sábado, diciembre 02, 2006

Izquierdiseño E34

Izquierdiseño


Fue en la Villa de Leyva.
Junto a mí, varios niños corrieron hacia la fuente central de la plaza. Un campeón dominó la ruidosa tropilla y, adelantándose a todos, alcanzó el circular borde de la pileta. Giró, sonrió a sus compañeros, y profirió un grito que inmortalizó en mi memoria aquel mediodía boyacense: “Ganamoooos”.

Alegre y sincero. En vez del “gané” distintivo de adultos y adolescentes, ese pequeño dijo “ganamos”. Y ganaron, claro. Él y muchas caritas radiantes que intervenían en ese estallido de energía infantil sin competencia. Cuánto provecho comportaría para los diseñadores industriales colombianos imbuirse del espíritu que guió el alarido triunfal de aquel cachorro humano.
Innovación, fácil uso, belleza práctica y replicable. Prestigio, evolución conceptual, refinación estratégica para conferir valor estético y funcional a servicios, productos y sistemas. Cada semestre la musa académica susurra tales cánticos al futuro diseñador. Y él (o ella), alucina vislumbrándose dueño de Lápices de acero y galardones internacionales, u objeto de especiales televisivos y notas periodísticas.

Destacarse en estudios internacionales, acreditar empresas propias, ingresar al círculo del poder y la moda, convertirse en campeón del reino formal, consagrarse con novedades comerciales. Enriquecerse. Eso es actuar derecho en la nación del diseño industrial; hermosa y múltiple actividad quimérica y egocéntrica, incomprensible aún para las multitudes locales e incapaz hasta hoy de encumbrar el sur de Bogotá, o las comunas de Medellín, o de rescatar, para remitirla al mundo, tanta identidad colombiana extraviada en campos devastados por la violencia.

Al país pasional “proexportado” (mediante publicidad disfrazada de patriotismo) y al real, los separa más territorio arrinconado del que sería menester transitar para ir del impreciso paraiso, donde componendas políticas e intereses multinacionales lo absorben todo, hasta el edén recóndito del cual surgirán los productos exigidos por la coyuntura histórica. Inmersos en el juego del ego solitario, los diseñadores industriales olvidan que Colombia necesita el concurso de su profesión completa, más que el de éste o aquél profesional. Nuestra nación jamás abandonará el tugurio del subdesarrollo gracias a proezas personales, a particularismos histriónicos, o al afán roba cámara de cinco figurines. Para el bienestar masivo aporta más un segundo de sensatez que medio siglo de reputación. Consciente de ello, Germán Charum, mi colega docente en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, dijo: “nuestro gelatinoso gremio pide a gritos un Tribunal Ético de Diseño (TED) que determine los valores rectores de la profesión y la consolide ante el gobierno nacional cimentando un marco legal que la refrende como actividad socialmente responsable”.

En esta era de profesiones pervertidas (egonomía, periogrismo, ingeniebría, arquitortura, abrogacia, muerticina, putricidad, tontaduría, bizcología, etcétera) pienso, como Germán, que para evitar que la nuestra degenere en desdeño, o en desgreño industrial, los diseñadores locales ––cuyo oficio ofrece alternativas coloridas para la desteñida existencia del ciudadano promedio–– podrían, si quisieran, levantar el puente que lleve a Colombia del siglo XIX al XXI. Paradójicamente, para obtener mejores oportunidades económicas, es crucial “desmercantilizar” la profesión y humanizar los criterios para medir su éxito (ciertamente, brindar confort y prosperidad a otros debe prevalecer sobre acumular ceros a la derecha en el banco o sumar referencias al propio nombre en almacenes elegantes).

Hay que mirar en otro sentido. El clic izquierdo importa (y no solo en el ratón del computador). Recordemos que “siniestro”, el aterrador sinónimo de zurdo, antes que expresar “malvado” alude, por su raíz latina “sinus” (bolsillo), al recurso ocioso. A una forma inversa y a menudo desestimada de proceder. Saquemos la mano inactiva del bolsillo. Es asunto de balance. No de maldad o ineptitud. El complemento natural del diseño derecho —que tantos juzgan hoy único—, es un izquierdiseño más interesado en compras disfrutadas que en ventas disparadas. Un diseño zurdo presto a decir “lo hicimos” en lugar de “lo hice” y, sobre todo, pronto a preguntarse siempre: “¿Les sirvió?”

Es más, el izquierdiseño ya comenzó. Eso indican artículos como “¿La definición de diseño industrial? Está justo ahí, en el título” escrito (en inglés) por Gadi Amid en http://www.core77.com/. Amid, director de NewDeal Design (estudio de diseño de San Francisco, fundado en 2000, y hoy entre los diez más grandes de Estados Unidos, http://newdealdesign.com/), consignó allí algo que me encanta traducir: “El diseño es industrial cuando sintetiza lo visual, lo emocional, lo funcional y lo cultural (o crea objetos deseables con propósitos prácticos)… siempre y cuando puedas empacarlo repetidamente y comercializarlo a un precio por el cual tú pagarías si fueras el comprador”...

Ante semejante muestra de consideración hacia el prójimo (no cliente) mis ojos se humedecen. Sin duda el diseño industrial está próximo a florecer en una época cuyo lema serán las palabras de aquel prodigio de superación que fue Hellen Kéller: “La auténtica felicidad no se obtiene a través de la auto glorificación, sino a través de la fidelidad a propósitos dignos”. Por eso, mis queridos diseñadores, de cuando en cuando, les sugiero curiosear a su izquierda. Si tienen suerte escucharán un susurro infantil: Ganamos...

No hay comentarios.: