domingo, marzo 20, 2005

E3 Muebles fundamentales 1: Los diseñadores de la mesa redonda, ensayo

muebles fundamentales 1

Los diseñadores de la mesa redonda
Por Alfredo Gutiérrez Borrero, escrito originalmente en mayo 15 de 2000
alftecumseh@gmail.com

Todos jugamos de niños a ser reyes o reinas, y aunque fuera sólo por una vez los hombres deseamos transformarnos en caballeros andantes para rescatar princesas, o (lo cual viene siendo lo mismo) las mujeres convertirse en princesas para ser salvadas por un paladín. Y ya de adultos tales fantasías perviven en nuestro inconsciente con doble polaridad: una benévola que al producirnos admiración nos inclina a ser castos, nobles y leales, y otra perversa que nos seduce —pues también tiene sus delicias—, haciéndonos desear raptar y ser raptados, o ser infieles e instigar a otros a la infidelidad. De múltiples maneras se agazapan en nuestro inconsciente amores y violencias primarias que al liberarse nos generan curiosidad (y excitación con su lado angelical y su opuesto diabólico). Hay por ende sentimientos “medievales” que se enmascaran en el interior humano sin liberarse nunca totalmente. Emociones con las que, según las circunstancias, cada personalidad juega una especie de póquer existencial con las demás sin colocar jamás todas las cartas sobre la mesa del comportamiento. Y precisamente es ella: la Mesa, el mueble que en el simbolismo universal representa la mente, como una “tabula rasa” o una tabla lisa sobre la cual se va depositando todo lo que acontece en la vida de un individuo. Ahora bien, qué mejor para explicar el nexo entre la mente, la mesa y las historias de caballeros que aludir a un difundido romance épico que combina las tres cosas: aquella leyenda de un rey llamado Arturo al que le gustaba congregar a doce Caballeros en torno a una Mesa Redonda.

Para descubrir el furtivo vínculo que nos ocupa en este ensayo, primero, es menester referirse al soberano y a sus caballeros. Arturo es un fantástico rey británico, del país de Gales, de origen celta, al cual el historiador Nennio, del siglo VIII, representa como el guardián de su reino ante la invasión de los Sajones durante los siglos VI y VII. Quizá inspirado en un ser real, Arturo originó una serie de poemas que datan de los siglos XII y XIII. Narra su epopeya que este monarca recibió de las hadas una espada mágica, —de nombre Excalibur— merced a la cual dominó toda Europa y logró traer de Palestina la cruz de Jesucristo: el Mesías, monarca del cielo, con el que el propio Arturo es tan afín.

Porque Arturo y su mito son, asimismo, la representación postergada de ese Jesucristo bélico que en su momento esperaba la mayoría de los judíos. Un héroe militar que habita desde entonces la psiquis de todos los pueblos de Occidente. La mesa redonda de alguna manera sutil alude a la Última Cena y no es coincidencia que los campeones de Arturo buscaran con tanto ahínco una y otra vez el Santo Grial, que era el vaso consagrado en el que bebió Jesús en la Cena Final y en el cual José de Arimatea recogió la sangre del redentor crucificado. Y si el histórico aldeano de Belén tuvo doce apóstoles, el indómito Arturo contó a su vez con igual numero de campeones, doce, a saber (y aclarando que varían según la versión legendaria): 1. Sir Agravaine, quien de alguna manera interpreta a Judas pues fue un traidor que se alió con los enemigos de su señor; 2. Sir Bedivere, encargado de arrojar la espada, Excalibur, a las aguas, quien fue el único caballero que sobrevivió en la batalla que le costó la vida al rey Arturo (al cual, además, envió moribundo en una barca a la mítica isla de Avalon); 3. Sir Bors, sobrino y leal ayudante del gran Lancelot; 4. Sir Gaheris, sobrino del rey Arturo, muerto desafortunadamente junto con su hermano, Gareth, a manos de Lancelot cuando éste rescató a la reina Ginebra de la hoguera; 5. Sir Galahad, hijo de Lancelot y Elaine, el más puro y noble caballero de la Tabla Redonda, al final ganó el Santo Grial y por ello en el idioma inglés se denomina Galahad a un hombre que sigue los más elevados ideales; 6. Sir Gareth, sobrino de Arturo, como su hermano Gaheris, muerto a manos de Lancelot en el salvamento de Ginebra; 7. Sir Gawain, sobrino de Arturo, a quien su dolor por la muerte de sus hermanos Gareth y Gaheris lo llevó a fomentar una guerra fratricida entre los leales a Arturo y los partidarios de Lancelot; 8. Sir Héctor, el más veterano de los caballeros, progenitor de Sir Kay y padre adoptivo del rey Arturo; 9. Sir Kay, rudo y fanfarrón, hermano de crianza de Arturo y senescal, o mayordomo supremo, del reino; 10. Sir Lancelot, el más famoso caballero, invencible, asesino involuntario de Gareth y Gaheris, fue amante de la reina Ginebra, real en algunas versiones del mito y platónico en otras, y presa de su atormentada alma debió, contra su voluntad, hacer la guerra a su amado señor, 11. Sir Lucan, hermano de Bedivere que murió al lado del rey, y 12. El joven escudero Sir Percival, otro de los que buscó el Santo Grial, transformado en el Parsifal que los literatos alemanes y la opera de Wagner inmortalizaron.

Además de los doce grandes caballeros, tienen papeles estelares en el drama arturiano: Merlín, el sabio mago y vidente consejero del rey (el Merlin, en español ‘Esmerejón’, es un pequeño y valiente pájaro familiar del halcón); Ginebra o Guinevere, reina y esposa de Arturo, acusada asimismo de ser la amante de Lancelot; Morgan Le Fay, hada y hechicera enemiga de Merlín y de Arturo, y madre del perverso Mordred, cuyo nombre deriva a su vez del inglés, Murder (asesinato) y dread (terror), el cual a su turno en unas leyendas aparece como hijo ilegítimo de Arturo —a cuyo reino trajo la ruina— y en otras como su sobrino.

En general, al conjunto de relatos y narraciones, de origen céltico, relacionadas con Arturo y su época, que se extendieron por toda Francia desde fines del siglo XI, se le conoce como: “Ciclo Bretón”, de seguro fueron llevadas allí por trovadores procedentes de la región de Cornualles en Inglaterra, de Gales o de Irlanda. Con el tiempo tales mitos incidieron en casi toda Europa y su influencia se nota incluso en el Quijote de Cervantes.

Pero hablemos ahora del objeto que ocupa un lugar tan preponderante en el conjunto de tradiciones épicas concernientes al rey Arturo: la Mesa Redonda.

La mesa, redonda o no, es un mueble, antaño casi exclusivamente de madera (hoy de muchos otros materiales), compuesto por una tabla más o menos grande y lisa sostenida sobre uno o varios pies que generalmente tienen doble altura que la de los bancos complementarios a ella (cuando los hay), y que sirve para comer, jugar, escribir y otros numerosísimos usos.

Pero el término mesa ha crecido para expresar un sinnúmero de ocupaciones, por ello en las asambleas políticas, colegios electorales y otras corporaciones se llama mesa al conjunto de personas que dirigen tales instituciones con diferentes cargos como los de presidente, secretario, etcétera. Mesa es, asimismo, la ración de alimento que cada día consume una persona, o la cantidad de comida servida en una ocasión determinada, o el conjunto de personas que se sientan a ingerirla. O un arreglo o adorno que se coloca sobre dicho mueble. Y también mesa es la porción horizontal en una escalera. Mesa es, igualmente, en geografía, un terreno elevado y llano. Mesa es del mismo modo el altar del culto en casi todas las religiones; por ejemplo, en el Cristianismo, Católico y de algunas otras variantes, sobre el altar o mesa ritual se efectúa la sagrada Eucaristía, cuyo punto central es la comunión que rememora la Última Cena, la cual, como es obvio, se formalizó sobre una mesa a cuyo alrededor se reunieron Jesucristo y sus discípulos.

En inglés mesa es “table” y equivale al español tabla, en todas sus acepciones: o sea, un índice o un sumario, la tabla de contenidos, o la tabla periódica de los elementos. Hay infinidad de juegos que se efectúan sobre una mesa: el billar, el pool, el ping-pong o tenis de mesa, etcétera; y eso sin contar los llamados más específicamente “juegos de mesa”: el ajedrez, las cartas, los dados, el scrabble o juego de crucigrama, el parqués, o pachisi, y demás. Y numerosas son de igual forma las actividades de mesa: en la mesa se cambia, se invierte, se negocia, se vota para elegir representantes a los cargos públicos, se hace magia, en fin. Se conoce como mesa franca a aquella en que se convida a comer a todos cuantos llegan. La concomitancia entre la mesa y la vida intelectual queda manifiesta al descubrir que las tablas eran los sitios donde se recopilaban las leyes, e incluso se llamaba tablas a las leyes mismas; y de igual modo en la mesa se firmaba y validaba —y aún se lo sigue haciendo— todo lo que tiene que ver con el trabajo escrito, los contratos, edictos, diplomas, carteles, subastas… sobre las mesas los jueces dictan sentencias y los comerciantes regatean precios.

Mas no todo fue siempre así, la estructura antigua, la mesa básica de la que incluso hay manifestaciones prehistóricas en lajas de piedra, fue haciéndose más compleja a medida que los procesos de reflexión de los humanos que la usaban se multiplicaban y se diversificaban hasta que, finalmente, luego de alojar sobre su superficie grandes cantidades de documentos y manjares, ese mueble cuya designación deriva de los vocablos latinos ‘tabula’ y ‘mensa’ comenzó a transformarse en muchos sentidos, y figurativamente devoró a lo que se colocaba sobre ella, desarrollando cajones, cuerpos y volúmenes; así, incorporó oficios, se especializó y se desplegó en numerosos rumbos desde la familiar mesa de noche hasta el sofisticado escritorio.

Para liquidar el asunto de la tradición anotemos que, por consejo del mago Merlín, el famoso rey Arturo instituyó la Tabla Redonda para sentar en torno a ella a sus doce pares o grandes caballeros y evitar perpetuamente todo tipo de disputas por rangos y privilegios. La idea era de lo más democrática del mundo. Pero, al parecer, como todas las nobles iniciativas humanas, gestadas por algún optimista que desconoce la potencia del factor violencia, no sirvió para un pepino porque los caballeros que se sentaron a su alrededor se dieron de espadazos unos a otros (y con cualquier excusa) cada vez que pudieron, y lo han hecho desde ese entonces, en la tradición oral y en las novelas, e incluso actualmente en sus modernas representaciones que lo siguen haciendo en las películas y los videojuegos. Como dato curioso, en esa famosa mesa redonda había siempre un lugar vacío, aquel destinado a la persona más pura, y contaba la creencia popular que alguna vez se atrevió a usarlo un hombre indigno y la tierra lo devoró allí mismo. De cualquier modo, la mesa redonda es esa que no tiene ceremonia, preferencia, o diferencia en los asientos, que favorece la comunicación y el diálogo; por ello se llama asimismo “mesa redonda” al grupo de personas versadas en determinada materia que se reúne para confrontar opiniones sin que importe la diferencia de jerarquía entre los participantes y en la que cualquiera discute en iguales términos un tema establecido. Baste, como prueba de lo anterior, recordar que en las mesas rectangulares hay unas cabeceras (que se conceden a aquellos de entre los convidados que detenten mayor escalafón o títulos honoríficos) las cuales generan una servidumbre obligada de los sentados a los lados hacia los de esos puestos preponderantes.

Ocasionalmente algunas culturas situaron a algunos humanos sobre la mesa, por ejemplo los que iban a ser sacrificados a los dioses, o los que eran elegidos caudillos; en nuestro medio aún se suben a las mesas los que desean brillar más entre los danzantes que acuden a discotecas y bares, o los que van a ser sometidos a una intervención quirúrgica en la mesa de operaciones.

La pedagogía tiene mucho de su fundamento inicial en las charlas de sobremesa, o tertulias, que antaño tenían lugar mientras los convidados efectuaban la digestión, y quizá los pupitres sean nietos de la mesa del comedor.

Nosotros los humanos de la modernidad nacemos bebés sobre una estructura que tiene formalmente mucho de cama, pero por su razón social es sin duda una mesa; y cuando todo acaba somos el plato fuerte en otra mesa: la plataforma funeraria sobre la que reposa el ataúd en la sala de velación.

La mesa fue al comienzo y la mesa será al final. Tal es la verdad.

Pero la mesa vital por excelencia será eternamente redonda, el gran arquetipo, la que idealmente refleja lo que debería ser la relación humana, abierta, igualitaria, ordenada, armónica, digna…, sin menores ni mayores. Sin embargo, la manía de sacar ventaja unos de otros ha hecho que la mayoría de las veces la redondez de la mesa sea sólo en el plano físico, porque en torno a ella las gentes que se aglutinan a socializar para rezar, conspirar, comerciar, comer o estudiar, lo han hecho, históricamente, con desconfianza y prejuicios hacia sus prójimos, con la permanente y siniestra intención de aprovecharse del compañero.

Como sea, los diseñadores íntegros advierten sin dificultad que el mueble social en el sentido preciso, el gran convocador, el padre o madre de todos los muebles es la mesa, ese objeto cuyas dinámicas abarcan metafóricamente todos nuestros sofisticados procesos mentales. No obstante, aunque con la armazón lógica de este escrito, y con el pretexto de Arturo, he pretendido poder especificar puntualmente la vocación de la mesa, he de confesar que no todo se da sobre o alrededor de ella, porque cuando a escondidas de los demás comensales durante una cena se rozan con disimulo por debajo de la tabla las rodillas de los que comienzan a ser amantes, en ese sencillo hecho, el entendimiento humano revela con estremecedora nitidez una condición sensible e ilógica, plena de romántica incoherencia.

Una condición ligada por siempre a la mesa.

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