jueves, julio 28, 2005

E15 Los beneficiarios de la enemistad

Los beneficiarios de la enemistad
originalmente publicado en la sección "El columnista virtual" del diario bogotano El Espectador (www.elespectador.com)

De la completa radiografía explicativa que calificados columnistas trazaron en El Espectador (semana del 10 al 16 de junio de 2005) sobre los ataques a Londres, descuella el lúcido planteamiento del Premio Pulitzer 2002, Thomas Friedman (al señalar que las autoridades religiosas musulmanas siguen sin condenar a bin Laden, y afirmar que el sobresalto continuará hasta cuando el pueblo musulmán y sus guías espirituales decidan reprobar y aislar a los extremistas que alojan en su interior); de igual forma aparece fragmentaria la argumentación del sociólogo y político Eugenio Gómez Martínez cuando apunta —tras consignar que “No hay justificación alguna” para los hechos— que según los fanáticos jihadistas “España fue cruel y avasalladora contra los islamistas en tiempos de los Reyes Católicos”... En reciprocidad habría que mencionar los casi ocho siglos de intromisión islámica en suelo español transcurridos entre el año 711, en que los beréberes comandados por Tariq ibn-Ziyad cruzaron Gibraltar para sojuzgar la península Ibérica y derrotar al visigodo rey Rodrigo, y 1492 cuando Boabdil se rindió en Granada... So pena de incurrir en exposiciones parciales, como las de numerosos intelectuales e historiadores occidentales hostiles a George W. Bush y al predominio mundial de Estados Unidos, que para denunciar la abusiva invasión norteamericana del suelo iraquí la definieron como un atropello a la venerable cultura musulmana allí asentada (sin referir que, en 641, los ancestros de esos mismos venerables musulmanes habían a su turno atacado la Mesopotamia donde hoy queda Irak y destruido la provincia del imperio persa Sasánida que entonces florecía allí)... Todo porque la moda es posar de antiimperialista, encontrar solamente iniquidades en el rol histórico de la Iglesia Católica y describir los brutales desmanes de las cruzadas comenzadas en 1095 —olvidando, eso sí, que 363 años antes de dichos episodios, el ejército de Carlos Martel frenó en Poitiers el asalto islámico sobre Europa (¿las “medialunadas”?)—, ¿Quién asegura que de haber sido otras las circunstancias, una eventual superpotencia musulmana sería mejor árbitro del destino planetario de lo que hoy son los Estados Unidos?

Como sea buscar pretextos históricos para echar culpas a uno u otro bando es lamentable despropósito, máxime cuando lo que importa no es cuál arrojó las primeras piedras, sino cómo conseguir que ambos se abstengan de continuar arrojándolas, hay demasiado en común entre Occidente y el Islam como para permitir que se imponga la visión segregacionista de feroces minorías radicales. Tal como anotó hace un año el periodista británico Jasón Burke, Al Qaeda es más una ideología que una organización (según él, la palabra árabe ‘qaeda’, que traduciría tanto “base de operaciones”, como a “método” o “precepto” es comprendida por los terroristas suicidas en este último sentido)... La gran amenaza es que el “alqaedismo” lo extiendan por el orbe grupúsculos criminales generando de paso —por efecto de acción y reacción— un “para-alqaedismo” como contraparte occidental. Por ello, bien harían las autoridades mundiales en buscar posibles beneficiarios de la enemistad entre musulmanes y cristianos, perversos interesados, a uno y otro lado del espectro religioso y cultural, en fomentar la discordia para acrecentar su poder o enriquecerse con ello (ayatollahs, fabricantes de armas, incluso vendedores de millonarias pólizas de seguros... la lista de sospechosos es considerable). Esos nefastos, y aún anónimos incitadores, serían la versión global de aquellos bullangueros que en los colegios gritan “dele, dele, dele” al primer conato de riña entre compañeros animando a los eventuales contendores a agredirse, quienquiera que sean y sin saber siquiera el motivo del altercado.

Los alcances del asunto escalofrían, bastaría una explosión durante una peregrinación masiva a la Meca, o en una concurrida bendición papal en la Plaza de San Pedro en Roma (en especial si gente con intereses sectarios consiguiera tras ello convencer a los creyentes de la fe vulnerada de que los responsables encarnan el sentir de los fieles de la otra) para abrir heridas que tardarían milenios en sanar.

2 comentarios:

Roberto Iza Valdés dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.