lunes, marzo 28, 2005

E7 Prospectiva: hacia un diseño con sentido, ensayo

Prospectiva: hacia un diseño con sentido

Por: Alfredo Gutiérrez Borrero (originalmente publicado el 26 de mayo de 2004)
alftecumseh@gmail.com

Todo profesional recién graduado abriga proyectos y esperanzas acerca de su porvenir profesional; sin embargo, las obligadas decisiones que ha de tomar acerca de la dirección del rumbo inmediato de su quehacer laboral son también usual fuente de alarmantes preocupaciones. “Bueno, tengo un grado ¿y ahora qué hago?”, es la inacabable cantinela que se repite a sí mismo sin cesar..., y con frecuencia las respuestas, si acaso surgen de su interior lo hacen igualmente en forma interrogativa: “¿Puedo sobrevivir como diseñador independiente? ¿tengo chance de conseguir un buen empleo? ¿hago una especialización para aumentar mis posibilidades de labrarme un mañana prometedor?”. La escogencia que resulta del repetitivo monólogo interior, condicionada como está la mayoría de las veces por la premura y la presión de amigos o familiares, casi siempre se verifica deprisa y su pertinencia queda sometida al azar cuando no al desengaño en muchos casos.

El apuro tiene, además, el desagradable efecto de hacer olvidar la pregunta fundamental: “¿Qué quiero?”, misma que con un poco de sentido común —cualquiera convendrá— es el punto de partida lógico de una sensata trayectoria profesional. Ahora bien, quien consiga responder a esa cuestión debería, acto seguido, evaluar cuáles son las competencias en las que él o ella es hábil, y tratar de que aquello que forzosamente le toque hacer involucre el mayor grado posible de agrado y aptitud de su parte. Ello porque, tal como afirmé en un escrito anterior, las oportunidades de obtener el mejor desempeño practicable están estrechamente relacionadas con la capacidad para hacer coincidir en el actuar laboral tres diferentes ‘esos’: 1. Eso que quieres hacer, con 2. Eso para lo cual eres bueno, con 3. Eso que tienes que hacer por fuerza mayor. Por supuesto es inverosímil (y por demás iluso) aspirar a obtener una concomitancia del ciento por ciento entre los tres factores, lo cual no obsta que se intente conseguir el máximo posible de correlación entre ellos.

Si ese fuera todo el secreto el asunto se simplificaría bastante salvo que, a continuación, surge un gran ‘pero’.

¿Estoy seguro?Es preciso poseer algún rango de certidumbre respecto a lo que se quiere, se puede y se debe; y determinar ese rango es algo para lo cual la sola preparación universitaria ha revelado en la práctica ser harto insuficiente. Una deliberación prolongada y concienzuda sobre el particular podría incluso mostrar (a quien se tome el trabajo de llevarla a efecto) que quizá pensaba querer algo que en realidad no le apetecía tanto, o que le faltaba la destreza imprescindible para lo que creía poder hacer, o tal vez que había alternativas distintas al curso de acción que juzgaba ineludible y ni siquiera las había contemplado.

Ahí entra en escena el ejercicio prospectivo que plantea “Futuro con Diseño”, un seminario que, con agridulces resultados y desde hace un año, venimos realizando un grupo de consultores —entre los cuales me incluyo— con el fin de aportar a quien está en la coyuntura de estrenarse en el medio profesional como diseñador varios, panoramas posibles para optimizar la exploración del futuro de la disciplina y facilitar un subsiguiente desenvolvimiento apropiado en él.

Antes de asistir a un evento como ese, es pertinente revisar nuestros más profundos intereses, recordemos que como afirmó Habermas “no hay conocimiento alguno sin interés previo que le dé sentido”. Pese a ello es propio liberarse de las preconcepciones, e ir con mente abierta en lugar de hacerlo esperando “oír lo que se quiere oír”, y comprender que durante los próximos años la estabilidad en la vida profesional estará dada por la novedad. En conformidad, el diseñador tiene que disponerse a aceptar sobre la marcha una continua revaluación de prioridades para sortear los escollos (u oportunidades, según se les mire) que pondrán en su camino las cambiantes realidades. Es más, la segunda mitad de la primera década del siglo XXI se caracterizará por innovaciones instantáneas y enrevesadas que llevarán la profesión (y la civilización en general) a contextos verdaderamente insólitos.

Sin duda lo que precisa conocer quien aspira a orientar su futuro es en qué medida puede escoger la clase de actividad que ejercerá en medio de esa versátil sociedad. En palabras del reconocido infonomista (neologismo con el que se denomina a los expertos en información) catalán Josep Burcet Llampayas la lucha que viene “se dará en torno a la capacidad de diseñar nuestro propio futuro inmediato”. Al respecto, dice el propio Burcet, conviene apercibirse de que prever los inesperados efectos de las nuevas tecnologías es casi irrealizable, y comenta como ejemplo que durante el año 1990 las grandes editoriales publicaron varias obras sobre las principales tendencias del mañana y... ¡En ninguna de ellas se hizo alusión a algo similar a la Internet! (pensemos en el impresionante desarrollo comunicacional que se inició en 1991 al suministrarse al público las especificaciones de la WWW y después, en 1995, condujo al crecimiento exponencial de la red).

El porvenir aparece altamente nebuloso debido a las dinámicas de la globalización. Y los próximos desarrollos de cada sendero personal serán afectados por: 1. Componentes imprevisibles 2. Componentes fortuitos. 3. Componentes causales cuya anticipación es factible en cierto modo (y por los cuales se organiza un evento como “Futuro con Diseño”). Estos tres aspectos se amalgaman y las consecuencias integradas de su combinación prevalecen sobre los resultados que cada uno produce por separado. Por eso, a la hora de seleccionar un curso de acción particular es fundamental hacerlo con tolerancia, es decir, considerar opiniones y prácticas ajenas a las personales predeterminadas: una conducta tolerante amplía el abanico de posibilidades y agiliza la aceptación de la novedad.

El advenimiento de la sociedad de transformación
El objetivo fundamental de “Futuro con Diseño” más que determinar un destino fijo es propiciar condiciones para que el novel diseñador profesional halle su rumbo dentro del porvenir más viable. Hipotéticamente encontrar ese sendero no debería requerir demasiado esfuerzo pues las sociedades post-industriales, como se denomina a las sociedades contemporáneas más avanzadas, están en este preciso instante literalmente hasta el tope con nuevas propuestas de diseño y los presagios apuntan a que pronto absolutamente todo producto cultural se fundamentará en el diseño. Es más, afirma Josep Burcet, en un lapso cercano a cinco años o menos, cualquier aspecto de la producción humana pasará a considerase objeto de diseño y entonces las sociedades post-industriales se convertirán en sociedades de transformación. Esto es válido para objetos materiales e inmateriales, ya sean aparatos de frecuente uso cotidiano o conceptos estratégicos para emplearse en eventos particulares; y lo mismo acontecerá al crear elementos que gratifiquen los sentidos, comuniquen hermosura o solventen problemas prácticos. Empero, examinada a fondo esa atmósfera de innovación exacerbada conlleva sus propios inconvenientes... Máxime cuando el diseño (en todas sus subdivisiones), a más de estar involucrado en la corrección de la mayor parte de los problemas, empieza él mismo a tener injerencia en algunos y a causar otros, lo cual se convierte en una paradoja. Como consecuencia de ello cada vez conocemos más sobre lo que podemos hacer e irónicamente entendemos menos qué debemos hacer. Con frecuencia el exceso de información exige una labor intensa de filtrado para extractar de entre ésta el conocimiento útil (que a turno su resulta asimismo excesivo). Por ende, la sobreabundancia de conocimiento aniquila la sabiduría (entendida como esa conducta prudente para asumir la vida y los negocios, fruto de un profundo conocimiento aplicado de la disciplina en la que se es más o menos sabio), y nos conduce —aunque parezca una perogrullada— a desconocer lo que desconocemos y a continuar, ante nuestra imposibilidad para formular las preguntas adecuadas, sin recibir las respuestas indicadas.

Bien sabido es que la existencia profesional transcurre en un limbo entre lo posible y lo deseable, y por lo general es catalogada como satisfactoria por todos aquellos para quienes la separación entre ambos no es muy dilatada. Ahora bien, quizá la más grande de las contradicciones al dar al salto al profesionalismo —para un diseñador o para otro profesional cualquiera— es el casi total desconocimiento de lo que debe hacer con lo que sabe. Eso sin mencionar que todos ignoran en realidad las eventuales repercusiones de la aplicación de su conocimiento.

Hoy esas contradicciones son aún más perturbadoras, toda vez que si los progresos, avances, adelantos o perfeccionamientos humanos eran hasta mediados del siglo XX casi accidentales, del último cuarto de esa centuria hasta nuestros días la novedad se busca conscientemente, y el cambio continuo es la característica omnipresente, a tal punto que tras recibir el diploma que los acredita como profesionales, muchos individuos descubren que el bagaje cognitivo que recibieron en la universidad es insuficiente o se ha tornado obsoleto.

La globalización: autopista hacia la sociedad de transformación
El quid de tan vertiginoso cambio en el mercado laboral está en buena ley dado por el fenómeno denominado globalización del cual todos creen saber algo si bien muy pocos se han detenido a informarse y reflexionar al respecto. A decir verdad es un coloso sociológico mundial constante cuya significación es diversa para cada uno de los afectados.

A fin de percibir en algún grado el influjo de la globalización en cada uno de nosotros, es menester estudiar las peculiaridades de la cultura actual regida según los dictámenes de la tecnología de punta (puesta sobretodo al servicio de la publicidad, en la sociedad de consumo). Para eso el punto de partida es reconocer que el impresionante adelanto y la masificación de la televisión transformaron dicho aparato (la TV) en la base de la industria del entretenimiento por antonomasia. En virtud de ello se estableció la superioridad cultural de lo visual en una sociedad cuyos miembros nos inclinamos a atribuir mayor validez existencial a lo que vemos que a aquello que escuchamos o imaginamos. A tal punto que a menudo aceptamos con pasmosa facilidad lo que la pantalla proyecta como lo legítimamente real. Es notoria, en esta dirección, una tendencia a equiparar términos como ‘verdad’ y ‘realidad’ con ‘actualidad’. Consideremos para discernir la sutil diferencia que mientras la ‘actualidad’ es la cosa o suceso que atrae y ocupa la atención del común de las gentes en un momento dado, la ‘realidad’ y la ‘verdad’ corresponden a aquello que ocurre verdaderamente. Lo uno no necesariamente implica lo otro, pues puede ser que lo ‘actual’ magnificado por la televisión sea fantástico, ilusorio y carente de valor práctico en tanto la esencia ‘real’ de las circunstancias pasa desapercibida o es velada intencionalmente.

Del mismo modo la popularización de Internet forja un nexo cosmopolita incorpóreo que relega el contacto sensorial a un segundo plano y refuerza la condición del cerebro como ente supervisor y tamiz de impresiones, intereses y (acaso) sentimientos. Las interrelaciones humanas se uniforman: previamente a conocer a otro individuo en su particularidad, éste se nos revela a través de una tipografía, un protocolo tecnológico y unos equipos preestablecidos. La prontitud, la brevedad exagerada del tiempo y el lenguaje resumido rigen las conexiones, e incluso los afectos. De allí que aun sin entrar a describir en detalle la susodicha globalización sea pertinente consignar algunos de sus rasgos distintivos. Cinco de ellos son señalados a este tenor por el filósofo chileno Martín Hopenhayn:

1. La hegemonía de la novedad difunde continuamente neologismos (palabras nuevas que se incorporan al idioma) y los medios masivos de comunicación, auténticas fábricas de afectos invaden al ciudadano común con imágenes prefabricadas imponiendo a todos su visión de la actualidad. Eso genera la sensación de que el proceso comunicativo es interminable y, en consecuencia, sin principio. Se derogan el ayer y el mañana. Las realidades se tornan múltiples y desechables y el planeta se reconfigura según el último clip noticioso de CNN que puede ‘almacenarse’ para siempre en un disco compacto o inspirar un videojuego.

2. El ámbito cotidiano avanza en círculos y se hace superfluo en el tiempo y el espacio. La certeza se resquebraja debido a la inseguridad laboral, la aceleración del cambio técnico, la volubilidad de los roles familiares y la variabilidad de las condiciones económicas.

3. La velocidad prevalece sobre otras sensaciones en las nuevas formas de experimentar la cotidianidad. El sujeto tiene que comunicarse e informarse aprisa, pagar servicios, cumplir plazos y permanecer sintonizado con circunstancias presentadas como actualidad por los medios masivos de comunicación. En virtud de ello el humano ha de adaptarse continuamente a la acelerada propagación de la tecnología moderna y, conforme a ello, avanzar velozmente. Tal avance, a su turno, es en un sentido dado por la presión del grupo social y radica, por ejemplo, en consumir ciertos bienes y tomar ciertos servicios suntuarios —o peor todavía innecesarios a la luz de un análisis riguroso— antes que en saciar sus necesidades más íntimas de auto-crecimiento (con sus términos particulares y a su libre albedrío).

4. Lo inmediato asciende al más elevado nivel jerárquico en la escala de valores, y se instituye como la frontera exclusiva de las posibilidades particulares. El inconveniente aquí, cavila Hopenhayn, es que no se experimenta lo inmediato como medio de alcanzar un horizonte de sentido a largo plazo sino que se percibe como un horizonte en sí mismo.

5. El minimalismo se convierte en otro de los valores fundamentales. Los desempeños circunstanciales y los logros rápidos obtenidos en el día a día, adquieren mayor reputación que las realizaciones a largo plazo. Los esfuerzos que se emprenden para obtener un bienestar distante son percibidos como impracticables, como lentos, indolentes o inútiles aunque, su lentitud sea relativa y sólo se fije al cotejarlos con un modo de vida apresurado y fragmentario.

Vivir en y para el cambio
Incluso en la sociedad industrial, la tradición era la fuerza regente en los comportamientos colectivos. En el mundo post-industrial y de transformación ese lugar pasará a ser ocupado por la novedad: la cosa nueva y cambiante. En última instancia, el diseño surge como un acto de administración de novedad (concebirla, prepararla y suministrarla). La sociedad de transformación podría denominarse asimismo “sociedad del diseño”, pues con la expansión de la disciplina a todas las esferas de la existencia, hacer inéditas interpretaciones de la realidad o replantear ‘diseñísticamente’ las necesidades pasa de ser un suceso original (ejecutado espaciadamente por un exiguo número de expertos) para mutar y tornarse en una acción usual puesta en efecto por un creciente número de individuos.

Dado que lo desconocido magnetizará y polarizará al género humano, la labor del diseñador será promover mediante la creatividad el perfeccionamiento de aquellos entornos en los que se especialice (y las áreas de especialización aumentarán hasta unas cotas hoy inimaginables). Para llevar a buen término ese cometido es importante notar que en todo producto o servicio industrial, y en toda obra de arte incluso, hay un elemento conocido (que los expertos en información denominan: ‘confirmador’ o ‘confirmación’) y otro desconocido al que designan ‘novedad’. La aceptación por parte del público —sea este el jefe, el cliente o el alumno— del proyecto de diseño está abocada en opinión de infonomistas como Burcet a la repercusión de tres agentes que conviven dentro de cada individuo:

1. El bagaje intelectual, entendido como el conjunto de conocimientos y experiencias adquiridos previamente. 2. Las reacciones emocionales suscitadas por la propuesta y 3. La vitalidad propia de la persona para asimilarlo. A la hora de aceptar o rechazar cualquier elemento, desde una idea hasta un automóvil pasando por una reforma de los reglamentos empresariales, cada uno de tales agentes puede otorgar ventajas o aparecer como un estorbo. En ese orden de ideas saber mucho puede vigorizar la capacidad de aceptar lo inexplorado, pero tristemente (y con más reiteración) sirve justo para lo contrario y el poseedor de un amplio acervo cognitivo a menudo se torna quisquilloso y soberbio e impugna cualquier cosa que se aparte de las “verdades reveladas” que cree poseer. De todos modos el resultado, favorable o no, del proyecto pionero (que en el caso del futuro profesional es el diseñador mismo) dependerá de si quien se encuentra con una propuesta de diseño extraña le halla sentido, en tanto razón de ser o finalidad.

Ahora bien, aun cuando en la formación universitaria en buena parte del mundo se continúa favoreciendo la dicotomía de “aprobado y desaprobado” o “agradable y desagradable” lo verídico es que la novedad puede comunicar emociones contrarias. Y una cosa consigue simultáneamente repugnarnos y seducirnos sin que la relación entre ambas sensaciones sea inversamente proporcional. Incluso puede dejarnos indiferentes y no producir en nuestro interior (o en el de nuestro cliente, público o empleador) ninguna reacción. Así, para quienes condescienden con lo venidero un producto puede ser llamativo por su originalidad; en caso contrario se favorecerán aquellas creaciones que gratifiquen un gusto más conservador. Si algo es a la vez muy atractivo y muy repelente motiva una reacción ambigua en quienes se lo encuentran; cosa que se traduce, debido a la gran fluctuación entre la novedad y la confirmación, en una mayor respuesta emotiva. Un producto o servicio así desencadena grandes emociones. Sin embargo liberar fuertes respuestas emotivas muchas veces no es lo mejor para un elemento de diseño (ni tampoco para un diseñador), pues si bien proporciona vivencias extremas causa asimismo en quien lo experimenta molestias interiores. Es más, para facilitar la asimilación de la novedad y apurar la ansiedad de la discusión interior lo más normal es suprimir pronto una de las dos emociones antagónicas y escoger la otra tomando partido de inmediato: “esto definitivamente me gusta” o “esto me disgusta del todo”. También hay ocasiones en que o bien objetamos cualquier elemento de confirmación en un producto: “esto es incomprensible, no lo entiendo”; o bien descartamos cualquier novedad en él: “la misma vaina de siempre”. Una tercera estrategia para atenuar las molestias que causan los sentimientos encontrados es la que dicta aquel refrán de acuerdo al cual “del amor al odio no hay sino un paso”. Las simpatías o antipatías de la opinión pública, las vertiginosas subidas en cuanto a popularidad o las dramáticas caídas de los personajes políticos son muestra de ello; y lo mismo pasa con los posibles novios o novias, y con las mercancías o las ideas: inicialmente se da preeminencia a la suspicacia y el recelo, más adelante damos paso al entusiasmo y al interés: “al principio sentí que eso de hacer empresa no era para mí...” (pues exclusivamente experimentaba la angustia de lo nuevo y evitaba percibir las posibilidades de crecimiento que asumir el riesgo de ser empresario le reportaría); “pero ahora que lo pienso mejor, ser empresario es una maravilla...” (está tan optimista que pasa por alto la gran cantidad de trabajo que habrá de efectuar para posicionarse en el mercado).

Gris más que negro o blanco
Hay en nuestro medio, como herencia de viejas épocas, una fuerte censura hacia cualquier conducta ambigua, a eso que pueda entenderse de varios modos o admitir distintas interpretaciones y dar, por consiguiente, motivo a dudas, incertidumbre o confusión. Empero, cuando el asunto es decidir el futuro profesional es saludable desafiar transitoriamente la presión colectiva. De hecho, la ambigüedad puede tener sus ventajas... pensemos en los anfibios que ni son terrícolas ni acuáticos sino un poco de las dos cosas. Hay que permitirse elaborar la ambivalencia que un reto nos causa y evitar sucumbir demasiado rápido al deseo de ser previsibles; aunque todos nuestros parientes y amigos se afanen por hacernos inclinar en uno u otro sentido y nos tilden de erráticos, inconsistentes, e inmaduros... traicioneros ¡o hasta peligrosos! si tardamos en hacerlo. Al punto, evaluemos por asociación libre estas frases: “es que es una persona doble...”, “con esa vieja nunca se sabe”, “quiero saber ¿qué puedo esperar de ti?”, “¡necesito que me definas algo!”, “con él ignoro a qué atenerme”. ¿Nos resultan positivas o negativas? Sin duda la persona que las inspira no es de fiar ¿verdad? Lo anterior revela una directriz infalible: los amantes de la seguridad y la confirmación harían bien en buscar la tranquilidad que proporciona un empleo; quienes en contraste disfrutan el riesgo y lo extremo han de favorecer más la búsqueda de clientes como diseñadores independientes o trabajadores a destajo (según la equivalencia en castellano del advenedizo ‘freelance’). Quizá el camino del aprendizaje continuo —y no me refiero sólo a la especialización validada por un título universitario, o a la práctica en una gran empresa extranjera, sino también a la investigación en solitario o al filosofar sobre la profesión— comporta tanto de novedad como de confirmación y requiere una mentalidad más paradójica.

Como sea, navegar con autonomía en el mar del mañana requiere dominar la habilidad de alojar internamente estados de ánimos contradictorios sin perder la seguridad. Quien cultive tal facultad enfrentará la novedad y se adaptará a los cambios mediante lo que el catalán Burcet llama la “disipación de la respuesta emocional”. Sin embargo es complicado acoger y dar vía a sensaciones encontradas. Si antes no se desarrolla cierta inmunidad a la angustia es posible acabar naufragando en un estancamiento impulsivo. Pero si se pone empeño en el asunto al final será posible asumir un curso de acción coherente, consistente y previsible sin renunciar a la ambigüedad, y convertir la respuesta emocional en una acción mucho más significativa que si se prescindiera de ello.

En busca de la actividad adecuada
La energía contradictoria que suscita la novedad y deviene en respuestas emocionales fuertes debe poder disiparse mediante la actividad. Ello presupone vencer la inhibición que es el espacio existente entre la idea y la acción. Herencia, o mejor lastre, de la vieja época es la adicción a la certidumbre, como a todas las adicciones también a esta se accede intentando huir de dolor y de la frustración que la duda engendra. Lo cual produce una fijación y un condicionamiento negativo que empuja siempre en el mismo sentido. El condicionamiento positivo, en contraste, impulsa a la búsqueda del placer del descubrimiento y la creación (que supongo ha de ser el fruto más anhelado de profesar el diseño) y quien lo posee no repara en mientes para embarcarse en nuevas aventuras... Si ciertamente se desean, claro, pues es habitual en muchos individuos fantasear con destinos a los que en realidad jamás quieren llegar. Otros hay que se burlan de las propuestas insólitas sin saber que reírse de ellas es la mejor manera de ocultar la inquietud que éstas les causan.

Uno de los principales problemas del estudiante recién graduado, e incluso de mucho profesional veterano, es la asunción de saberlo todo que lleva a la creación de un pequeño universo egocéntrico que oculta no pocos complejos de inferioridad. A decir verdad, es la apertura a la revisión de la mentalidad propia lo que connota un intelecto superior: abrir fronteras cognitivas es el derrotero de la nueva época y la mejor forma de respetarse a sí mismo es interactuar con los demás, ayudarlos y de paso ser ayudado por ellos.

La mecánica del reto es más o menos así: X tiene que escoger su futuro profesional, y se le presentan múltiples opciones, las más novedosas le apetecen más pero también lo inquietan más, así que debe elegir una y actuar. Sería muy triste que escogiera la más cómoda por cuanto podría condenarlo a la inmovilidad del desierto creativo. Va a diseñar su futuro inmediato... y para ello ha de asimilar bien la novedad y disiparla mediante la acción correcta. Hasta allí todo comprensible excepto que... ¿cuál es la acción correcta? Mi opinión (hay otras muchas quizá más válidas), que comulga con la de Burcet y otros infonomistas, es que hay un crecimiento cualitativo cuando se produce una comunicación eficiente entre el hombre y sus circunstancias. Lo cual varía según la persona: para éste puede ser óptima una actividad rápida que se lleva a cabo con celeridad, empero a aquél quizá le venga mejor una actividad que aunque calmada y lenta sea más prolongada en el largo plazo e implique perseverancia y una alta motivación durante mucho tiempo. El empeño en alcanzar un objetivo distante (y a menudo imposible para terceros) ocasionalmente indica una poderosa respuesta emocional al consagrar por meses y años toda la energía de un individuo a la coronación de una empresa. Al final, las preguntas persisten ¿dónde encontramos mayor satisfacción? ¿en la confirmación o en la novedad? ¿En la seguridad de lo preestablecido, o en la asunción del riesgos más allá de ello?

Las condiciones ideales de trabajo
A pesar de que aún es poco viable, lo ideal sería buscar entornos laborales que nos proporcionen una combinación lo más personalizada posible de labor individual y de equipo, de aislamiento y de apertura, de seguridad y de riesgo, ¡y como es obvio de novedad y confirmación! De obtenerse tal escenario cada quien se las arreglará con aquello que más requiere para desarrollarse plenamente como persona y como profesional.

El grado de libertad relativo del que se disponga en el medio laboral es asimismo de suma importancia por cuanto: a más libertad mayores posibilidades de comunicación efectiva, a mayor comunicación efectiva mayor cantidad y mejores opciones entre las cuales escoger, a más y mejores opciones mayor numero de aciertos en la elección... La mezcla de novedad y confirmación ideal es particular para cada persona y para cada ocasión, esto significa que, para alcanzar un nivel alto de eficiencia cada compuesto debería estar muy personalizado. En consecuencia, todos las ventajas que obtengamos en materia de personalización (ojo, no de egocentrismo) son vitales para vigorizar nuestro crecimiento cualitativo. Por ello la estrategia individual debe encaminarse a sortear cualquier factor que nos impida la máxima personalización del trabajo. Lo cual, insisto, nos muestra un eventual axioma de las sociedades de transformación: cuanto mejor es la comunicación, mejores y más numerosas son las alternativas que uno puede elegir. Y los aciertos al hacerlo.

El mito de la comodidadEs normal suponer que en el Primer mundo (Europa, Estados Unidos, etcétera) los gobiernos y las leyes garantizan, protegen y promueven la libertad. Tal conjetura es parcialmente acertada por cuanto aunque dichas facilidades jurídicas evidencian algunas ventajas relativas de las gentes primer mundistas respecto a la libertad efectiva de la que disfrutan los ciudadanos de las naciones del Segundo y el Tercer mundo, ciertamente el nivel de libertad efectivas es todavía precario incluso en esas sociedades: En todas ellas hay millones de individuos asfixiados durante décadas por ocupaciones que los fastidian, constreñidos a obedecer normas y horarios que abominan y encerrados en ambientes laborales que les resultan intolerables. Todos ellos, de ser viable, abandonarían sus trabajos, sin embargo no pueden hacerlo. Carecen de independencia suficiente para ello. Por tal motivo millones de personas suspiran (¿o suspiramos?) por ganarse de buenas a primeras el baloto o una lotería para mandar al cuerno algunas de las personas con quienes conviven, la casa donde habitan, el trabajo que desempeñan o desentenderse de la decisión que deben tomar acerca de su futuro profesional.

La tesis de Burcet es que, en lugar de esperar a que caiga del cielo el premio gordo de una lotería, es menester emprender el camino, lento, dificultoso, nada inmediato, e incluso desesperante para algunos, de la intensificación y la mejora cualitativa de la comunicación. Acabar con la cultura del secreto y comenzar con la de la transparencia. Sin embargo no todo es soplar y hacer botellas, y aquí es que el mito de la comodidad obnubila el juicio de muchos profesionales del diseño (y de casi toda la población en general) pues es un despropósito asumir que las soluciones espectaculares están al alcance de la mano. Como rezaba aquella vieja serie de televisión: “quieren fama, ¡entonces comiencen a pagarla con sudor!”. En virtud de ello, abrigo mis dudas (y aconsejo a los demás hacerlo también) acerca de las bondades reales de los diez truquitos de recetario para lograr salud, dinero y amor (aunque yo mismo no este exento de emplearlos). Es lamentable pero el mito de la comodidad nos ha llevado a desesperarnos si en cinco minutos no obtenemos lo que queremos... Dizque porque la tecnología simplificará todos los procesos hasta decir no más. A este respecto un conocido escritor de ciencia ficción anotó “mientras la tecnología sea diferente de la magia el futuro no habrá llegado del todo”, y tenía razón y si se medita más sobre el punto se concluirá que dicho futuro está aún muy (pero muy) remoto.

Tal vez el hecho de que tengamos a un clic de distancia por messenger a alguien que está en el otro lado del mundo nos ha llevado a engañarnos, a creer que las cosas deben y pueden ser hiper-simplificadas. Nada más lejano de la realidad, en efecto, las formas de uso más superficiales serán cada vez más sencillas, pero quienes aspiren a obtener la excelencia a partir de las posibilidades más pujantes que brinden las tecnologías de comunicación en las siguientes décadas EN CUALQUIER CAMPO DE LA ACTIVIDAD HUMANA tendrán como hoy que realizar tremendos esfuerzos particulares, aunque se hayan facilitado las formas más triviales de objetos y servicios de uso. Lo que sí resulta natural es que la combinación más productiva concebible está integrada por la mezcla de las novedades “que nos toca sufrir” en función del proceso evolutivo de cada momento con el grado de la confirmación de las partes más nobles y consistentes de las raíces y las tradiciones.

Así las cosas, el crecimiento profesional y personal, el futuro con sentido en los años venideros estará dado —ya sea que se tome la senda de la independencia, la del empleo o la de la especialización— por el continuo crecimiento cualitativo de cada quien (y esperemos de la sociedad como un todo). Para salir vencedores en ese reto, necesitamos calcular conformemente la mezcla de confirmación y novedad satisfactoria en cada iniciativa que emprendamos (recordando que únicamente la novedad conduce al crecimiento cualitativo) y disipar fluidamente mediante la acción creativa la respuesta emocional que los contextos cambiantes nos generen. Los más ambiciosos, presumo, buscarán un diálogo constante con su entorno y lo traducirán en admisiones y disipaciones de novedad mediante la acción, mismas de las que obtendrán cada vez mejores soluciones de diseño a la problemática del día a día.

Todo lo cual implica valentía, sacrificio, empeño, y mucho más palabras que las cinco mil anteriores.

4 comentarios:

Roberto Iza Valdés dijo...
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Unknown dijo...
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