sábado, abril 02, 2005

E9 De rodillas y minifaldas, ensayo


La rodilla británica


Por: Alfredo Gutiérrez Borrero
Publicado originalmente en http://www.proyectod.com/ (abril 15 de 2000)

Aunque, con sus 218040 kilómetros cuadrados, la Gran Bretaña es por su tamaño la novena isla en el mundo (después de: 1. Australia, 2. Groenlandia, 3. Nueva Guinea, 4. Borneo, 5. Madagascar, 6. Baffin, 7. Sumatra, y 8. Honshu), es quizá la más importante tierra insular en la historia humana. Antigua colonia romana, punto de fusión racial (de pueblos celtas como los Britanos, los Escoceses, y los Galeses; y de gentes germánicas tales como los Anglos, los Sajones, los Daneses y los Normandos), asiento secular del poderoso Imperio Británico, madre patria de los Estados Unidos de América y territorio originario del inglés, máxima lengua internacional del presente; la Gran Bretaña es (además de un influyente núcleo cultural, industrial e histórico) una región fuente de curiosas tradiciones y cuna de singulares modas. Y son los Británicos, los oriundos de allí, más que cualquier otro pueblo del globo, la colectividad que tiene en mayor estima esa coyuntura que todos tenemos en medio de la pierna. Pocas articulaciones en el cuerpo humano han sido tan fundamentales en las costumbres de un pueblo como la rodilla en Gran Bretaña.

¡Y una rodilla que, además de usarse para reverenciar a Dios o mostrar lealtad a los reyes, escribe la historia es una rodilla cuya historia merece escribirse!

Podría pensarse que desde antaño la falda fue una prenda de vestir propia de las mujeres, pero no es así: hombres egipcios, babilonios, judíos, asirios y persas de todas las clases sociales usaron falda durante la antigüedad; y falda usaron también muchos héroes griegos, cartagineses y romanos; de falda vistieron los troyanos Héctor y París, y los griegos Aquiles y Ulises, Aníbal el Cartaginés, Alejandro Magno, e incluso, en una que otra ocasión, el propio Jesucristo.

Una falda, es de suponer, llevaba puesta Julio Cesar una mañana del año 55 antes de Cristo, cuando con mil doscientos legionarios romanos —todos vistiendo falda como parte de su indumentaria militar— desembarcó en la costa de Kent y se enfrentó con terrible violencia a un grupo de semidesnudos britanos.

Aunque las legiones salieron vencedoras, el resultado de la contienda fue dudoso, pocos días después Cesar tuvo que regresar a pacificar una rebelión en la Galia (hoy Francia), y pasaron más de cien años para que los romanos pudieran ufanarse realmente de haber conquistado la Gran Bretaña (o al menos una parte de ella, porque jamás pudieron dominar a los feroces pictos escoceses).

Lo especial en aquella batalla entre los dirigidos por César y los británicos fue que los guerreros de ambos bandos exhibían a la intemperie y a los golpes enemigos sus viriles rodillas

Desde entonces, cuando Inglaterra aún no pensaba despertar como nación en la mañana de los tiempos, la Gran Bretaña fue una tierra en la que las mujeres de casi todos los grupos étnicos escondían sus rodillas. En contraste los hombres, como muestra de su vigor, aun en el crudo invierno las dejaban ver.

Los rudos y paganos caledonios de las tierras altas o Highlands del norte de Escocia, vestían en la paz y en la guerra las antecesoras de esas faldas de lana plegadas que el folklore ha conservado hasta nuestros días. Se llaman ‘Kilts’ (del danés ‘kilte’ que significa ‘arroparse’), llegan hasta la rodilla y están tejidas en un motivo que presenta cuadros de varios colores, de los cuales cada clan tenía su diseño particular.

La gran ironía es que las faldas a cuadros ‘escoceses’, que visten en sus uniformes las señoritas en todos los colegios del mundo al estilo occidental, tienen su origen en ese kilt, masculino y guerrero, de los clanes escoceses.

Hay que recordar que el clan escocés era un grupo de familias cuyos jefes descendían de un antepasado común, y que la palabra ‘clan’ deriva en últimas del latín ‘planta’ que significa retoño tierno del árbol (Lo cual sugiere una interesante relación entre los vegetales y la cultura. Pero esa es otra historia).

Con la misma tela, denominada tartán, de lana tejida con bandas de diferentes colores y anchos que se cruzan en ángulos rectos, se confeccionaban los ‘plaids’ (‘mantas’ en idioma gaélico-escocés) que los caballeros de esos clanes de las Highlands llevaban sobre el hombro izquierdo. Y de allí surgen todas las bufandas y cobijas ‘escocesas’ que abrigan al mundo.

Empero no sólo los escoceses amaban las faldas y el mostrar las rodillas, también los britanos lo hacían. Por eso en Gran Bretaña, aunque los cánones mundiales de la moda indicaran otra cosa, la adopción de los pantalones largos que viste el hombre moderno fue lenta. Incluso en tiempos de las armaduras numerosos británicos prescindieron en batalla de la ‘poleyn’ o cobertura metálica para la rodilla. Muchos regimientos usaban los ‘trews’ o pantalones cortos ceñidos de tartán, que dejaban ver la rodilla, y aun actualmente numerosos de los uniformes estudiantiles masculinos usan pantalones cortos. En los lóbregos y helados días invernales británicos, los patios de juego están salpicados de rodillas descubiertas saturadas de protuberancias y señales y lacerantemente enrojecidas, de ejércitos de jóvenes que portan pantalones cortos de variados tonos con calcetines largos.

La prudencia recomendaría que se abrigaran a pesar de ello la prudencia le importa poco al orgullo nacional británico.

Y es que, auténticamente, para los pueblos de la Gran Bretaña exponer las rodillas siempre ha insinuado tenacidad masculina: además de evocar los atavíos castrenses de los primitivos britanos, y escoceses, estas articulaciones también se asocian con el gran linaje de exploradores, y forjadores del Imperio que siglo tras siglo dieron renombre a la isla. Ocultarlas evidenciaría el agotamiento del carácter nacional.

De la Gran Bretaña partieron a recorrer junglas, nieves y desiertos, con la rodilla desnuda hasta donde el clima lo permitiera, entre otros muchos exploradores, ingleses, como: Sir Francis Drake (1540-1596) el famoso corsario que dio la vuelta al mundo, Sir Walter Raleigh (1552-1618) el legendario favorito de la reina Isabel, James Cook (1728-1779) marino explorador de Australia y Nueva Caledonia asesinado en una riña con nativos hawaianos, Cecil Rhodes (1853- 1902), multimillonario a los diez y nueve años por la explotación de diamantes, quien consolidó el dominio británico en el sur africano, y probablemente el hombre blanco más importante en la historia del África; o el tristemente capitán Roberto Falcon Scott (1862-1912) que junto con sus compañeros murió en los hielos de la Antártida cuando regresaba de su expedición al Polo Sur. Escocia no se quedó atrás en esta gesta a la que aportó por nombrar algunos a: Mungo Park (1771-1806), médico y explorador, que navegó los ríos Gambia y Níger pese a la ferocidad de los nativos, y David Livingstone (1813-1873) asimismo médico y misionero quien exploró el interior de África.

Claro que el arte británico de mostrar rodillas no acaba allí, porque asimismo el deporte que más las usa nació en la isla: la invención del fútbol contemporáneo pertenece sin dejar dudas a Inglaterra. Según parece, además de faldas, las legiones romanas llevaron a Gran Bretaña el pasatiempo de la pelota que se adaptó a los usos locales y se practicó durante todo el Medioevo.

En el siglo XIV se declaró ilegal jugar pelota, pues generaba que los muchachos desatendieran su entrenamiento en el deporte del tiro con arco que era el único que importaba a la corona, por cuanto facilitaba escoger magníficos militares. Pero el fútbol, o mejor sus antecesores, continuaba practicándose una vez las órdenes restrictivas disminuían su severidad. Por siglos, no obstante, el balompié fue apenas una diversión plebeya que sólo entretenía a las clases bajas.

Más adelante, ya entrando el siglo XIX, comenzaron a encariñarse con el espectáculo de los balones y las patadas los muchachos de las más elegantes familias londinenses. En 1863 se fundó en Londres la Football Association para sistematizar los encuentros y consolidar las formalidades del juego. Éstas pese a la codificación, eran harto ásperas pues toleraban que los miembros de un equipo patearan a los del contrario, así como las embestidas, las zancadillas y el agarrar la bola con las manos. Era extraño el lance en el que no finalizaban algunas muñecas o tobillos maltrechos.

Paso a paso (¿o acaso patada a patada?) fueron modernizándose las normas. Hasta que los equipos que no quisieron aceptar la suavidad de las últimas modificaciones se desligaron de la Asociación y continuaron practicando el deporte duro del viejo estilo con puntapiés y otros roces permitidos. El más prestigioso de esos equipos disidentes provenía de la ciudad de Rugby, ubicada sobre el río Avon en el condado céntrico de Warwickshire, y llegó a acreditar su modo de practicar el juego como un deporte aparte al que dio su nombre y hasta hoy se practica en el mundo.

Después vinieron las Olimpiadas y los Campeonatos Mundiales, las Copas Europeas y los Torneos de Clubes nacionales e internacionales, la FIFA y las entidades continentales, y el fútbol se convirtió en la distracción más multitudinaria que ha conocido la historia. Y desde entonces, perpetuamente con la rodilla desnuda, centenares de futbolistas de la isla como Archie Gemill, Bobby Charlton, Bobby Moore, Gary Lineker, Ian Rush y Kevin Keegan redactan a patadas la memorable empresa del balompié británico.

Eso sin nombrar la amistosa invasión británica al mundo que hicieran los vigorosos Boy Scouts, fundados en 1902 por el barón Robert Stephenson Smyth Baden-Powell (1857-1941), quienes (obviamente en pantalón corto y con la rodilla destapada) llevaron el escultismo —o doctrina scout de la autoconfianza y el servicio a los demás— a adolescentes de todas las latitudes.

Asimismo muchas estrellas del rock británico y otros ritmos musicales modernos, entre las cuales bastará sólo con nombrar al fallecido Freddie Mercury (1946-1991), vocalista nacido en Zanzíbar y líder del famoso grupo Queen, han sido amantes de dar conciertos en pantalón corto.

A diferencia de lo que registra esa ilustre historia de rodillas masculinas, su equivalente femenina siempre estuvo guardada, oculta y protegida, bajo las ropas como el recato mandaba; así las cosas no es sorprendente que, como muestra tardía de la emancipación femenina, hacia 1965, la diseñadora Mary Quant, inventara la minifalda en esa misma isla de Gran Bretaña. Un hecho que constituye el último coletazo rebelde de las mujeres contra la pudorosa dictadura a la que la reina Victoria sometió a sus bisabuelas en el siglo XIX. Sin embargo, el esfuerzo por intentar dar a la rodilla femenina británica la arrogante libertad de la que su colega masculina gozaba desde hace siglos, resultó estéril porque casi al mismo tiempo las medias veladas o ‘pantyhoses’ encarcelaron de nuevo la articulación mujeril en una suave jaula de seda y polyester. Y como la rodilla de la mujer permanece encerrada allí desde entonces (salvo en algunas prácticas deportivas), podemos concluir —digan lo que digan Mary Quant y sus seguidores— que los grandes exponentes de rodilla a lo largo de la epopeya humana fueron machos.

Y que ellos, los hombres, han sido, desde la agonía de la prehistoria, los inventores.

Los verdaderos maestros de la minifalda.

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