circulación debates significativos acerca de la mujer y las mujeres, el género y los géneros (…). Pone en circulación la diversidad de posibilidades para la construcción de identidades e invita a recorrer el camino que va del género a los géneros» (Barreto Gama et al., 2004, p.4).

Lo antepuesto, está en consonancia con lo estipulado por el Gobierno , durante el primer mandato del presidente de Colombia Álvaro Uribe Vélez (2002-2006), a saber:

«El concepto de género hace referencia al tipo de relaciones que se establecen entre hombres y mujeres de una sociedad particular, con base en las características, los roles, las oportunidades y las posibilidades que el grupo social asigna a cada uno de aquellos. En ese sentido la categoría de género identifica diferencias y relaciones determinadas culturalmente, susceptibles de ser transformadas, y no
particularidades biológicas, determinadas por el sexo» (Departamento Nacional de Planeación, 2002, p. 10, citado por Correa Olarte, 2005, p. 95).[22]

Por lo mismo concuerda con la interpretación hecha por María Eugenia Correa Olarte, a propósito del párrafo preliminar, de las directrices políticas planteadas por la Consejería presidencial para la equidad de la mujer:

«Lo más importante es que a los hombres también se les invita a ser partícipes de dicho proceso de empoderamiento, la categoría género se amplia, ya no sólo le corresponde a la mujer traducir sus roles sino que los hombres también deben de participar en dicho proceso, pues el estatus de las primeras ha sido históricamente construido por los segundos» (2005, p. 95).

Género y géneros, esa es la cuestión. Hasta ahora han sido establecidos a lo largo de esta meditación, dos tránsitos encaminados a resignificar el varón y favorecer, por una parte, la construcción intra e intergenérica más hermenéutica y menos hermética y, por la otra, a respaldar menos de la devaluada política patriarcal tradicional, y más de una política poética o ‘polírica’ que anime a las mujeres y a los hombres ajenos al arrebato competitivo a integrarse a las dinámicas del poder. Ahora, tras enfatizar la necesidad del desmonte de la impersonalidad en el discurso académico y oficial, y en el mismo camino de la metamorfosis lingüística, se plantea ir del género a los géneros, evitando toda camisa de fuerza conceptual. En este punto es crucial evitar las severas categorías y clasificaciones del viejo racionalismo, aquellas que en prosa de la psicóloga y magistra en crimonología, Andrea Padilla Villarraga:

«Encuentran asidero en el inventario de las diferencias que permiten definir tipologías jerarquizantes, de razas, especies y sexos, asociadas a argumentos cognitivos, metafísicos, biológicos y taxonómicos para estigmatizar una humanidad bastarda o una inferioridad sexuada, y así, el pasaje gradual de una
humanidad plena a una humanidad intermedia, inferior y finalmente “animal”» (Padilla Villarraga, 2007).[23]

La gran empresa del presente para quienes construyan la perspectiva de género es hacer más permeable la piel, el tejido social, y propiciar la construcción de conocimiento y en especial la identificación de consensos, tanto dentro de las más entendidas en el asunto como de los más legos en la materia. Ningún discurso, y menos en este tema, puede ser cerrado, tal cual una piel saludable debe «absorber y secretar» (Flusser, sin fecha ). Los totalitarismos reduccionistas, resultan un exabrupto ante la pluralización del presente, pues hablar de género y géneros declara la complejidad de vínculos «entre la mujer y el género como un ejercicio de abstracción y las mujeres y los géneros como conceptos que al expresarse en plural se sitúan en el terreno de la práctica cotidiana de cada ser humano inmerso en contextos socioculturales y subjetivos que le dan diversos significados a la sexuación» (Barreto Gama, et al., 2004, p. 4).

A este tenor, se rescata lo manifestado por el filósofo checo Vilém Flusser (1920-1991), precursor de un inédita herejía contra la racionalidad ilustrada, a la cual tal vez quepa llamar: “sociodiseño” al señalar en su ensayo Haut (Piel) que: «Necesitamos una antropología dermatológica, y una atlas que muestre nuestro ser en el mundo. Pero obtener tal ciencia y tal atlas implica cambiar de actitud. Debemos volvernos superficiales. Son las superficies y no los misterios las que cubren cuanto más nos interesa». (sin fecha, p. 1)

La gran frontera es el lenguaje, gestado en buena parte por milenios de patriarcalismo —en tanto privilegio del punto de vista masculino—, el lenguaje como código que demarca, significa y comunica. Todas las praxis humanas son lenguajes en tanto demarcan, significan y comunican. El intercambio mercantil en la sociedad (incluso cuando y donde la mujer es tomada como bien de consumo), la producción de obras de arte, de teorías explicativas, de religiones y de mitos, todos son sistemas lingüísticos secundarios al lenguaje. Por ello hay que instaurar desde el lenguaje «un circuito de comunicación con unos sujetos, un sentido y una significación. Conocer tales sistemas (tales sujetos, tales sentidos, tales significaciones), estudiar sus peculiaridades (…) en cuanto tipos de lenguaje, es (…) determinante para la reflexión moderna que escoge al hombre como objeto, apoyándose sobre la lingüística» (Kristeva, 1988, p. 8). A propósito, ampliar los alcances de las perspectivas de género en Bogotá requiere adecuar continuamente las prácticas y los discursos relacionados, en especial para conseguir una masa crítica de mujeres y, por supuesto, de hombres que reclame con convicción y
decisión las modificaciones que resulten necesarias. Ello es natural, si se piensa que «en una democracia, los individuos tienden a conseguir lo que demandan y, lo que es más importante, normalmente no consiguen lo que no demandan» (Sen, 2006, p. 35).

En ese punto es que la resignificación —en tanto posibilidad dinámica de renovar en proceso continuo el ser del varón— cobra visos fundamentales, por cuanto los obstáculos a la causa de la dignificación del trato a la mujer permanecerán hasta tanto «La mayoría de los hombres con poder de decisión continúe ignorando la relevancia del género, y como consecuencia, el tema permanezca como un asunto periférico y no sea integrado efectivamente en las políticas y programas de desarrollo a todo nivel» (cf. Ruxton, 2004, p. 5).

Toda vez que, en conformidad con la tendencia mundial «Las mujeres han dejado de ser receptores pasivos de la ayuda destinada a mejorar su bienestar y son vistas, tanto por los hombres como por ellas mismas, como agentes activos de cambio: como promotores dinámicos de transformaciones sociales que pueden alterar tanto la vida de las mujeres como la de los hombres» (Sen, 2006, 233), es pertinente que las propias mujeres ganen al mayor número posible de hombres para su causa, que es la de todos, en aras de ampliar el teatro de operaciones del desarrollo de la mujer, al género. Tal hazaña será más fácilmente asequible sí, según propuso Michael Kaufman, se insta a los hombres a participar desde el lenguaje de la responsabilidad, más que el de la vergüenza, este último genera antipatía o distancia en muchos hombres al dejarlos «sintiéndose acusados por cosas que no han hecho, o por cosas que fueron enseñados a hacer, o culpables por los yerros de otros hombres» (Kaufman, 2003, en Ruxton, 2004, p. 25).

Pasar, pues, de señalar al hombre de culpable, a convidarlo a participar en la empresa del género como ciudadano responsable, implica, tal cual señala este ensayo, porfiar por capacitar con las herramientas pedagógicas del caso a un creciente número de facilitadores en el tema y, especialmente en prepararlos para afrontar la doble desconfianza que su rol conlleva: «por una parte, el facilitador masculino puede ser estigmatizado como un “traidor” por los otros hombres mientras, por la otra, puede ser visto como un “usurpador” de su agenda por las mujeres» (Ruxton, 2004, p. 226).

De todos modos, y toda vez que desde la cuadragésima octava sesión de la Comisión sobre el Estatus de la mujer de la ONU (marzo de 2004), los gobiernos participantes enfatizaron en el rol de los hombres y los muchachos en conseguir la igualdad de género, es vital asumir en toda acción de la aplicación de la PPMYG para Bogotá que la tendencia refleja «un nuevo énfasis en debates internacionales, no sólo en los hombres como detentadores de privilegios o perpetradores de violencia, sino como potenciales y reales contribuyentes en el tema del género» (Stocking, en Ruxton, 2004, p. vii).[24] Máxime cuando, en el mundo entero, hay hombres que, sin menoscabo de su hombría «han advertido las restricciones impuestas sobre ellos por las nociones tradicionales de masculinidad, los cuales están más abiertos a reevaluar sus roles y responsabilidades» (ibídem).

Es propio señalar aquí, cómo, aun los trabajos de la científica social australiana Raewyn Connell (antes Robert William Connell) —los cuales se han constituido en importante fuente de crítica de los aspectos destructivos de los comportamientos y actitudes de los hombres en el mundo— han concluido que «los hombres son tan capaces como las mujeres de ser seres humanos cuidadosos y de vivir de modos, que no dañen otros hombres, mujeres o niños» (Ruxton, 2004, p. 8).

Ciertamente, si bien en todo el planeta el empoderamiento de las mujeres (que Amartya Sen llama “agencia”) influye sobremanera en dos campos: «1) su contribución a aumentar las posibilidades de supervivencia de los niños (en barriadas humildes, etcétera), y 2) su contribución a reducir las tasas de fecundidad (la cual cobra capital importancia en la multitudinaria Bogotá), (Sen, 2006, p. 249)»,[25] es evidente que el tránsito del género a los géneros será mucho más efectivo, si las mujeres cuentan, además, y en calidad de aliados, con hombres prestos a aproximarse a la discusión al respecto sin ánimo defensivo y conscientes de la necesidad de reducir las violencias entre hombres como condición esencial para evitar la violencia de los hombres contra las mujeres. Ello por cuanto, es indudable que en las luchas por la hegemonía en las capas superiores de una sociedad, la competencia insaciable hace que los hombres, o grupos de hombres, perdedores hagan blanco de su frustrada ansia de supremacía a gentes de las capas inferiores, lo cual, al final del proceso, resulta en una violencia acumulada que recae, bien sobre las mujeres y niños en las capas más desfavorecidas de la estratigrafía social, bien sobre la comunidad homosexual o sobre los hombres de etnias marginales (como los grupos indígenas en Colombia).[26]

Bajo esta óptica —y según se verá en apartado final de este ensayo—, incluso los estereotipos, con frecuencia odiosos, pueden ser resignificados para propiciar una construcción por consenso.

4. Eunucos femeninos y varones domados


En 1971 vieron la luz dos libros a todas luces antitéticos, ambos escritos por mujeres, pasionalmente feminista el uno, y poco menos que misógino el otro. Sus sendas autoras, casi contemporáneas fueron, en ese orden, la australiana Germain Greer (n.1939) y la alemana, nacida en Buenos Aires, Esther Vilar (n. 1935). Los libros en cuestión se titulan respectivamente, El eunuco femenino, y el varón domado.

Hacia marzo 21 de 1971, Germain Greer, declaró al New York Times, sobre su obra: «Las mujeres han sido, como se quiera, separadas de su libido, de su facultad de desear, de su sexualidad, se les ha cortado su capacidad de acción. Es un proceso que sacrifica vigor por delicadeza y suculencia, y debe ser cambiado» (Weintraub, 1971). Con posterioridad, en una de las ediciones de su libro, Greer anotó: «Hemos sido castradas y de eso se trata. Ya ves, está bien dejar un buey en el campo cuando le has cortado las bolas, porque sabes que él no va a hacer nada. Eso es exactamente lo que le ocurrió a las mujeres» (Greer, 1971, contratapa). Entre otras cosas, el libro de Greer incluyó una categórica descalificación del psicoanálisis: «Freud fue el padre de psicoanálisis. No tuvo madre» (ibídem, p. 104).

Durante ese mismo 1971, en su columna The Wet Dream Film Festival (el festival fílmico de los sueños húmedos), la cual, en 1986, incorporó a su libro: The Madwoman’s Underclothes (La ropa interior de una mujer demente), una descorazonadora Greer escribió: «El dolor de la frustración sexual, de la ternura reprimida, de la curiosidad denegada, del aislamiento en el ego, de la gula, de la rebelión suprimida, del odio envenenando todo amor y generosidad, permea nuestra sexualidad. Lo que amamos lo destruimos» (Greer, 1987, 57).

Por su parte, Esther Vilar —quien afirma haber recibido amenazas de muerte por sus críticas al feminismo—, señaló que bajo la impronta cultural patriarcal se esconde un “matriarcado encubierto” y acusó a las mujeres de su propio destino:

«(…) antes de los doce años —edad a la cual la mayoría de las mujeres ha decidido ya emprender la carrera de prostituta (o sea, la carrera que consiste en hacer que un hombre trabaje para ella a cambio de poner intermitentemente a su disposición, como contraprestación, la vagina)—, la mujer deja de desarrollar la inteligencia y el espíritu» (Vilar, 1995, 38).

Adicionalmente, en otro apartado de su texto, Vilar anotó que: «Los hombres han sido entrenados y condicionados por las mujeres, como los perros que condicionaba Pavlov, para convertirlos en sus esclavos» (ibídem, 145). Cotejados los pensamientos de una y otra, Greer y Vilar, paracen escribir acerca de dos planetas o de dos humanidades diferentes, siendo la mujer la esclava en opinión de la primera y la esclavizadora en opinión de la segunda. No obstante es posible que ambas tengan razón (es más, por el bien de la construcción y conciliación colectiva debe ser así) y sus vivencias validen sus discernimientos, en especial por cuanto la objetividad es imposible en el tema, y cada quién comprende la política de equidad de género dentro de las fronteras de sus prejuicios o las posibilidades de su clarividencia. En el diálogo armónico de discursos tan disímiles estriba la esperanza de mejores porvenires para la perspectiva de género. Parafraseando a Foucault: el sujeto es más el resultado de procesos de producción y autoproducción a través del efecto mutuo entre el discurso y la práctica; por cuanto la modernidad «no libera al hombre en su propio ser; lo constriñe a la tarea de producirse a sí mismo» (Foucault citado por Byrne, 2002, p. 6).

Veinticuatro años luego de la publicación de El varón domado, en 1995, Esther Vilar, fuera de declararse decidida a cambiar la suerte de su sexo, ratificó que su crítica al feminismo (que veía humillante e ineficaz), radicaba en la provocación y humor. Pero asimismo incluyó al prólogo de la edición conmemorativa dos peticiones con las que todo aquel interesado en la perspectiva de género coincidirá: en este momento, en Bogotá como en el planeta, se requiere «Trabajo para todos, para hombres y mujeres, jóvenes y viejos, y en consecuencia, una jornada laboral más corta para todos» (Vilar, 1994, 17)[27], petición a la que Vilar agregó otra, para lograr una sociedad en la cual los hombres cuenten con más tiempo y las mujeres con mayor independencia económica: «Y tiempo libre para todos (…). Lo que nos falta ahora es sólo el tiempo necesario para poder hacer uso, por fin, de todas esas libertades duramente conquistadas» (ibídem, 18).

Una condición imprescindible en el diálogo entre géneros es detener la carrera de odios que azota a Colombia, la misma para la cual, desde este texto, el autor propone el neologismo “enconomía” (o administración del odio). Al respecto, valdría la pena investigar en forma extensa sobre el cómo la guerra y toda suerte de crimen insertan actitudes violentas en la mente de humana (a tal punto que el concurso de algunas mujeres bogotanas versión 2008 en el pandillismo, el “barrabravismo” deportivo, el sicariato, la delincuencia organizada e incluso la asunción de la mujer de roles directivos en el mundo de las mafias, acaso tengan su raíz en conductas masculinas de dureza, asumidas también por mujeres). La violencia, dicen por ahí, es tan costosa socialmente, que carecer de padres violentos puede ser preferible que tenerlos.

En su obra Narrativa y género, M. Chamberlain y P. Thompson señalaron que los hombres se asumen más como el sujeto de sus acciones, mientras las mujeres viven sus vidas en términos de relaciones, incluyendo parte de las historias de otros en la suya propia (incluida en Byrne, 2002, p. 16). Esta obra, que versó sobre el género en su acepción literaria más que sobre el género en relación con la sexuación deja la impresión de que, quizás, Carl Gustav Jung (1875-1961) sí tenía razón y en la psique humana buscan balance los opuestos: «así, el inconsciente masculino contiene un imagen femenina arquetípica, el ánima, mientras el inconsciente femenino contiene una imagen arquetípica masculina, el ánimus» (Ross, 1998).

En ese sentido, comenta el doctor Kelley L. Ross, que en la mente, inconsciente y consciente, coexisten otro par de arquetipos para Jung: el eros y el logos, y que tal distinción es, de acuerdo a algunos críticos, la más ofensivamente sexista en la teoría de analista suizo, ya que «el eros es la capacidad femenina para la emoción, mientras el logos es la capacidad masculina para la razón» (ibídem). El desafío estaría planteado aquí en liberar la razón femenina y la emoción masculina para escapar a la tiranía de los estereotipos. Ahora bien, para Jung, y para Ross, los hombres «tienden a tener sentimientos irracionales y las mujeres tienden a tener opiniones irracionales» (ibídem). Eso, por supuesto no implica que eso acontezca así en todos los casos, en especial por cuanto (y eso me queda como colofón al escribir esto y leer no sólo a Jung y a Ross, sino a infinidad de autores), el hombre que precisa más liberación es el que habita dentro de cada mujer y —esencial para fines de este ensayo—, la mujer que más debe ser redimida y liberada para resignificar el varón es la que habita dentro de cada hombre, hetero u homosexual. En esa vía, agrega Kelley Ross que en la vanidad femenina hay mucho que es dictado por el modelo patriarcal masculino que habita el inconsciente femenino: «Una mujer no solo sabe lo que un hombre desea, sino que, en tanto hombre inconsciente ella misma, es ella quien eso quiere» (ibídem). En consecuencia, la mujer debe liberarse no sólo de los hombres reales, sino de su imagen interna de lo que atrae a los hombres y algo similar acontecería con los hombres (y su correspondiente interiorización de lo que le gusta a las mujeres).

Tendemos a confundirnos entre: si creemos las cosas por que son, o si las cosas son porque las creemos. Para poder entablar la discusión sobre géneros, y deshacer las estructuras que conducen a conductas erróneas, los hombres requieren dejar de sentir que serán criticados por sus opiniones y poder expresarlas sin presión (cf. Ruxton, 2004, p. 208). Por ello, acaso, el doctor Benno de Keijzer señaló a propósito de la intervención de los hombres en proyectos de género: «Los hombres que solamente asisten a los talleres de trabajo como resultado de presión de los compañeros, de los pares o de las instituciones, generalmente los abandonan» (en Ruxton, 2004, p. 213). Lo cual revela que todo discurso que haga sentir a un hombre que debe ser “reparado” de su patriarcalismo (como un automóvil dañado) espantará al individuo en cuestión. El corolario es cristalino: una caricaturización amistosa de los propios estereotipos puede generar mejores dividendos.

Entre las prácticas a emprender para resignificar el varón en el contexto bogotano con miras a ampliar los alcances de la PPMYG están las siguientes: alfabetizar en género a aquellos hombres que tienen rol poderoso en instituciones y oficinas, pues pueden contribuir a que se liberen cuantiosos recursos económicos para apoyar las acciones correspondientes (Cf. Ruxton, 2004, p. 5). El manejo que se le dé al tema en los medios masivos de comunicación es asimismo vital. Deben evitarse tanto la objetualización de la mujer, y del hombre (mediante la pornografía) como, además en el caso femenino, observar los resquemores que suscita el que una diva de la farándula gane más dinero en un instante que muchos hombres en una vida.[28] De igual forma habría de implementarse, en todos los colegios y universidades del Distrito Capital, una cátedra de “educación en perspectiva de género”. Tal cátedra, en la que (directamente en el caso colegial e indirectamente en el universitario) también participarían madres y padres fomentaría cambios en las nociones de paternidad y maternidad, y con el tiempo, generaría mujeres y hombres cambiantes, y propiciaría el día de mañana la apertura de oficinas de asuntos de género en las empresas (todas las fuentes consultadas para este ensayo confirman la importancia de aproximar lo público y lo privado, o lo personal y lo laboral).

Sin duda, las voces del pasado y las voces del mañana deben encontrarse en los seres humanos, en las personas de hoy, y ello implica que toda bogotana y todo bogotano pueden narrar y afirmar la total historia de sus vidas para que la ciudad posibilite narrar y afirmar la vida total de nuestra historia. Salvar el abismo que media entre lo que creemos que son las cosas y lo que en realidad son, para llegar a lo que anhelamos que sean, implica afrontar los rigores de nuestra cultura de la violencia, prohijada y fruto de la violencia de la cultura. Hay que llegar con mensajes de género a las Fuerzas Armadas, a las fábricas, a los clubes de deportes y, según se mencionó, a los medios masivos. Asimismo se debe indagar en forma constante lo que piensan los más jóvenes, quienes lejos de ser receptores pasivos de modelos están permanentemente forjando nuevos patrones de conducta. La ciudad, y la ciudadanía que le da vida, no puede ni debe estar compuesta por eunucos femeninos y varones domados (por lo mismo, tampoco tiene por qué sufrir los rigores ni de una orquiectomía ni de una ovariotomía masivas). Sería paradójico ir del mundo del padre que suministra y la madre que cuida, al de la madre que suministra y el padre que cuida. Eso sólo cambiaría de lado el desbalance. El punto es construir el mundo de la mujer y el hombre, que se administran y cuidan mutuamente.

Así, hasta la familia misma puede resignificarse en la medida en que nuevos grupos familiares ganen reconocimiento, incluidos algunos constituidos por las comunidades de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales y travestis, LGBTT (el propio soltero puede pasar a ser entendido más como un individuo ‘libre’ o ‘suelto’, y menos como ‘solitario’). Del mismo modo, en tanto subsistan pobreza, desempleo, alcoholismo, drogadicción y niveles educativos bajos, muchas personas continuarán alejadas de las políticas de género. Sin duda, «vivir una vida desesperada hace improbable tomarse en serio los mensajes del género» (cf. Ruxton, 2006, p. 218).

Al ingresar en las líneas finales de este artículo, cabe reiterar que siempre serán insuficientes en el caso del género, los llamados a evitar la generalización (visto que una de las mayores desgracias de la sociedad colombiana ha sido pasar de la estupidez de la generalización a la generalización de la estupidez). Por ende, esta disertación deja como conclusión que una persona, en esta caso un facilitador masculino en procesos de género, hace la diferencia, tanto como la diferencia hace la persona, y que es preciso fomentar —para que el hombre bogotano busque al lado de la mujer bogotana una ciudad incluyente y con equidad de género—, una dinámica continua de aprendizaje participativo y significativo.

Eso, por supuesto, también precisa de constante rebeldía dentro de los propios interesados en la materia: ya lo dice el quiástico refrán: “si hay algo peor que un rebelde sin causa, es una causa sin rebeldes”.

De todos modos una cosa es evidente, intentar responder a la pregunta sobre ¿cómo debería una ciudad (Bogotá en este caso para ejemplo colombiano) incorporar a toda su población masculina al gran proyecto ciudadano por alcanzar la equidad de género? implica que los cambios sean nutridos, promovidos y sostenidos indefinidamente. Nunca acabarán. Pues en este tema, vale una excepcional generalización que escapa a la regla de la estupidez: todo instante es comienzo.

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Notas:

[1] Por supuesto para efectos de este artículo “matriarcal” alude a la primera acepción que de matriarch (o, en español matriarca) da el Webster’s College Dictionary, tal cual traduce el autor, esto es, “al mando y al gobierno de las mujeres”, más que a lo “maternal” —derivado de su condición de madres— que, tan a menudo han reivindicado e incorporado a sus discursos las religiones y la sociedad de consumo más para avalar silenciosamente el subordinación de la mujer que para cualquier otra cosa.

[2] (Cf. Hermenéutica en Diccionario de la Real Academia Española [DRAE])

[3] (Cf. Martín, 1988, p. 65, vid. “Hermafrodito”).

[4] (Ibídem, p. 100, vid.“Pandora”).

[5] Comentario del autor.

[6] Resaltados del autor.

[7] Los subrayados son del autor.

[8] Vid., Redacción Nacional, EL TIEMPO, 2007, p. 1-6. Todos los porcentajes de aquí en adelante son calculados por el autor a partir del artículocitado.

[9] Ibarra Socarras, Carlos, en El TIEMPO, 2007.

[10] Thomas, Florence, citada en ibídem.

[11] Vid., Mohr, George J. (reviewer) of “Psychology of Sex Relations: By Theodor Reik” en Psychoanalytic Quarterly, 15:523-525 en http://www.pep-web.org/document.php?id=PAQ.015.0523A.

[12] Cf. Ibídem. Traducción y paráfrasis del autor.

[13] Cf. Ibídem. Traducción y paráfrasis del autor.

[14] Reik, Theodor, famous quotations citado en http://en.thinkexist.com/quotes/theodor_reik.

[15] Traducción del autor.

[16] Correa Olarte, María Eugenia, op. cit., página 33.

[17] Arreaza, Catalina. y Tickner, Arlene B, “Postmodernismo, postcolonialismo y feminismo: manual para (in)expertos” en: Revista Colombia Internacional, No. 54, enero-abril, 2002. p.18., citado por Correa Olarte, María Eugenia en ibídem, página 34.

[18] Arreaza, Catalina. y Tickner, Arlene B, op. cit., 2002, p.29, citado por Correa Olarte, María Eugenia en ibídem, página 34.

[19] Wheelis, Allen. The path not taken: reflections on power and fear (1990) citado en
http://www.positiveatheism.org/hist/quotes/quote-w0.htm.

[20] Heidegger, Martín, SER Y TIEMPO, Traducción, prólogo y notas de Jorge Eduardo Rivera, nota explicativa número 114., P. 434.

[21] Vid. Ziarek, Ewa, “Kristeva and Levinas: Mourning, Ethics and the Femenine” pp. 62-78).

[22] Repárese en las coincidencias entre esta noción y las del psicólogo y zoólogo David P. Barash y el psicoanalista Thedor Reik previamente contempladas en este artículo.

[23] Obsérvese cómo, gracias a un aligeramiento de los criterios piramidales de la clasificación racional propia del cientificismo patriarcal heredado de la Ilustración, convergen los intereses de causas excluidas que buscan, por ejemplo, equidad de derechos para las mujeres, los negros, los homosexuales, e incluso lo que se ha denominado “la cuestión animal”, en cuanto trato justo para con los animales y la naturaleza en general.

[24] Vid. Foreword, en Ruxton, Sandy, op. cit., página vii y Cf. Ruxton, Sandy, op. cit. Appendix, Commission on the Status of Women, Forty-eighth session 1–12 March 2004, The Role of Men and Boys in Achieving Gender Equality, Agreed conclusions 12 March 2004, as adopted, vid. númeral 6 (acciones a tomar), p. 231-234. Todas las traducciones de documentos en ingles son del autor de este artículo.

[25] La cursiva entre paréntesis es del autor.

[26] Ruxton, Sandy, op. cit., página 8.

[27] La itálica es del texto original.

[28] Aunque bien pensado, lo mismo es válido para las estrellas del modelaje masculino respecto a las
mujeres normales, lo cual abre otra dimensión problemática.

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