miércoles, abril 12, 2006

¿Las reglas mandan? E31

El imperio organizado

originalmente escrito en septiembre 15 de 2002















Eran sólo hombres. Un griego que sometió la naturaleza a la tutela de las leyes científicas, y un francés que mil novecientos años después demostró la existencia de la sustancia pensante. Aunque pocos los han leído, casi toda la humanidad sabe que ambos están entre sus más geniales miembros.
Aristóteles instauró la lógica occidental e intentó que todo discurso convenciera llamando a la razón (o ‘logos’). Al final las flaquezas humanas frustraron su anhelo y él admitió resignado otros dos llamamientos: el del pathos a la emoción, y el del ethos al carácter. Los tres se conservan todavía, pero el logos es él más fuerte.
Tiempo después, René Descartes equiparó el ser y la racionalidad con omnipotente sencillez. Con su “Pienso, luego existo”, enunció sin emoción alguna y con lógica impecable, dicen, el argumento más preciso concebible. Así fortaleció el predominio de la razón cuyo poder había surgido con el big-bang mental de la escritura al abrirse la historia.

Demasiadas reglas
La escritura, escribió Antonio Cárdenas Walle, es la esencia de la ciencia. Gracias a ella los conceptos lo capturan todo. Cada portento de la naturaleza. Cada objeto. Cada uno de los significados que nutren el diseño.
Al paso de los siglos esa misma razón hipertrofiada invadió el saber de muchas
disciplinas. Y hoy en buena parte de nuestra academia es una rémora que amenaza
devorar la capacidad expresiva del diseño colombiano. Porque el logos sin
inteligencia es tan aberrante como la inteligencia sin emociones.
Es sofocante proyectar (y hasta pensar) entre demasiadas reglas acerca del cómo se debería diseñar, máxime si los que imparten el dogma de moda usan un mazacote terminológico hurtado a la filosofía, la lingüística y otras disciplinas, en tanto quienes aprenden escasamente si escriben caricaturas de texto que jamás serán reflexión crítica.
Muchas de esas normas apenas han sido expresadas cuando ya se llama a cuentas al estudiante por quebrantarlas. Su proceso de diseño se limita a formular explicaciones tridimensionales satisfactorias para los profesores acerca del porqué no diseñó de cierto modo, y si es incapaz de darlas o ellos las juzgan inaceptables, ¡es declarado indigno de contarse entre los diseñadores!
Fuera de la universidad, en el mundo real, ocurren cosas. Incluso resulta que ciertas habilidades para diseñar —o fingir hacerlo— se ajustan a los medios económicos. Y que tanto artilugio teórico es innecesario para alcanzar la celebridad.

Toda la razón
El italiano Angelo Mangiarotti, sobresaliente exponente del urbanismo y el diseño del siglo XX, alabó al respecto las virtudes de una cabeza de palo que le fue dada por un artífice japonés: “Es una pieza sencilla —cortada de manera que extraen dos de ellas del tronco natural— sacan un objeto de la rama con extraordinaria inteligencia. Respetan el material. Y también la técnica. Pero sobre todo la posición teórica del objeto en el diseño. Es única. Ese objeto nunca será una obra de arte sólo exactamente lo que en su esencia debe ser”.
El mismo Mangiarotti, uno de los grandes racionales del diseño italiano, al ‘exiliarse’ en 1989 en Japón y fundar “Mangiarotti y Asociados” con sede en Tokio, parece reconocer lo arduo de diseñar fuera de lo que la cultura en la que uno ha nacido espera que haga. Es bueno saber, al valorar la actividad humana, que las teorías, prisioneras del tiempo y del espacio, reflejan a menudo las inconexas ideologías dentro de las cuales tomaron forma.
En especial si los pensadores contemporáneos, de los cuales los profesores somos una subespecie, creemos existir únicamente dentro de nuestras cabezas y poseer toda la razón exigida. Rara vez permitimos aportes del “espacio exterior”. Nuestra madre, hija de Descartes, es la modernidad que nos infectó el cerebro con el virus del egoísmo.
Afirmamos que la cultura produce el objeto, que genera el diseño, y olvidamos que ambos, el objeto y el diseño, generan cultura en un escenario donde nuestro aislamiento intelectual contribuye a la crisis de las certezas.

Una curiosa paradoja
Si enviamos las palabras de este ensayo a un buscador como Google o Yahoo, o las unimos por hipervínculo a otras páginas, encontraremos miles de sitios web que explican cada una de ellas de innumerables maneras. Todas ciertas y todas falsas según realidades relativas.
¿Dónde está la razón?
Al cambiar la letra impresa a la virtual salimos del reducto de la cordura. La humanidad se está conectando en red y vivirá con eso miles de años. El conocimiento, seamos diseñadores o no, reside abrumadoramente fuera de nosotros. Ha comenzado a desmoronarse el imperio organizado que edificaron los lacayos de lo moderno. Enhorabuena, pues la hipotética exactitud fue inservible para aliviar al hombre. El propio Descartes lo aceptó al decir: “Una alegría ilusoria es a menudo más digna que el dolor genuino”.
Cuando la palabra de manera sistematizada se separó del mundo natural para hablar de los objetos, usó la lógica como instrumento. Pero por una curiosa paradoja cuando la lógica fue puesta en red informática la razón enloqueció. Tenemos que investigar las posibilidades del Internet, a un clic hay cien culturas y los elementos constitutivos del diseño que proporcionan. Aunque en los reinos arcaicos la manera de diseñar siga del modo convencional, la mayoría de los objetos del futuro se diseñarán mediante la exploración electrónica de las fuentes universales.
Pese a ello en el espacio y en el ciberespacio, la razón, el logos discursivo auténtico seguirá siendo sencillo. Simple. Carente de emociones, como el postulado de Descartes o la definición que da Mangiarotti de la cabeza japonesa.
Ya no existirán los discursos rebuscados cuyos dueños afirman manejar la lógica mientras maquillan su sentimental pedantería. Eso será mañana. Hoy todavía quedan demasiados autores con una amplitud argumental inversamente proporcional a la verdad que enuncian. Mi disertación es tan viciada como la de ellos. La diferencia es que yo lo acepto.
Como sea, Aristóteles y Descartes eran hombres. Sólo hombres.
Acaso los más sobresalientes que hayan existido.Y quizá los más malinterpretados.



martes, abril 11, 2006

Sobre letras y pelotas E30

















Letras peloteadas
Por: Alfredo Gutiérrez Borrero


A juzgar por los comentarios de Andrés López, la “Pelota de letras” alude, más que a la esférica de caucho grabado, a la condición de quienes (¿cual pelotas?) emiten y reciben palabras cuyo cabal significado ignoran. Todo conforme enseñara Lafayette Ronald Hubbard, quien en su obra “Dianética” (donde compendia la doctrina desde la cual desarrolló la cienciología o religión del “saber sobre el saber”) prescribe jamás pasar por alto palabras incomprendidas pues tal acto propicia toda confusión. Sin embargo, es paradójico que, mientras con cada función López disloca de risa al público, su bufo despliegue de sociología cotidiana estigmatiza, sin precisar jamás su genuino sentido, varias expresiones de irrefutable vigencia lingüística. Tristemente, la credibilidad y credulidad suscitada por “Pelota de letras” en millones de espectadores (la mayoría incapaces de distinguir el gracejo de la realidad) podría —pese a retratar con acierto el abismo entre la pretensión y el logro en varias generaciones de compatriotas— mutilar el patrimonio verbal colombiano.

Ahora bien, insulso como repetir elogios prodigados por tantos medios de comunicación a las evidentes habilidades del comediante, sería asumir que “Pelota de letras” fue vista por todos, o resultó de general agrado. Seguro suscitó también bostezos y enfados; y habrá quienes convengan en que algunas objeciones ennoblecen la manifestación artística ampliando sus alcances. Como sea, las pelotas (globos de goma elástica usualmente recubiertos de pelo de cabra, o ‘pelote’ —por ello su nombre— y forradas en cuero o caucho) provocan el juego. A riesgo de aparecer aguafiestas, dialéctico en este caso.

Sé que razonar sobre pelotas ajenas amadas por la opinión, genera suspicacias; pero tal como los viejos críticos del palco en el Show de los Muppets, considero el disenso mejor complemento del arte que la idolatría. En consecuencia, indemnizaré varias colombianísimas muletillas pues pienso, tras ver cómo López zahiere escénicamente su empleo, que un epidémico temor al ridículo podría erradicarlas del habla nacional, Algo lamentable, ya que, por risibles que suenen, sereno, chiflón, bandearse y otras expresiones son legítimas integrantes del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) con más derecho al favor popular que tanta proactividad, empoderamiento y serendipia advenedizas en nuestra lengua (sin mencionar benchmarking, rafting, outsourcing y demás anglicismos colonialistas). Pruebe quienquiera a escribir ‘bregar’, o ‘acomedirse’ en un procesador de texto Microsoft Word con corrector ortográfico habilitado para idioma español y constatará ausencia de subrayados rojos que señalen incorrección. Hasta los abonados de Bill Gates aceptan su autenticidad y eso amerita litigar su caso.

Sereno moreno y gruñón chiflón
Hasta serenos diurnos menciona López. Menuda rareza, por cuanto “sereno” sólo aplica a la humedad atmosférica nocturna (del latín “serum” que significa tarde o noche); por ello “al sereno” traduce “a la intemperie de la noche” (y como “intemperie” es “desigualdad del tiempo”, sí puede haberla diurna o nocturna). Así, los mexicanos, entre otros, llaman “serenos” a los vigilantes nocturnos (por ventura López vio a alguno de día), y nosotros “serenatas” a ciertas veladas musicales noctívagas para agasajar seres queridos. Por supuesto, hay otro “sereno” de diferente raíz latina que califica días despejados o, figurativamente, a personas apacibles; pero dudo que a nuestros padres los horrorizaran las personas tranquilas o temieran que un día despejado produjese pulmonía.

Lesiona también el saleroso Andrés al hermoso sustantivo “chiflón”, según designamos en América a una “corriente sutil de aire silbante que se introduce por los resquicios”, derivado de “chiflar”, que es pitar con el silbato denominado “chifla” o imitar con la boca su sonido. Asimismo, el DRAE solventa al dilema lopista de si es dable bandearse solo o acompañado al definir “bandear” como “ingeniárselas para satisfacer las necesidades de la vida o salvar dificultades” (algo factible para los padres de López, o los de cualquiera de nosotros, solos o acompañados). Otro término peloteado que exige reparo es “acomedirse”, el DRAE lo describe como usado en América (no solo en Colombia) para “prestarse espontánea y graciosamente a hacer un servicio”. Así, el “acomedido” es servicial y obsequioso; y el “desacomedido”, desatento y desconsiderado.

¿Televidentes ensotados?
Continúan las rehabilitaciones con el término “ensotarse”, que acongojara a López cuando sus progenitores le reprochaban su afición a la pantalla chica (“mírelo, todo el día ensotado viendo televisión”). Gracioso pues “ensotarse” implica ocultarse en un “soto” —del latín “saltus” para “bosque”— o lugar lleno de malezas y árboles (algo desbarajustado tendría López su dormitorio). Más ilustre prosapia tiene “bregar” que, contra lo argüido por Andrés, no emana del dialecto de las amas de casa de Modelia, sino del habla de los godos, quienes tampoco eran Laureano Gómez o Mariano Ospina sino un antiguo pueblo germano que produjo varios famosos reyes de la península Ibérica (incluido el desafortunado Rodrigo quien, aunque bregó mucho, sucumbió, en 711 ante los moros en la batalla de Guadalete). Del godo “brikan” para “golpear” nace “bregar” que el diccionario incluye como: “Luchar, reñir, forcejear unos con otros”, “ajetrearse, trabajar afanosamente” o “luchar contra riesgos o dificultades”. De ahí que los papás de López y demás “guayabas”, como yo que soy modelo 68, bregaran por educarnos tanto como el infeliz Rodrigo contra los moriscos en Guadalete. Ah, y la conjugación correcta es: yo brego, tú bregas, etc. (si dices “yo briego” eres, al decir lópezco, una “garra” como denunciará el subrayado carmesí tras teclear la palabra en el computador).

Oreadas y escarapeladas
Merced a “Pelota de letras” hay verbos casi desahuciados. Como “orear”, que el comediante juzga extraterrestre (de aire que en latín es “aura”), y concierne a cuando algo o alguien es refrescado por el viento, o secado al aire, o liberado por éste de humedades u olores (los campos se orean, etc.). Más vapuleado por López resulta “escalabrar” (“¿Qué es? o, mejor, ¿cómo se escribe?”, pregunta). Simple, es otra variante aceptada por el DRAE de “descalabrar” que mezcla el prefijo “des”, para “fuera de”, con “calavera”, y corresponde a “herir o herirse en la cabeza (¿hasta que asome la calavera?) e incluso en otras partes” o a “Causar daño o perjuicio”. Igualmente urge salvar del descalabro, a labios del cáustico López, el “escarapelar” tan caro al bogotano para nombrar la muda de piel forzada por exceso de luz solar tras holgarse en veraneaderos vecinos, verbigracia Melgar, Tolima. Aquí, el DRAE refiere que, donde otros hispanohablantes se “descascaran y resquebrajan”, colombianos, costarricenses y venezolanos se “escarapelan”. Asimismo desdeña López los vocablos “calzar” (“cubrir el pie con calzado” según el DRAE) y “sentar” del cual comenta el diccionario: “tratándose de comida y bebida, ser bien recibidas o digeridas por el estómago. Utilizase también como negación con los adverbios bien y mal”. Acaso la única voz merecedora del vilipendio pelotaletresco es “teni”, irregular singular del calzado deportivo, aunque el DRAE advierte que “tenis” es plural, así que, de validarse un singular, este sí sería “teni”, expresión que jamás oí salvo en chistes contados entre amigos.

Descargos
Semanas atrás comenté a mis alumnos en la universidad que casi la generalidad de las palabras cuyo uso López volvía broma eran correctas, y me asombró el escepticismo que exteriorizaron. ¡Muchos creían, debido a “Pelota de letras” (horror) que eran todas yerros idiomáticos! Eso motivó comenzar lo que ahora concluyo. Por demás, aplaudo la amalgama de los calzones que Heidi exponía al bobalicón Pedro en cada saltito por la campiña alpina, y la estudiada elegancia de las mamás colombianas del siglo pasado danzando el “San... San... Fernando”, o el comején de Wilfrido, con una vaharada de emparedado de huevo añejado medio día en lonchera metálica con repujados de Lee Majors, alias Steve Austin, alias el Hombre Nuclear. Bien dijo Chaplin que al final todo es chiste, y si es muy bueno, fuera de reír, hace llorar. Humedecieron mis ojos las evocaciones que López hizo de “El Show de Jimmy”, de Maya, la abeja graciosa y de su trágica contraparte José Miel; vibré viéndolo cantar el tema de Mazinger Z y especialmente en la apoteosis final de su acto con la melodía de Seigi no Ashiru Mono Gekko Kamen, o mejor Centella el justiciero que protagonizó los sueños pueriles de mis contemporáneos. Con él mi memoria revivió al “Chico Marino y la Patrulla Oceánica”, al “Agente S5” y a “Tritón del Mar”, trozos de una infancia extraordinaria en este Bogotá amado por siempre jamás.

Bien hecho, López, diste más brillo a un ¡viva Colombia! y lo agradezco, aunque ¡oh, magno adalid del significado revelado!, desvirtuaste también muchos entrañables vocablos criollos.

Disculpa tanta comilla, pero es indigno dejarlo así.


Diseño y retórica E29

Tres formas de persuadir

Originalmente escrito el 8 de septiembre de 2002

Cuando sea grande quiero ser diseñador.
¿Dicen eso los niños colombianos?
Ciertamente no.
Sus simpatías profesionales se declaran por la enfermería, la policía y el heroico oficio de los bomberos. El diseño es impopular entre ellos. Y aunque al crecer cambien de preferencias conviene examinar el posicionamiento que en su mente tienen las clínicas, los cuarteles y las estaciones de bomberos.
Es primordial si nos interesa difundir el diseño.
Pues lo que ellos captan lo comprenden todos.
Los pueblos son niños multitudinarios.
Al respecto Jerome Bruner —el gigante de la ciencia cognitiva del siglo XX— destaca notables cambios evolutivos en el desarrollo de la representación: Al principio el niño conoce el mundo mediante acciones por las cuales se relaciona con él. Después emerge una segunda técnica representativa, en cierto grado libre de la acción, a través de la imaginería. Por último aparece otro poderoso método que permite convertir la acción y la imagen en lenguaje.
Cada uno de estos métodos de representación —actoral, icónico y simbólico—, agrega Bruner, suministra formas especiales de explicar las circunstancias.

Comunicación
Indudablemente el diseño es una ocupación figurativa más compleja para el infante que la del bombero o la del policía.
Desde pequeños los humanos tenemos rudimentos de los conceptos del fuego, la enfermedad y el crimen. Con el diseño acontece diferente. Es en la adolescencia (y con mayor repertorio cognitivo) que el concepto se comprende.
Medianamente.
Pese a estar en un mundo lleno de objetos clasificados según atributos culturales establecidos y designados por el lenguaje, el niño jamás piensa que “diseña” cuando juega con ellos.
Aunque lo hace.
En cambio interpreta con naturalidad a quien coloca la inyección o apaga las llamas, incluso puede graficar al policía sobre un papel. Pero cuando le pedí a mi sobrina de cuatro años que dibujara un “diseñador”.
Su carita expresó un elocuente... ¿?




Lo cual conduce a algo que personas sensatas evitan: reflexionar sobre diseño.
¿Qué son los diseños? En esencia comunicación, como los gestos y el lenguaje hablado. Y como tales mezclan signos y simbolismo, lo cual los vincula con la doctrina del signo que John Locke bautizó semiótica.
Umberto Eco, el semiólogo italiano, la definió como la disciplina de investigación que explica el funcionamiento de la comunicación y la significación.
El espíritu del diseño es comunicar.
Conozco la preocupación de mis colegas profesores de diseño industrial por subrayar ante los alumnos la importancia del contenido semiótico de la creación objetual. Esto es la capacidad de sus diseños de portar mensaje hacia sus usuarios.

Semiótica
Dicho contenido semiótico comprende tres aspectos casi impenetrables para los ignorantes en los sacros misterios del diseño. El primer aspecto, o semántico, estudia los ‘semas’ o elementos básicos que expresan la forma con una mínima cantidad de significado, y de aplicación puntual de conocimiento o praxis. El segundo aspecto, o sintáctico, analiza mediante la sintaxis la combinación de los semas en diversos órdenes de relación internos y externos así como los significados que dichos ordenes producen. El último aspecto, o pragmático, examina el origen, la interrelación y los efectos tanto de los semas como de los órdenes sintácticos y la transformación de ambos en códigos que proveen la apropiación de un diseño en un entorno dado.
Quien siga aún despierto use la lingüística para ir del “sánscrito” al español y comparar el ejercicio de diseño con un libro en el cual convergen: Primero varias palabras cada una con su propia semántica o significado; Segundo combinaciones sintácticas de esas mismas palabras —llamadas oraciones— que expresan conceptos; y Tercero un pragmático hilo conductor discursivo que convierte las palabras y las oraciones implicadas en un código, o lenguaje específico, el cual organiza la trama, otorga el estilo (técnico, humorístico, etcétera) y narra el argumento al lector para que éste lo apropie.
Es magnífico relacionar un usuario con un lector. O el tacón, la suela y la puntera de un zapato con palabras. Pero… ¿Lo entenderá mi sobrina?

Logos, ethos, pathos
El diseño positivo opera mediante el consenso y la consulta. Comienza con la tipificación y el análisis de una expectativa o una necesidad, y prosigue con una secuencia coordinada en la cual la información es tanteada y las ideas se escrutan y evalúan hasta alcanzar la satisfacción óptima de la expectativa.
O cuando menos una solución digna para la necesidad.
El “consenso” y la “consulta” en este proceso implican otras personas diferentes a los diseñadores. A saber los usuarios y el gran público.
Míseramente se les deja de lado con frecuencia.
Aquí retomo el ideal retórico de mi texto anterior. Es vital para familiarizar a propios y extraños que el diseño persuada con los tres llamamientos que concibió Aristóteles: el logos, o llamamiento a la razón, el pathos, o llamamiento a la emoción, y el ethos, o llamamiento mediante la presentación persuasiva del propio diseñador.
Los tres juntos —¡sólo los tres!— alcanzan una persuasión total.
En Colombia, salvo contadas excepciones y a diferencia de Italia por ejemplo, exclusivamente se promueve el uso de uno de los llamamientos. Porque mis camaradas profesores al enfatizar el contenido semiótico con sus elementos semánticos, sintácticos y pragmáticos, confinan la obra de diseño a los gélidos dominios del logos.
Quizá los niños italianos saben poco sobre Alessandro Mendini, Angelo Mangiarotti o Andrea Branzi. Pero sin duda más que los niños colombianos sobre Dicken Castro, David Consuegra o Jaime Gutiérrez Lega.
Por años vi a cientos de futuros profesionales colombianos aprender un diseño preciso y puntual que descarta la esencia revoltosa y alegre de nuestra patria. Demasiados se instruyeron en la lógica exterminadora del Señor Spock que sorprende a todos sin entusiasmar a ninguno.



Puro logos. Un ethos enmascarado y engreído. Nada de pathos.
Antipático. Excesivo cerebro. Poco corazón.
Es ignominiosa para el diseño colombiano esa petulancia que olvida su responsabilidad pedagógica con el gran público.
Hay que bosquejar una discursiva elemental. Para que mi sobrina y otros niños aprendan a dibujar diseñadores.

El mito de la popularidad E28


Popularidad: dañino tesoro


Mi homenaje al único colombiano que ha acariciado el Olimpo de la perfección en los sondeos de opinión. Ni de lejos, ningún nacional en la historia patria se ha aproximado tanto como él a conseguir una imagen favorable del 100% ante el público. Sempiterna gloria al fabuloso hijo de Antioquia. Loor al insuperable... ¡Jaider Villa!

Talía y Melpómene, divinas señoras de la comedia y la tragedia, lo mimaban con sus dones. Era el ungido. El magno. El histrión anhelado que llevaría la interpretación a su apogeo. La parodia, el drama y la pantomima le brindarían sus mieles. Lideraría la actuación del país en las próximas décadas. “Su imperio sobre la caracterización será absoluto”, proclamaban sus enfervorizados creyentes; esos miles de televidentes que, semana a semana, le otorgaban embelesados una aplastante ventaja en votos frente a sus rivales de turno (e incrementaban su respaldo con fiereza si algún analista sensato osaba señalarles la ineptitud de su campeón). Los anales del espectáculo cantarán por siglos su épica e implacable victoria sobre Pedro Palacio: 93 contra 7%. Sobresaliente. Memorable. Tanto como anodina fue su carrera tras el conspicuo reality organizado por RCN. Corrieron los años y sus adoradores, inmunes al desengaño, aguardan todavía a que el galán por antonomasia realice cuando menos un digno papel secundario. A la inversa, el otrora impopular Pedro Palacio es hoy un promisorio actor.

La epopeya de Jaider sintetiza los oceánicos desaciertos en los que (con frecuencia) incurre la multitud cuando decide encaprichada con los eventuales méritos de un individuo. A la hora de elegir, la popularidad obnubila a las colectividades. Es un baremo traidor y fullero. Por cada acierto probado, un recorrido histórico a vuelapluma revelará infinidad de catástrofes. Ahí está para demostrarlo el drama evangélico en cuatro versiones. Representémonos a Pilatos, procurador romano de Judea, apareciendo ante los judíos para informarles: “Yo no encuentro delito en este hombre. Pero vosotros tenéis la tradición de que os libere un condenado en la pascua. ¿Queréis, pues, que os libere al Rey de los judíos?”. Figurémonos al gentío, encariñado con cierto carismático malhechor, vociferar haciendo gala de su proverbial cordura: “A ese no. ¡Libéranos a Barrabás!”. Tras lo cual, el episodio cursó ineluctable hacia el amargo epílogo de la crucifixión.

Curiosamente, otra anécdota —algo menos infausta (e incluso hilarante)— prueba lo mismo, e involucra también a un miembro del clan Pilatos. Todavía sonrío cuando evoco los suspiros de mis contemporáneas, embaucadas a la sazón por Fabrice Morvan y el hoy desaparecido Rob Pilatus: aquellos corpulentos morenazos, integrantes del falsario dúo Milli Vanilli, cuya estampa desleía a miríadas de señoritas (y de homosexuales) quienes, en diversas latitudes, escuchaban All or Nothing, Blame It On the Rain, Girl I’m Gonna Miss You y otras exquisitas baladas que los adonis de ébano simulaban interpretar (y en realidad entonaban individuos menos apuestos pero con genuino talento musical). A tal grado llegó el timo que los atezados colosos culminaron, vitoreados y ufanos, como ganadores del Premio Grammy 1990 al mejor nuevo artista. Sin embargo, un volantín de la suerte los transformó poco después en hazmerreíres del universo farandúlico al tener que devolver su galardón una vez descubierto el embuste (aún creo que habría sido preferible instituir con ellos la inédita categoría de “mejor falso artista”). Eso sí, los cantantes originales se lanzaron pronto al mercado como “The Real Milli Vanilli. Para fracasar miserablemente.

Mas las cosas no concluyen ahí. Por doquier proliferaron (y proliferan), para embeleco de las masas, embajadores de la India de mentirijillas y emperadores desnudos, como el del cuento de Hans Christian Andersen, cuyos suntuosos trajes son supuestamente invisibles para los idiotas (aun cuando —la realidad es mordaz— casi siempre los idiotas resultan ser, ciertamente, quienes los ven). Sin embargo, ¡ay de los suspicaces que osen impugnarle a la sociedad su derecho a enamorarse de cuanto espejismo se le antoje!, porque serán estigmatizados y desacreditados. Y es que, aunque la democracia sea universalmente esencial, la turbamulta (término caro al fallecido Alfredo Iriarte para aludir a muchedumbres frenéticas), es con frecuencia irrazonable y supersticiosa. A raíz de ello, Ortega y Gasset fustigó la imposición mayoritaria del número en todos los ordenes existenciales (a la cual denominó “plebeyismo triunfante”); y siglo y medio antes que él, otro notable intelectual, el historiador inglés, Edward Gibbon, consignó en su “Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano” que mientras el estado de suspenso escepticismo es propio de unas pocas mentes inquisitivas, la práctica de la superstición es tan grata a la multitud que incluso cuando sus miembros son sustraídos de ella por la fuerza, deploran perder tan placentero estado.

En últimas, la voluntad popular resulta a menudo ser la coz —más que la voz— de Dios, pues conjura más desdichas que satisfacciones. Bien lo sabía ese geíser de epigramas que fue Nicolás Gómez Dávila cuando en uno de sus escolios sentenció: “El pueblo a veces acierta cuando se asusta; pero siempre se equivoca cuando se entusiasma”. Tal aseveración cobra espeluznante validez en esta era cosmética donde el particularismo avasalla, las encuestas son dioses y los encuestadores oráculos. En nuestros tiempos falaces, el antídoto contra la funesta epidemia de la popularidad lo encarnan quienes mantienen higiénicas aprensiones ante las tendencias en boga. Hay que proteger esos patitos feos, pues muchos de ellos son cisnes de perspicacia. Escucharlos puede salvarnos de nuevos Millis Vanillis, futuras crucifixiones, y ¡el destino nos proteja! hasta de novelas protagonizadas por Jaider Villa.

sábado, abril 08, 2006

Impuesto de Guerra: E27

Un triunfo ilusorio...

*Versión ampliada del texto publicado en el diario El Espectador de Bogotá, Colombia, semana del 9 al 15 de abril de 2006

Aunque verídico, sobrecoge, por el menosprecio de los humildes que implica, ese aparte de su editorial “Sobre el impuesto de guerra” (El Espectador semana del 2 al 8 de abril de 2006) según el cual “la Seguridad Democrática ha propiciado un aumento sustancial en el precio de los activos y por ello es justo que sean los miembros de esa minoría favorecida y poseedora de los activos quienes paguen las nuevas inversiones en seguridad”. Máxime cuando, en EL TIEMPO del mismo 2 de abril, Minhacienda, Alberto Carrasquilla, ratificó que el anterior impuesto de guerra “fue un excelente negocio” que valorizó las propiedades de quienes lo pagaron. Ambas informaciones validan el perspicuo análisis que, en EL Espectador del mismo fin de semana, hizo Alfredo Molano Bravo en su columna “Escalamiento”. ¿A eso se reduce todo? ¿a que el Gobierno transformó las Fuerzas Armadas en un cuerpo de celaduría con miles de hombres al servicio de los adinerados? Ni en la República Democrática Alemana de antaño, ni en la actual República Popular Democrática de Corea (mejor conocida como Corea del Norte) se empleó con tal doblez el término “democracia”. Con razón afirman tantos pensadores que la política moderna en tanto ciencia del buen gobierno cedió su lugar al mero mecanismo de conquista y manutención del poder.

Ante esta lucrativa insensibilidad empresarial es obvio que el prestigio del líder político esté dado no por el auxilio que preste a la mayoría de sus conciudadanos, sino por lo que el prolongamiento de su mandato significa en dividendos para sus padrinos financieros. ¿Cuando comprenderemos, parafraseando el filósofo italiano Paolo Virno, que la superación del estado actual de las cosas solo sobrevendrá cuando se maximice la existencia de cada miembro de la multitud colombiana y no unos cuantos puntos del PIB?

Además, ¿quién asegura que el nuevo gravamen propiciará el fin del conflicto? Se afirma que la nación tiene hoy —con 400 mil efectivos— casi el doble de tropas de hace un cuatrienio. ¿Bastará eso contra unas FARC tan atroces y cobardes como curtidas y experimentadas? La historia muestra que las guerrillas, doquiera que surgieron en el globo, solo fueron derrotadas mediante brutalidades horripilantes potenciadas por abrumadora superioridad humana y material (y a veces ni aún así). Para la muestra un botón: en 1886, el gobierno de los Estados Unidos precisó de 5000 soldados, dirigidos por el general Nelson Miles (y de apoyo del ejército mexicano), para rendir, en los desiertos de Arizona y tras años de contienda a cuarenta guerrilleros (mujeres y niños, incluidos) del jefe apache chiricahua, Gerónimo: esto es ¡125 soldados por guerrillero! En igual proporción, y calculando las FARC en 20 mil individuos, someterlas militarmente requeriría que Colombia dedicará exclusivamente al conflicto dos millones y medio de soldados. Por supuesto, la comparación induce a equívoco, pues ciertamente las Fuerzas Armadas colombianas modelo 2006 tienen mucho mejor tecnología y armamento que las tropas norteamericanas versión 1886, pero también, cabe recordar que las huestes de Tirofijo y Jojoy están enormemente mejor apertrechadas que la banda indígena del bravío Gerónimo). Ojalá, antes de requerir nuevos tributos bélicos, el Presidente meditara las palabras de Cicerón: siempre es mejor una paz injusta que una guerra justa.

viernes, abril 07, 2006

El ideal retórico: E26

En Abstracto 2.0

El ideal retórico
(No. 1) Originalmente escrito en 7 de septiembre de 2002

En su actuar el diseño reúne la habilidad, la experiencia y el saber humano para modelar el ambiente en dos sentidos: Hacia lo posible en la satisfacción de las necesidades físicas y psicológicas del hombre, y hacia lo trascendental en la concreción de sus anhelos profundos.

En Colombia el diseño de todo tipo es extraño al ciudadano común quien lo percibe en un espectro que va de lo caprichoso y suntuario hasta lo enigmático y esotérico.

Algo insólito en el trajín cotidiano.

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Las personas ajenas a esta ciencia y con nociones más que promedio apenas si identifican “proceso de diseño” con “proceso de solución de problemas”.

¿Por qué? si hay profesiones relacionadas con el dichoso diseño que llevan décadas en la bolsa laboral.

Muchas razones pueden esgrimirse: la inefable situación económica nacional, el desorden público, un atraso cultural en el pensamiento masivo, y todo lo que se pretexta a falta de explicaciones concluyentes.

Estoy en desacuerdo.

Porque tengo otra hipótesis.

Endiosamiento
Aunque varios veteranos gurués, y otros tantos calificados novicios de la nueva generación se crean notables intérpretes de las pretensiones populares, el diseño nacional es una actividad cerrada en la cual salvo los mismos diseñadores nadie opina.

Unos por pedantería otros por ingenuidad, muchos diseñadores más papistas que el Papa desatienden los gustos reales del colombiano en formas, materiales y demás aspectos. Asumen erradamente que gracias a ciertas técnicas académicas (que todos mencionan pero ninguno define) conocen más del problema dado que el emproblemado en cuestión y así la élite del diseño, en tanto trata de emerger se encierra en un ámbito exclusivo donde un diseñador sólo interactúa realmente con otros diseñadores.

El resultado: diseños magistralmente concebidos e incapaces de captar los anhelos y colmar las necesidades del usuario colombiano.

Y millones de pesos menos para la industria.

Por eso, y junto con el número de profesionales, aumenta la reacción contra un diseño esnobista que dogmatiza sobre hipotéticos consumidores mientras margina la tradición de la gente en este país. La historia de Colombia es la de la lucha de sus hijos por expresar sus gustos, su propia idiosincrasia, su estilo personal y una imagen de sí mismos a través de lo que usan y compran. Con total menosprecio del criterio ajeno. Conservadores y liberales, ricos y pobres, católicos y comunistas, guerrilleros y paramilitares, todos aquí ensalzan su opinión y niegan la de los demás sin conocerla.

Seducción
Para evitar perpetuar ese nefasto rasgo, el diseño colombiano requiere un ideal retórico que le permita mostrarse como actividad compartida entre los que diseñan sistemas, artefactos y entornos, y los que los fabrican, y los compran. Y los usan.

Tras descubrir el agua húmeda, señalo que desde siempre la retórica se entiende sólo como el estudio de la conversación y la escritura convincentes. En realidad, es también el arte de la persuasión y de muchas otras cosas.

Un diseño retórico es imperioso para crear un discurso seductor.

Tal discurso es el mensaje conceptual que el diseñador transmite a la sociedad en la cual se inserta su actuar y, además, el acto de la razón que deduce un proyecto “consecuente” del análisis de una problemática “antecedente”.

En su ideal retórico, el diseño propone las soluciones que consigue y asimismo los medios de comunicarlas al gran público. Por supuesto involucra con rigor dialéctico, filosófico y casi religioso los argumentos acerca de la sustancia, la verdad, la razón y la validez de las creaciones del diseñador.

Se educa al diseñador para tratar objetivamente el contenido y la cualidad, la forma y la función de sus elaboraciones, y se le desanima de revelar lo subjetivo del estilo y las apariencias.

Esa formación resulta incompleta.

Amabilidad
Pues aunque sus creaciones “hablen”, el contexto cambia y el diseñador ha de acompañarlas siendo militante y comprometido. El asunto es más de sinceridad que de engaño o superficialismo porque los medios son inseparables del significado y el “cómo”, (y bajo qué estado anímico) se diseñó algo, otorga tanto sentido como el “qué” se diseñó.

En consecuencia, el ideal retórico que planteo esgrime unas nociones genéricas de discursiva elemental y estudia el arraigo de la creación de diseño hasta involucrar, aparte de su contenido proposicional, su impacto emocional en el usuario.

Es magnífico que la solución de diseño se exprese por sí misma, pero si al tiempo el diseñador lo hace tanto mejor.

Dos expresan más que uno.

Cuando se examina la historia del objeto, del vestido y de la gráfica en Colombia, antes de las modernas facultades universitarias y del surgimiento de tantas pequeñas francias, italias y alemanias gremiales entre nosotros se observa que entonces había algo cálido que ha desaparecido actualmente. Algo cuya esencia sobrevive en esas regiones campesinas en las que el miedo a las minas quiebrapatas y a los violentos no consigue apagar la manera amable de saludar al forastero.

En el resto del país el diseñador dirige al inexperto un discurso demasiado petulante y terriblemente formal. Sin sentido educativo y en un dialecto cuya principal característica es explicar lo menos posible.

Si los serios sacerdotes académicos dicen que es lo correcto.Tienen razón. Pero cuando digo que no es lo mejor, también yo la tengo.

jueves, abril 06, 2006

E25: De acero como las armas

En Abstracto 2.0
De acero como las armas

(No. 0) Originalmente escrito el miércoles 9 de octubre de 2002

Emocionado reanudo al fin la obra que suspendí a finales del año 2000. Ciertamente el diseño nacional experimentó transiciones en estos veinticuatro meses, unas mejores que otras, y el dinamismo que la disciplina tiene hoy hace oportuno el momento para plantear inquietudes a los diseñadores colombianos y extranjeros que en gran número consultan habitualmente www.proyectod.com.

A guisa de prólogo a la labor crítica y de complemento que durante las próximas cien semanas expondré en esta obra, cabe precisar para tranquilidad de aquellos lectores que recuerdan fatigados mis kilométricas columnas del ‘En Abstracto’ inicial, a veces hasta con tres mil vocablos, que la versión 2.0 se caracteriza normativamente por entregar semanalmente al público textos inferiores a mil palabras.

Entre los múltiples cimientos estilísticos que, tras intensas reflexiones adelantadas sobre cada uno, soportan mis argumentos están la semiótica, la psicología, la poética, y especialmente la retórica. Ésta última conoce en el preludio del sigo XXI un renacer impresionante el cual, auguro, transformará substantivamente la mayoría de los discursos contemporáneos, y dejar pasar desapercibido ese hecho puede volver anacrónico y sin valor comercial al diseño colombiano de la siguiente década.

El Compás
Para comenzar a aclararlo me remito a la reverencia al pensamiento lógico que nuestras metodologías de diseño industrial revelan cuando subrayan la importancia del cálculo y la explicación organizada (según parámetros socioculturales, estéticos, técnicos y ergonómicos) del proceso de configuración de los objetos desarrollados en función de un uso. Sin querer restarle méritos, recordemos que la lógica se sitúa sobre postulados teóricos vigentes universalmente en tanto la retórica transita sobre aquello que quizá entre en vigor o cuenta con perspectivas de ser aceptado.

Lo conveniente, lo habitual y lo realizable, en cuyos dominios se mueve el diseño son territorios retóricos. Por ello, el estudio retórico de la creación objetual se presenta como oportuno complemento a una apreciación semiótica de la misma que resulta a menudo ambigua, equívoca y llena de cabos sueltos.

Al respecto dice el filósofo español José Luis Ramírez: “La retórica como conocimiento de la actividad fundamental del ser humano se hace consciente y considera tanto lo que se dice como lo que no se dice. Pues también el callar o el dejar de lado un asunto es significativo; en cambio una semiótica del silencio es imposible, puesto que la semiótica exige como punto de partida un signo, siendo incapaz de manejar adecuadamente su ausencia”.
Vayamos al punto.

El número
Quienes estamos algo enterados del acontecer mundial del diseño sabemos que el galardón más acreditado en la disciplina es el Compás de Oro que organiza cada tres años la ADI en Italia. ¿Pero conocemos la retórica tras el nombre de dicho premio? Tal vez lo de ‘compás’ alude al instrumento de dos extremidades articuladas utilizado para transportar medidas y trazar circunferencias, y lo de ‘oro’ confiere la recompensa del raro metal como ocurre con la medalla de oro olímpica.

Si tal es nuestra apreciación del asunto es incompleta.

Y mucho.

Como anota el teórico turinés de diseño y expresidente del ICSID Augusto Morello (1), hablar del Compás de Oro es evocar que este país (Italia) posee el mérito de marcar una pauta mundial cuando de cultura y de producción industrial o artesanal se trata. Su significado es histórico y profundo pues el Compasso d’Oro mide el famoso ‘número de oro’, una proporción entre dos porciones de una línea o dos dimensiones de la figura de un plano en la cual la menor de las dos es a la mayor lo que la mayor es a la suma de ambas.

Ese número dorado, cuya relación es aproximadamente de 0,618 a 1,000 fue muy apreciado por dos precursores del diseño italiano: Leonardo da Vinci (1452-1519) que supera toda presentación y su coetáneo el gran matemático Luca Pacioli (1445-1510) quien en su obra ‘Divina proportione’ partió de dicha ‘sección áurea’ para intentar deducir los ideales arquitectónicos, y las proporciones arquetípicas del cuerpo humano y hasta de las letras.
La retórica ve donde la semiótica es ciega.

El lápiz
Incluso en Colombia, donde también tenemos un evento insignia: el Lápiz de Acero, hijo como la revista proyectodiseño y esta página web de la editorial Grupo D Ltda.

Ante la lógica es obvio, siendo un lápiz el símbolo de proyectodiseño, que tal objeto unido al adjetivo ‘acero’ (que comporta fortaleza, elasticidad y elegancia) identifique al premio.
Pero como el Compás de Oro, el Lápiz de Acero envuelve en mi opinión una trascendencia retórica que pocos aprecian.

Se remonta a los griegos quienes llamaron ‘graphis’ al carbono cristalizado en piedra que los romanos denominaron ‘lapis’, lo cual origina nuestra calificación (bajo ‘lápiz’ como nombre genérico) de varias sustancias que sirven para dibujar. O graficar.

Más aún, los romanos conocieron como ‘lapis’ o ‘petras’ a las piedras en general y con esos materiales transformados sus ‘operarius’ u obreros, conducidos por los ‘architectus’ transfiguraron a Roma en capital del mundo.

De igual forma se referían a las piedras preciosas como ‘lapis’.

Y hubo una —asimismo compuesta por carbono cristalizado— el ‘adamas’ o diamante, que veneraron por su extraordinaria dureza sólo comparable a la de otra sustancia a la cual por afinidad llamaron ‘adamantium’: el ‘ferrum’, o hierro, un metal que mezclaban con carbono equivalente al que integra el grafito para obtener el acero o ‘acies’ (que traduce ‘punta’ o ‘corte’).
Con dicha aleación se forjaron las mejores espadas.

Y figurativamente las denominaron ‘aceros’.

Así la espada símbolo del guerrero y el lápiz, equivalente funcional de la pluma, que representa al pensador, aunque disímiles, tienen en común un corazón de carbón metáfora del sentir del alma humana capaz de odiar o amar.

Y de usar el acero para destruir la vida. O para construirla.

Es significativo entonces que el premio de diseño más importante en Colombia, herida por la violencia, sea un Lápiz hecho de Acero como las armas.

Significativo y esperanzador.




(1) Augusto Morello, cuyo pensamiento inspira mi obra falleció el pasado 4 de septiembre de 2002.
Escribo esta columna en su memoria.Descanse en paz el ilustre pensador.