domingo, marzo 20, 2005

E4 Muebles fundamentales 2: Favor no sentarse en la silla... ¡eléctrica!, ensayo

Muebles fundamentales 2

Favor no sentarse en la silla… ¡eléctrica!
por Alfredo Gutiérrez Borrero originalmente publicado junio 15 de 2000
alftecumseh@gmail.com

Me pasé toda la tarde tratando de permanecer sentado en la silla compañera de mi escritorio frente a un pequeño computador portátil mientras escribía este ensayo, pero no conseguí mantener el impulso escolar ni el tono académico de anteriores trabajos. Lo ha impedido mi natural inquieto, hoy algo más distraído de lo normal como consecuencia de un estado anímico que no anda de lo mejor. Y no sé, de repente haya algún conjuro cabalístico en torno a este escrito o quizá se presentó una alineación planetaria, con Urano haciéndole zancadilla a Venus, que incide directamente sobre los que, como yo, nacimos bajo el signo de acuario. O será que, simplemente, mi estirpe animal se resiste a estar sentada. Es posible que todavía subsistan en mi cuerpo algunos genes salvajes —en perfecto estado— los cuales, pese a la milenaria infección cultural, aún pueden, ocasionalmente, imponerse a los rígidos genes civilizados con los que cohabitan y sacudir con un momentáneo acceso de caos mi personalidad.

Preámbulos más, conjeturas menos, el problema está relacionado, irónicamente, con el tema que hoy motiva mi redacción; porque pocas posiciones están tan vinculadas con el intelecto (y la condición humana toda) como la postura que tomamos al sentarnos, y es bien sabido que, entre todo el mobiliario que ha diseñado el Homo sapiens, hay un mueble que en su historia, variedad, finalidad y permanencia recoge la esencia del pensador. Y eso que ahora mortifica mi trasero, pese al esbelto espaldar con que lo dotaron sus hacedores y al mullido cojín que viene extendido sobre él, es ese mismo mueble, en una versión estilo colonial elaborada en pesada madera.

¿Todavía hay alguno que no haya adivinado nuestro “objeto” protagonista?

Bien, se trata de una silla, y tanto ustedes como yo hemos de aguantarla (aunque de diversa forma) por unos párrafos más.

Por silla los amigos diccionarios describen a ese asiento con respaldo y generalmente sin brazos, pero para resultados prácticos ampliaremos el concepto hasta encerrar en él toda la vasta miscelánea de artilugios y armatostes que sirven para sentarse sobre ellos.

En virtud del efecto random comenzaremos reseñando que en la antigua República Romana, antes del nacimiento del Imperio, se fabricaban, en marfil, unas ciertas sillas llamadas ‘curules’ sobre las que se sentaban los legisladores: ediles y magistrados. Con el tiempo se pasó a llamar curules a los propios legisladores, y por tal razón, actualmente, en los parlamentos de muchos países democráticos, cuando alguien es elegido para ocupar un puesto en el senado, se dice que ha ganado una curul. Pero los arcaicos romanos tenían otra palabra, ‘scammun’, para denominar a una serie de banquillos, gradillas, tarimas y asientos o, especialmente, bancos grandes con respaldo. De allí deriva el término escaño, y por ello en algunos otros países a los lugares en los senados o las cámaras se les conoce de igual modo bajo el nombre de escaños.

Hoy todo el mundo da importancia al lugar en el que un gobierno, o una gran empresa multinacional, tiene su ‘sede’, vocablo que asimismo deriva de su homónimo latino ‘sede’, pues entre los romanos y los cristianos primitivos ‘sede’ era la silla o trono desde el cual ejercía su autoridad un prelado o dignatario. Incluso el cristianismo católico, tiene una “silla suprema”, que está en Roma —es la “Santa Sede del Vaticano”— el lugar donde el Papa se sienta a dirigir su “rebaño”.

Y existen sillones, o sillas de brazos, mayores que las comunes, nietas sin duda de una hipertrofiada silla sobre la cual se sentó algún grandullón pretérito; o butacas, que son sillones de brazos con un respaldo echado hacia atrás o los asientos preferentes en las salas de teatro y los auditorios musicales.

El mundo conoce como bancos a esos rudos asientos de madera sin respaldo, en Colombia empero, a esos mismos bancos se les llama ‘butacos’ mientras en otros sitios se le conoce como taburetes, (originario de la voz francesa ‘tabouret’). Por supuesto banco es, igualmente, ese tablón grueso y fijo que se coloca sobre cuatro pies y que sirve de mesa a los carpinteros. Mas no son las mesas lo que aquí nos competen.

Más comodonas son las poltronas: bajas sillas muy descansadas con brazos, cuyo sólo nombre invita a arrellanarse y emperezarse. Pero de la familia de la silla el más aristócrata es, innegablemente, el Trono (del latín ‘thronus’) que es desde siempre el asiento de ceremonia de los emperadores y los reyes. Incluso se conoce como ‘trono’ a la propia dignidad de rey o soberano. Trono es, de otra parte, el lugar en el que se sienta el obispo durante las ceremonias religiosas, y el emplazamiento donde se coloca la imagen de un santo para rendirle solemne culto. Igualmente trono es el tabernáculo sobre al altar donde se expone el santísimo sacramento: simbólicamente se sienta allí el “Rey de reyes”, Dios, quien como se quiera tiene también para los creyentes su trono celestial. Agregaré que ‘tabernáculo’ era entre los antiguos hebreos la tienda en la que se ubicaba la Santa Arca de la Alianza, pero que con el tiempo se tituló así al Sagrario, esa especie de armario colocado atrás y sobre el altar, donde se encierra la Custodia. Curiosamente ‘tronos’ son también los miembros de uno de los coros angélicos, seres alados quienes (de seguro) han de ser majestuosamente holgazanes para merecer tal apelativo.

Otra silla de renombre es el solio, como se conoce a un trono con dosel (cortina o entoldado distinguido) que se coloca detrás del mismo. Mientras que entre las sillas modestas están la banqueta, que es otro asiento sin respaldo o un banquillo para poner sobre él los pies, y, casi describiendo de idéntica forma ambos significados, el escabel. Sillín es el asiento de la bicicleta y de la motocicleta, y silla es igualmente la estructura o aparejo que el hombre usó para dominar la bestia y desarrollar todo el refinamiento hípico mientras viajaba a caballo por el completo globo terrestre. Puf es una especie de taburete bajo, y sofá un blando asiento con respaldo y brazos para dos y más personas. Otomana es una especie de sofá que fascinó a los sultanes turcos, al que quizá identificaremos mejor si visualizamos el consultorio de un psicoanalista, lugar al que asimismo se conoce como diván (del turco ‘diuán’, que traduce ‘reunión’). Históricamente este Diván es, de igual forma, el Consejo del Sultán (antaño supremo gobernante o emperador de los turcos), o la sala en la cual éste se reúne; por extensión del concepto y a partir del mueble llegó a conocerse como ‘El Diván’ a todo el gobierno de Turquía. Ese mismo diván junto al que Jung, Adler, Freud y Lacán, (la flor y nata de la psicología internacional) estudiaron las complejas problemáticas de los dolientes que se sentaban sobre él, es además conocido como ‘canapé’ y como ‘confidente’ (nombre éste que dados los secreteos entre el psicólogo y su paciente no requiere explicación alguna), hasta es probable que las majas del pintor Goya estuvieran sobre uno de estos muebles y no sobre una cama.

La palabra inglesa para silla (‘chair’) deriva de la latina ‘cathedra’ (en español ‘cátedra’) que, como es obvio, designa a un mueble, normalmente con cuatro patas que lo sostienen, y un descanso para la espalda y soportes laterales para los brazos. Pero la cátedra era la silla o el trono del obispo en la iglesia, o templo principal de una diócesis (como se conoce al territorio sobre el cual un jerarca de la Iglesia despliega su autoridad espiritual), y por eso se llamaba ‘Catedral’ al adoratorio o templo principal de la diócesis: por cuanto contiene el trono del obispo.

Así, no es sorpresivo que cuando alguien hable mucho se diga que está “sentando cátedra”. Porque cátedra es asimismo una posición en la que se sienta algún individuo con autoridad, y más comúnmente aquellos que dan sermones, veredictos o conferencias, como los sacerdotes, los profesores y los jueces.

Llegados a este punto, los muebles se confunden con las ocupaciones y unos con otras se ligan en complejas formas con los verbos que los incluyen. De tal modo, los asientos o sillas son cosas que sirven para sentarse, o los lugares y sitios que se ocupan en un tribunal o junta, pero además son las nalgas, las asentaderas o el trasero.

Entonces el verbo ‘sentar’, que viene del latín ‘sedere’ que significa lo mismo (o sea sentarse), aparece como un verbo de múltiples alcances pues tiene que ver con: asentarse (por ejemplo la arena suspendida en agua), o con poner a uno en un asiento. También se vincula con el caerle bien o mal a uno una bebida o un alimento: me ha sentado mal el postre. O con hacerle a uno algo provecho o daño: le sentará mal la amistad con esa persona. Incluso el verbo sentar va unido con el vestuario, porque cuando a la imagen de alguien le va bien o mal una prenda de vestir se le dice algo como: le sienta mal esa corbata. Lo que sienta es lo que cuadra, lo que armoniza, lo que conviene, por eso alguien exasperado con este dilatado y confuso trabalenguas lingüístico podría exclamar (y no figurativamente, por cierto): “Alfredo el escribir así te sienta mal”.

Claro que la mayoría de nosotros prefiere evitar esas honduras y pensar que ‘sentar’ es descansar el peso del cuerpo apoyado en las nalgas. Y asimismo tomar asiento. O descansar inactivo y pasivo. O estar situado. O convocar y celebrar una reunión. O posar para un retrato. Incluso cuidar niños (en inglés baby-sit), ser aceptable o tomar parte en algo. Hasta una gallina u otra ave cualquiera puede ‘sentarse’ a cubrir los huevos para empollarlos. ¡Y la lista de nuevo se expande hasta el infinito!

La ‘cosidad’ de la silla es tan diversa y embrollada como la del mismo humano. Hay sillas mecedoras y columpios, sillas de manos, sillas de posta, sillas de rejilla, sillas de tijera, sillas giratorias, sillas plegadizas, sillas volantes, sillas de juguete, retretes, letrinas y excusados para orinar y evacuar el vientre, bidés para darse baños de asiento, en fin, virtualmente cualquier actividad humana engendra, entre otras cosas, sillas. Desde tronos por cuya posesión se asesina hasta sillas en las que ni el más loco desea sentarse.

Como la silla eléctrica.

Sillas que en los lugares públicos los jóvenes ceden a la gente de mayor edad, únicamente para que en las empresas y los gobiernos les sean restituidas por los ancianos que se jubilan y les dejan los cargos directivos; es en esos mismos lugares públicos: autobuses, restaurantes e iglesias, donde, según los dictados del contrato sexual, los hombres les ceden la silla a las mujeres para ser galantes o cortejarlas. Muchas damas, al menos hasta hace unas generaciones, les dejaban a su vez a los varones las sillas de más responsabilidad en el mundo laboral para que trabajaran para ellas el resto de sus vidas y las mantuvieran como a reinas.

Tal es el universo de la silla: el más humano de los muebles. A su modo muchos animales se paran y casi todos se acuestan pero en un sentido técnico estricto sólo el humano se sienta: a comer, a escribir, a ver televisión, a viajar, a conversar, a defecar, a recibir una clase.

Con eso, creo, he consumado esta columna y puedo decir que valió la pena la sentada (aunque me incomodara un poco). Ahora, en tanto Morfeo cierra mis párpados y mi sueño se anuncia con bostezos, como quien dice “no sólo de pan vive el hombre”, advierto felizmente que —con todo el respeto y consideración que me merece la silla— hay otro mueble que no desmerece ante su presencia.

Me veo obligado entonces a despedirme de la misma manera informal en que comencé, y concluyo mi disertación suspirando por mi fiel compañera ¡querida cama! a la que prometo, en próximo escrito, rendirle también (y no menos solemnemente) un literario homenaje.

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