miércoles, abril 12, 2006

¿Las reglas mandan? E31

El imperio organizado

originalmente escrito en septiembre 15 de 2002















Eran sólo hombres. Un griego que sometió la naturaleza a la tutela de las leyes científicas, y un francés que mil novecientos años después demostró la existencia de la sustancia pensante. Aunque pocos los han leído, casi toda la humanidad sabe que ambos están entre sus más geniales miembros.
Aristóteles instauró la lógica occidental e intentó que todo discurso convenciera llamando a la razón (o ‘logos’). Al final las flaquezas humanas frustraron su anhelo y él admitió resignado otros dos llamamientos: el del pathos a la emoción, y el del ethos al carácter. Los tres se conservan todavía, pero el logos es él más fuerte.
Tiempo después, René Descartes equiparó el ser y la racionalidad con omnipotente sencillez. Con su “Pienso, luego existo”, enunció sin emoción alguna y con lógica impecable, dicen, el argumento más preciso concebible. Así fortaleció el predominio de la razón cuyo poder había surgido con el big-bang mental de la escritura al abrirse la historia.

Demasiadas reglas
La escritura, escribió Antonio Cárdenas Walle, es la esencia de la ciencia. Gracias a ella los conceptos lo capturan todo. Cada portento de la naturaleza. Cada objeto. Cada uno de los significados que nutren el diseño.
Al paso de los siglos esa misma razón hipertrofiada invadió el saber de muchas
disciplinas. Y hoy en buena parte de nuestra academia es una rémora que amenaza
devorar la capacidad expresiva del diseño colombiano. Porque el logos sin
inteligencia es tan aberrante como la inteligencia sin emociones.
Es sofocante proyectar (y hasta pensar) entre demasiadas reglas acerca del cómo se debería diseñar, máxime si los que imparten el dogma de moda usan un mazacote terminológico hurtado a la filosofía, la lingüística y otras disciplinas, en tanto quienes aprenden escasamente si escriben caricaturas de texto que jamás serán reflexión crítica.
Muchas de esas normas apenas han sido expresadas cuando ya se llama a cuentas al estudiante por quebrantarlas. Su proceso de diseño se limita a formular explicaciones tridimensionales satisfactorias para los profesores acerca del porqué no diseñó de cierto modo, y si es incapaz de darlas o ellos las juzgan inaceptables, ¡es declarado indigno de contarse entre los diseñadores!
Fuera de la universidad, en el mundo real, ocurren cosas. Incluso resulta que ciertas habilidades para diseñar —o fingir hacerlo— se ajustan a los medios económicos. Y que tanto artilugio teórico es innecesario para alcanzar la celebridad.

Toda la razón
El italiano Angelo Mangiarotti, sobresaliente exponente del urbanismo y el diseño del siglo XX, alabó al respecto las virtudes de una cabeza de palo que le fue dada por un artífice japonés: “Es una pieza sencilla —cortada de manera que extraen dos de ellas del tronco natural— sacan un objeto de la rama con extraordinaria inteligencia. Respetan el material. Y también la técnica. Pero sobre todo la posición teórica del objeto en el diseño. Es única. Ese objeto nunca será una obra de arte sólo exactamente lo que en su esencia debe ser”.
El mismo Mangiarotti, uno de los grandes racionales del diseño italiano, al ‘exiliarse’ en 1989 en Japón y fundar “Mangiarotti y Asociados” con sede en Tokio, parece reconocer lo arduo de diseñar fuera de lo que la cultura en la que uno ha nacido espera que haga. Es bueno saber, al valorar la actividad humana, que las teorías, prisioneras del tiempo y del espacio, reflejan a menudo las inconexas ideologías dentro de las cuales tomaron forma.
En especial si los pensadores contemporáneos, de los cuales los profesores somos una subespecie, creemos existir únicamente dentro de nuestras cabezas y poseer toda la razón exigida. Rara vez permitimos aportes del “espacio exterior”. Nuestra madre, hija de Descartes, es la modernidad que nos infectó el cerebro con el virus del egoísmo.
Afirmamos que la cultura produce el objeto, que genera el diseño, y olvidamos que ambos, el objeto y el diseño, generan cultura en un escenario donde nuestro aislamiento intelectual contribuye a la crisis de las certezas.

Una curiosa paradoja
Si enviamos las palabras de este ensayo a un buscador como Google o Yahoo, o las unimos por hipervínculo a otras páginas, encontraremos miles de sitios web que explican cada una de ellas de innumerables maneras. Todas ciertas y todas falsas según realidades relativas.
¿Dónde está la razón?
Al cambiar la letra impresa a la virtual salimos del reducto de la cordura. La humanidad se está conectando en red y vivirá con eso miles de años. El conocimiento, seamos diseñadores o no, reside abrumadoramente fuera de nosotros. Ha comenzado a desmoronarse el imperio organizado que edificaron los lacayos de lo moderno. Enhorabuena, pues la hipotética exactitud fue inservible para aliviar al hombre. El propio Descartes lo aceptó al decir: “Una alegría ilusoria es a menudo más digna que el dolor genuino”.
Cuando la palabra de manera sistematizada se separó del mundo natural para hablar de los objetos, usó la lógica como instrumento. Pero por una curiosa paradoja cuando la lógica fue puesta en red informática la razón enloqueció. Tenemos que investigar las posibilidades del Internet, a un clic hay cien culturas y los elementos constitutivos del diseño que proporcionan. Aunque en los reinos arcaicos la manera de diseñar siga del modo convencional, la mayoría de los objetos del futuro se diseñarán mediante la exploración electrónica de las fuentes universales.
Pese a ello en el espacio y en el ciberespacio, la razón, el logos discursivo auténtico seguirá siendo sencillo. Simple. Carente de emociones, como el postulado de Descartes o la definición que da Mangiarotti de la cabeza japonesa.
Ya no existirán los discursos rebuscados cuyos dueños afirman manejar la lógica mientras maquillan su sentimental pedantería. Eso será mañana. Hoy todavía quedan demasiados autores con una amplitud argumental inversamente proporcional a la verdad que enuncian. Mi disertación es tan viciada como la de ellos. La diferencia es que yo lo acepto.
Como sea, Aristóteles y Descartes eran hombres. Sólo hombres.
Acaso los más sobresalientes que hayan existido.Y quizá los más malinterpretados.



2 comentarios:

alcabanzo dijo...

Hola. No soy una máquina mandando mensajes. Sólo que estoy mamado ya... lee mi último post...

P.S. tengo un escrito de juventú sobre lo latoso de los filósofos... por si acaso... digo, no?

Sun Dancer dijo...

"Y que tanto artilugio teórico es innecesario para alcanzar la celebridad"..

Honestidad intelectual, nada mal!

Y sí, eran sólo hombres, aunque la mayoría de veces pasan por superhombres..

(Me agrada la manera en que escribes..seguiré ojeando..

Un abrazo,