sábado, abril 02, 2005

E11 Teoría de las groserías parte segunda


Malas Palabras (Parte segunda)

Por: Alfredo Gutiérrez Borrero
Originalmente publicado en
www.proyectod.com el 15 de abril de 2000

Tras aclarar que las groserías cumplen una importante función en la historia y el desenvolvimiento sociocultural humanos (aunque se quiera negarlo), voy a continuar justificándolas. De paso contribuiré a desenmascarar el fraude que la miopía normativa ha cometido al censurarlas, mutilando los idiomas de tal forma que la mayoría de los diccionarios —supuestamente ‘bien hablados’—, al recopilar exclusivamente buenas palabras, se convierten en selecciones adulteradas de lenguajes inexistentes que podrán verse primorosos en los libros pero los cuales nadie habla en las calles.

Porque no existen.

El humor y la curiosidad, la inventiva, la generosidad y la originalidad, el impulso artístico y la fecundidad; todas esas particularidades deseables del comportamiento humano encuentran su fundamento y potencia en los actos básicos orales, anales y genitales de comer, defecar y copular. En su libre realización y en su natural aceptación. Por consiguiente, si la moral es la disciplina que señala los procedimientos que deben seguirse para hacer el bien y evitar el mal, lo evidentemente inmoral es que la grosería siga siendo condenada para justificar los prejuicios: esas opiniones que la mayoría de la gente, incapaz de reflexionar por cuenta propia, expresa sobre algo sin tener verdadero conocimiento de ello; sin querer queriendo, porque todos lo hacen o siempre se ha hecho así.

Lo triste del asunto es que ni todos lo hacen ni siempre se ha hecho así; pero amamos los prejuicios porque nos evitan pensar y nos hacen perezosos compulsivos, gente que llega tarde al cinema y se va del teatro cuando la película aún no se acaba (¡y luego se atreve a decir que sabe de cine!); gente que aunque no lee un texto de más de dos cuartillas (porque es muy ‘largo’) lo ojea y lo comenta con gran propiedad. Gente, en fin, que encendió hogueras, levantó cruces y construyó guillotinas en las cuales quemar, crucificar y decapitar a cualquiera lo suficientemente valeroso, o estúpido, como para recordarles su capacidad de pensar.

Todo lo que contradice la tradición y los modales decretados es inmoral. Mas no es preciso que un raciocinio o una teoría inmoral sea algo maléfico, antes bien un adelanto en el ámbito del pensamiento o de la práctica es presuntamente inmoral hasta que tiene a la multitud de su parte. Por tal motivo es conveniente salvaguardar a la inmoralidad frente a las agresiones de quienes tienen la costumbre por canon exclusivo y estiman que cualquier desobediencia a la rutina —que es su moral— es un asalto contra la comunidad, la religión y la buena conducta.

Es la inmoralidad, no la moralidad, la que requiere cuidado, es la moralidad no la inmoralidad la que debe ser limitada; ya que la moralidad usa el peso inútil de la pasividad y del fanatismo humano para hundir al que explora, con toda la crueldad indiferente del convencionalismo.

Es cierto que comunicarse de modo soez jamás ha redimido a alguien, pero eso es válido especialmente en la civilización domesticada a punta de matrículas e impuestos donde la gente cree que aprende mediante el hecho de dar a las instituciones un dinero para costear su educación. Nada más engañoso: para un ser humano la educación fundamental no es la que le dan otros sino la que él mismo se da. Pero, con su comodidad sometida al interés adulador que busca escalar una pirámide social, el que acepta hablar en idioma estudiado de puertas para afuera (y ante quien le conviene) relega la sinceridad ‘grosera’ a segundo plano. Sin embargo en privado suelta una palabrota cuando su equipo favorito de fútbol anota un gol, o la exclama al golpearse el pie contra un mueble. Y así términos versátiles que connotan alegría, tristeza o rabia, socialmente se reducen a ofensas verbales de uso restringido.

Pese a ello la expresión obscena ayuda, como una modificación rítmica, a producir un intenso efecto en el estilo del discurso verbal y escrito. Puede provocar en un lector o en una audiencia un estallido de risa, atraer súbitamente la atención perdida, o causar una perturbación rojiza en el cutis del dueño o dueña de unos ojos u oídos demasiado virtuosos (o apretados). A menudo su poderío depende de que se use con su crudeza más ‘negativa’. No obstante la grosería sufre como cualquier otra palabra de abusos expresivos por lo que hay que protegerla del desgaste descuidado, insensible y fastidioso que le dan los holgazanes de pensamiento. Los que la usan sin inteligencia.

Digamos que los auténticos ‘malhablados’ son quienes hablan deficientemente; empleando groserías o empleando cualquier otra palabra. Esa es la gran realidad: no hay groserías, sino groseros. Desde Francisco de Quevedo hasta Gabriel García Márquez, por nombrar sólo a los de lengua española, muchos grandes de la literatura usan las malas palabras.

¿Se atreve alguien por ello a decir que son groseros?

Como expresiones las groserías poseen una eficacia contundente para designar un órgano, una situación o un acto eliminando molestos tapujos y ficciones cursis. En consecuencia deben aprovecharse (ni mejor, ni peor) como cualquier vocablo, desnudándolas de su aspecto clandestino. Sólo así se evita el problema planteado por las taras culturales y se logra que mucha gente deje de oír insultos donde no los hay.
El uso de expresiones indecentes en el sermón oficial, gubernamental, social, público o universitario revela que no se admite límite entre lo que se esconde y lo que se muestra, ni distinción entre la lengua pública y la lengua íntima, o entre un habla ordinaria y un habla sapiente. No puede haber jerarquías dentro del lenguaje académico; pero el problema es que a veces al hablar francamente se estrella el orador con las costumbres más fáciles, la pereza mental y la debilidad de los pensamientos primitivos. No obstante la mala palabra bien usada indica un esfuerzo por volver a pensar en las cosas, el cual al prescindir de las prácticas expresivas comunes puede reconocerse como comienzo de un proceso liberador.

El discurso obsceno es descarado, emprendedor, desenvuelto, resuelto, determinado e inmoral. Y asimismo libre. Al ser inmoral va contra lo moral que es ético, normativo, legal y formal; y además contra eso espiritual que es puro, sin mezcla, sin mancha, no alterado, ni viciado, incorrupto e intacto; afecta lo que no ha sido tocado, lo que está completo y no ha sufrido ningún daño. Incorrupto es lo no dañado: pero el daño, conviene anotar, puede ser deterioro o también cambio, un cambio impúdico porque hiere la castidad (que de todos modos es un atributo antinatural, pues cualquier planta o animal ‘casto’ se quedaría sin descendencia y renunciaría a su misión de perpetuarse en el ciclo evolutivo).

El uso de malas palabras, cínico e imprudente, facilita la franqueza de decir las cosas sin engaño; por eso al individuo obsceno se le denomina licencioso porque es contrario a la decencia (que es la ‘limpieza’ de las buenas costumbres) e igualmente libre: tiene libertad para obrar o no obrar, no es esclavo ni está bajo la dependencia absoluta de otra persona que lo ha comprado, no está sujeto al dominio de un folklore o de alguna cosa (no está sometido: ni al deber, ni a la palabra empeñada, ni a nada).

Curiosamente obsceno es también lo picante y mordaz, lo que absorbe y corroe, lo áspero y cruel, lo pornográfico y erótico. Ahora bien, al rastrear sus orígenes ‘pornográfico’ significa ‘escrito acerca de prostitutas’ pues procede del griego ‘pornográphos’, (derivado de ‘porno,’ que viene de ‘pórne’ que traduce prostituta), y de graphos (que designa algo dibujado o escrito).

El mencionar las prostitutas, me obliga a hablar de la prostitución que es el acto de comprometer el cuerpo en contacto sexual para recibir dinero, pero además el emplear los talentos y habilidades de un individuo en algún uso indigno únicamente por moneda. En la prostitución el cuerpo o el talento, o ambos, se venden a un cliente que supuestamente siempre tiene la razón. Como casi nadie hace lo que en verdad desea hacer y la gran mayoría se dedica a hacer lo establecido, no es sorprendente que el lenguaje financiero sea tan similar al lenguaje usado en los prostíbulos. O ¿quiénes hablan más de satisfacer al cliente?

¿Las prostitutas o los empresarios?

Precisemos que la palabra cliente viene del término latín ‘cliens’ que es una persona que busca la protección o influencia de alguien más poderoso; y que a su vez ‘cliens’ está relacionado con otra expresión latina, ‘clinare’, que significa doblarse, inclinarse o arrodillarse.

De improviso surgen ante nosotros muy sutiles pero potentes relaciones, entre la prostitución, los negocios y la religión. El propio Abraham padre del pueblo judío y punto de partida para toda la tradición religiosa cristiana, fue concebido en Ur de Caldea por una práctica llamada por los entendidos: ‘prostitución sagrada’ que hacía que, una vez en su vida, las mujeres de la ciudad de Ur fueran al templo a entregarse a un extraño, para concebir, a cambio de la donación en dinero que éste hacía al santuario. Así, simbólicamente hay un vínculo entre la prostituta, la empresa y Dios como entes poderosos a los que busca el cliente para inclinarse ante ellos, sea para copular, comprar o adorar. Para muchos puritanos sugerir tal conexión es grosero por no decir blasfemo. Y todo porque esos tres arquetipos tienen que ver con la satisfacción de tres tipos de placer a los que el humano aspira: al placer carnal en la prostituta, al placer económico en la empresa, y al placer espiritual en Dios (o mediante los oficios de sus delegados los sacerdotes, rabinos, imanes y pastores en las diversas religiones).

Debido a ese deseo de gobernar —y someter, que unos individuos siempre tendrán para con otros— es que sobre el placer: esa necesidad básica del ser humano de alegría, gozo, diversión, entretenimiento, dicha y júbilo, pesan tantas restricciones. Para dominar al individuo corriente es necesario convencerlo de que es pecaminoso disfrutar, es decir es una desobediencia contra la ley divina el sentir exagerado goce y un delito contra la ley humana el procurarse satisfacción en exceso. Los que quieren mandar son los que han inculcado sobre los sumisos las nociones del sacrificio y el esfuerzo, aquellos que esclavizan a la mayoría con una larga semana laboral y establecen unas horas o unos días de recreo. Todo dosificado, medido, limitado. Sufre ahora, ríe después. Soporta en esta vida y se te premiará en el cielo.

En tal sentido y mediando especiales circunstancias la grosería, un desacato a tales mandatos, puede ser un pecado y un crimen. Porque rompe los limites, el monopolio sobre el bienestar que tienen los gobiernos, los grupos religiosos y los censores morales. Por eso es que además de ofender, la grosería genera risa.

Más fascinante aún es la afinidad que hay entre los conceptos de Dios, el dinero y el amor. Para comprenderla hay que señalar que otro sinónimo de ‘grosero’ y ‘pornográfico’ es ‘erótico’: entendido lo erótico como aquello que despierta la pasión carnal. Sin embargo erótico, viene de Eros que es el nombre griego del amor.

Eros (Cupido para los romanos), era un dios griego caracterizado como un niño alado y dotado de un arco a cuyo imperio se sujetaban los asuntos amorosos. Por tal móvil se le imaginaba como camarada y a su vez como hijo de Afrodita, la diosa del amor. Pero la potencia de Eros se entendía igualmente en un sentido cosmogónico. Como factor de coherencia entre los componentes que dan vida a las diversas formas de la realidad; en ese sentido se le consideró como uno de los seres primigenios, increados que figuraban en el mito de los orígenes del mundo.

Las principales religiones sostienen que Dios es amor.

Pero los ateos radicales dicen que el cuento de Dios es pura ‘Mierda’.

Mierda es la forma prohibida de referirse a la materia fecal, y los alquimistas del Medioevo buscaban transformar en oro esa misma sustancia. Al compararla simbólicamente con el oro el inconsciente humano revela el gran valor que ésta tiene.

Por esa, y muchas otras razones el psicoanálisis dice que el dinero es una representación abstracta de la materia fecal. La costumbre dice que hay que lavarse las manos después de defecar y también tras manipular dinero. La verborrea cotidiana habla de dinero sucio, o mal habido, y de dineros limpios y bien habidos. Aprovechados son quienes desean ganar mucho dinero sin hacer ‘ni mierda’.

Y muchos dichos populares dicen que el amor no se compra con dinero, mientras la sociedad da tamaña importancia al bienestar económico en la estabilidad de pareja.

Y podemos suponer que tampoco a Dios se lo compra con dinero, y sin embargo las religiones institucionalizadas se mantienen gracias a limosnas en dinero.

Así que aunque lo erótico pueda ser lujurioso, obsceno y vicioso es también relativo al amor; y si el erotismo es una afición desmedida al amor, ¿resulta que Jesucristo, San Francisco de Asís y compañía son eróticos?

¿Y qué relación tienen las malas palabras con la curiosidad?:

Si el niño siente placer succionando su chupo o su dedo, se le obliga a dejar de hacerlo, se le dice que sus dientes se torcerán y que al dormir meta las manos bajo las cobijas, (pero más adelante cuando el niño descubre allí otros sitios placenteros que hay en su organismo —y se los explora y acaricia— se le obliga a sacar las manos y ponerlas sobre las cobijas). A cada instante se le fijan reglas y límites. Al negársele el descubrimiento de sus genitales y su ano se le limita la curiosidad en general y se lo convierte en un conformista por el resto de sus días.

Esos es un error, porque los miembros de un niño que crece han de estar libres y moverse con facilidad dentro de sus ropas. Nada debe limitar su crecimiento, ni obstaculizar su movimiento. No hay que pretender concretar la personalidad, lo cual es sólo otra manera de deformarla. Muchas anomalías de cuerpo y mente pueden achacarse al hecho de querer hacer de muchos seres humanos lo que no son.

Y ¿qué tienen que ver las malas palabras con el humor? Bien, los humores corporales son las sustancias fluidas: la sangre, la orina, la bilis, la linfa, el semen, el sudor, etcétera., cuyo libre correr determina la salud y el estado de ánimo; pero humor es asimismo la condición de alegría o tristeza, de felicidad o enojo; sólo cuando el individuo puede referirse a, o usar sin impedimento, cualquier parte de su cuerpo tiene buen humor.

Por algo según el vulgo cuando alguien se desternilla se ‘caga’ de la risa.

¿Y qué vínculo hay entre las malas palabras y la inventiva?, para hacerlo evidente habría que referirse al doble sentido que tiene ciertamente el lenguaje; sin mucho esfuerzo casi toda frase puede ser usada en el contexto de un acto sexual imaginario. Como prueba de ello basta escuchar cualquier conversación e imaginar simultáneamente que sus protagonistas están copulando. Siempre funciona. Así la palabra es sexo y por ello la Biblia dice que en el principio fue el verbo.

¿O sería el vergo?

Ahora bien ¿cuál nexo hay entre malas palabras y: generosidad, originalidad e impulso artístico?

Para explicarlo hay que pensar en la materia fecal: el único ‘objeto’ que el cuerpo produce involuntariamente. Los simios, y los hombres primitivos se fijan mucho en la materia fecal ajena: si es abundante y homogénea indica salud y vitalidad, si está impregnada de sangre indica enfermedad o peligro (los grandes antropoides hacen deposiciones con sangre al ser molestados, y quizá la afección de hemorroides del humano moderno esté más relacionada con ese mecanismo de alarma prehistórico que con la dieta¡). En ese sentido la materia fecal es la primera señal de tránsito a la vera de la autopista de la historia.

Algunos antropólogos sostienen que el hecho de que tengamos dos intestinos tiene que ver con el paso de la comida dos veces a través del tracto digestivo: por ello, señalan, en principio todos fuimos coprófagos; lo cual es evidente en la conducta de los gorilas, animales que cuando tienen deficiencias proteicas defecan en su mano para digerir de nuevo el alimento. Y comen el excremento tibio. Otras teorías anotan que ese consumo de excremento fue la base de la costumbre hoy mundialmente extendida de calentar el alimento (algo que fuera del humano no hace ningún animal en la naturaleza).

Anota también el psicoanálisis que desde temprana edad en la vida, el niño advierte que el excremento es una parte de su cuerpo que puede expulsar o retener, y que sus padres se interesan mucho por la forma como lo hace. Es el primer regalo, decía Freud, que el niño hace a su madre. Envolverlo en pañales es el punto de partida del culto al empaque. Según como se aborde el tema en nuestro entorno infantil algunos nos hacemos ahorrativos y modestos (o estreñidos) y otros derrochadores y creativos (o sueltos). Algunos coleccionamos y otros regalamos; por ello, pedos, ventosidades y flatulencia, eructos y demás siguen siendo motivo de chiste en especial en el sexo masculino a lo largo de toda la vida. Y si por cualquier motivo no hay placer en esas actividades, surgen inevitablemente trastornos físicos y emocionales.

Al estudio de los excrementos se lo denomina escatología (del griego ‘skatos’ excremento y ‘logos’ tratado) aunque además, escatología es popularmente una broma indecente. Pero los misterios prosiguen, pues escatología es también la doctrina referente a la vida de ultratumba porque en griego ‘eskatos’ es asimismo ‘lo último’.

Como sintetizar en un libro la teoría general de la grosería no es la idea en este instante. Añadiré por ahora que lo obsceno es también morboso, y morboso es lo relativo a la enfermedad. Mas si la enfermedad es una alteración en el funcionamiento orgánico: ¿Quién, entonces, funciona mejor? ¿el que se ‘prohibe’ algunas partes de su cuerpo, o el que les da a todas libertad y se refiere a ellas sin ningún misterio?

A los posibles perturbados por esta disertación, les dedico como reflexión final el capítulo 10, versículo 26 del evangelio de San Mateo qué dice: “Así que no los temáis; porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto que no haya de saberse”.

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